Tengo 68 años
y 44 de profesión como psicólogo clínico investigando las emociones. Barcelonés, casado, dos hijos. Social y
políticamente nos perdemos en el corto plazo, por eso no enseñamos educación
emocional en las escuelas. Somos esclavos de
nuestras propias emociones.
La gente lleva
cuarenta y cuatro años acudiendo a mi consulta porque se siente mal
emocionalmente, y cuando le doy el alta siempre me pregunto: ¿qué ha cambiado?
¿Y qué se responde?
Básicamente,
la manera de pensar.
Eso es mucho decir.
Hay que saber
cómo. Yo les pregunto a todos lo mismo: “¿Te has
planteado para qué vives?”. ¡Si viera las caras de la gente…! La
gran mayoría no se lo ha planteado jamás.
¿Es una pregunta trampa?
Todos vivimos
para ser felices, sentirnos bien en cada momento de la vida, eso es lo que
buscamos y lo que deseamos para nuestros hijos.
De acuerdo. ¿Y de qué depende?
Según los
neurocientíficos, de lo que pensamos. Pues enseñemos a pensar en lugar de a obedecer, porque
hay que pensar bien para sentirse bien. En el momento en que creas
la norma “hay
que obedecer”, hay quien se otorga el papel de juez y de verdugo, y
premiamos y castigamos. ¿Quién nos ha dicho que la función educativa es
judicializar la vida?
Así crecemos, ejerciendo un
juicio permanente sobre los otros.
Sí, sin
entender que equivocarse no es ser culpable, es ser humano. “Niño, quieres
recoger las zapatillas del comedor, que cada día tengo que decirte lo mismo.
¡Estoy harta de tu desorden! ¡Siempre estamos igual!”. ¿Le suena
esta escena?
Lamentablemente, sí.
Ocurre en
todos los domicilios de Barcelona donde hay menores de 30 años y en medio
mundo, ¿y sabe desde cuándo?
…
Desde que
existen las zapatillas. Pero esa bronca nunca ha servido para nada más que para
bajar la
autoestima del chaval, alejar la comunicación e incluso crear comportamientos
deshonestos: “Ha sido el perro”.
¿Cuál es la alternativa?
Un comentario
menos culpabilizador y más empático: “Vivir en el
desorden hace que me sienta mal, ¿podrías llevar las zapatillas a tu cuarto,
por favor?”. Cada día al llegar a casa y ver las zapatillas del
retoño en el salón nos sentimos mal. Sentimos que no nos tienen en cuenta, que
les hemos educado mal y que somos culpables.
Buena radiografía de una madre.
Pensemos un
poquito: ¿qué
puedo esperar de la vida? ¿Dónde estarán las zapatillas?... ¡Pues en
el salón! Hace 2.000 años que están ahí. Se rompe la lavadora y es un gran
contratiempo, ¡pero si ya sabíamos cuando la compramos que tiene fecha de
caducidad!
¿Fuera broncas y discursos?
La bronca no enseña a solucionar los problemas. Creemos que
educamos racionalmente y lo hacemos desde nuestras emociones. Si el
niño no estudia, nos da rabia: “¡Con todo el esfuerzo que hemos hecho!”. O
miedo: “¡Qué
será de él!”.
Entiendo.
Debemos empezar por aprender nosotros a controlar nuestras
emociones.
Los seres humanos somos altamente imperfectos, de manera que cuando vemos que
nuestros hijos cometen errores hay que aceptarlo, enseñarles y no pegarles la
bronca. Hay
que enseñarles a pensar.
¿Cómo se enseña a pensar?
Para empezar,
hay que aprender
a detectar lo que sientes, y cuando te sientes mal decirte: “No voy bien”. En lugar de mirar a tu
alrededor en busca de quién o qué es lo que te hace sentirte mal, mira lo que
ocurre en tu cabeza: qué percepción debes cambiar.
Entiendo, no hay que machacar
la autoestima propia ni ajena.
Es fundamental
aprender a
pensar bien de uno mismo. Las personas necesitamos sentirnos
aceptados, valorados, queridos, respetados y ayudados. Y lo que no necesitamos
es sentirnos cuestionados, aleccionados, reñidos, reprochados, agobiados.
Los pensamientos negativos son
muy tenaces.
Hay que
mantener un pensamiento positivo alternativo durante más tiempo. Imagine algo
que le guste, durante esos minutos el pensamiento negativo no está, y a base de
insistir los pájaros no hacen nido donde no les dejas. Nuestro cerebro se
modifica contínuamente dependiendo de lo que hacemos, pensamos y sentimos. Si no te
quieres sentir mal, aprende a sentirte bien.
Es difícil pensar bien cuando
las cosas van mal.
Cierto, hay
que dirigir bien la propia vida, marcarte tus objetivos, priorizados,
realistas, y poner la mentalidad necesaria; preguntarse para qué vives y relativizar.
Casi nada.
Hemos de
aprender a controlar el egoísmo, las emociones, la inseguridad. Entender que nada exterior a
ti mismo te va a dar la felicidad de manera estable.
El exterior nos modela desde la
cuna.
Sí, pero puedes cambiar. Tus padres no te querían, de acuerdo,
¿y ahora qué?... No queda otra que aprender a tener autoestima, a pensar
mejor, a empatizar, a relacionarse, a comunicarse, a esforzarse.
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