
El impulso afectivo debe moverse con libertad para
no morir. Y no me refiero al sentir desbocado que lastima y enloquece, sino a la candela
que necesita el amor para mantenerse vivo.
Un afecto timorato, amansado y moldeado por el
hipercontrol, se parece más a un ordenador que a un ser humano. No debería
extrañarnos que el primitivo y encantador lenguaje afectivo llegue a ser
reemplazado por uno mucho más aburrido y reflexivo. Por ejemplo: “Caramba…
Caramba…Creo que mi activación interna y las manifestaciones de mi musculatura
estriada me indican que estoy llegando al climax…”. El beso
espontaneo, apasionado y devorador que ha caracterizado a los Rodolfo Valentino
de este siglo, podría ser sustituido por una higiénica invitación al roce
bucal: “Discúlpame…
no quiero ofenderte ni pasar por atrevido… pero te invito a que intercambiemos
nuestros respectivos alientos…”. La racionalidad es la peor enemiga de la
pasión.
Las personas que han hecho de la mesura
sentimental una especie de virtud constipada, no solamente frustran a su
compañero o compañera, sino que se autoproclaman en directores espirituales del
buen comportamiento. Una cosa es el pudor natural que acompaña la experiencia
amorosa, y otra muy distinta, la fobia a sentir. Es verdad que la ética del
amor requiere una buena dosis de responsabilidad, pero también es cierto que el
bloqueo indiscriminado del afecto destruye cualquier vínculo.

Una
buena relación no permite la duda afectiva. Cuando el sentimiento vale la
pena, es tangible, incuestionable y casi axiomático. No pasa desapercibido
porque las miradas casi siempre nos delatan.
Es muy claro: si la persona que dice amarme vive “confundida” y me acaricia cada muerte de obispo, la cosa
está grave. Puede que me aprecie bastante, pero no creo que me ame.
¿Cuándo fue la última vez que te desmadejaste en
los brazos de la persona amada? ¿Hace cuánto que no amaneces encalambrado,
retorcido, anudado con las piernas del otro, sin almohadas y con tortícolis?. El bienestar
afectivo no es otra cosa que cariño al por mayor. Ese es el secreto:
dejar salir el amor por los cuatro costados (en realidad son seis) hasta
inundar la persona que amas. Lo demás viene por añadidura.
El
ímpetu amoroso no puede silenciarse. Cuando se dispara, el organismo no
cabe en su pellejo, lo implícito se hace explícito y el cuerpo, incontenible,
se desborda en imprudencias. Y es precisamente ahí, entre el cataclismo hormonal y la
comunión de dos, que el amor comienza a saborearse.
Walter Riso
Hay amores muertos por miedo a la soledad, solo las personas valientes escapan y no permiten quedarse en ese vacío. Muy bueno Joan 😊
ResponEliminaMuchas gracias, tienes razón hay que ser valientes però si no lo somos, que es la vida?.
Eliminaes terrible vivir con un hombre insipido
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