Todos tenemos un sinfín de personajes dentro de
nosotros. A veces somos simpáticos y agradables y otras no hay quien nos
aguante. En ocasiones parece que nos vamos a comer el mundo; y en otras,
queremos que el mundo nos olvide un rato y encerrarnos como ermitaños. Y si nos
preguntáramos, ¿quiénes
somos nosotros? No creo que siempre tengamos una respuesta clara. El
motivo es fácil: nos identificamos con el personaje que nos hemos ido creando
(el más exitoso, el sufridor, la divertida, la que dice a todo que sí…) y no nos damos
cuenta de que somos algo más. En la medida que conozcamos nuestros
personajes, podremos dejar de identificarnos con ellos y podremos gestionarlos
para sentirnos mejor, como explicó Luis
Bueno, un experto terapeuta y amigo, en una conferencia que impartió esta
semana en elcomo en Madrid.
Nacemos sin personajes pero con el paso del
tiempo, vamos
construyéndolos, porque creemos que de ese modo vamos a agradar a
otros o vamos a protegernos. Así van surgiendo, de un modo inconsciente. Para
ser queridos por nuestros padres, nos hacemos “don perfecto”, nos produce
alergia el fracaso o, simplemente, intentamos congelar nuestras emociones. Y de
este modo “conseguimos estar en paz con los hombres
pero en guerra con las entrañas”, como resume Luis Bueno. Pero no olvidemos algo
importante: Nuestros personajes forman parte de nosotros, pero nosotros somos
mucho más que nuestros personajes.
Este proceso tiene un sentido. Nace para responder
a las expectativas de los demás. Sin embargo, nos perdemos muchas cosas.
Movernos con un único personaje es como estar sobre un carril de un único
sentido. Desde ahí, no vemos el paisaje que nos rodea y el mundo de
posibilidades que existe más allá de ellos. Los personajes nos hace miopes.
Por ejemplo, buscamos aparentar ser los más listos y esto nos impide descansar
en el maravilloso espacio del no saber.
Otro problema con nuestros personajes son los conflictos.
Muchos de ellos son contradictorios (me gustaría que mis compañeros me vieran
como muy buena chica y, al mismo tiempo, qué pocas ganas tengo de hacer lo que
me piden) y esto nos lleva a una tensión interna incómoda. Y, por último y más
importante, el problema de identificarnos con un personaje es que confundimos el
hacer con el ser. Pensamos que somos de un modo y nos olvidamos de
que somos más grandes que ese cascarrabias, el exitoso o una mujer elegante.
Así pues, un paso para sentirnos mejor con
nosotros mismos es
reconciliarnos con nuestros personajes. Y Luis Bueno nos da algunas claves
para ello:
Da las gracias
a tus personajes.
Nacieron por algo, recuerda, para que nos quisieran o para protegernos (todo
ello, fundamental para nuestra supervivencia). Aunque esos mecanismos
posiblemente se hayan quedado un poco obsoletos, tuvieron un sentido. Por ello,
sé amable
contigo mismo, no te machaques porque seas de un modo u otro.
Acoge a tus
personajes pero
"no firmes pactos de lealtad con
ellos". Acepta que eres de una
manera, pero elige
cuándo quieres serlo. Si por ejemplo, te sale el “pronto”,
déjalo para “más
tarde”.
Juega con tus
personajes.
Elige tú a los personajes antes de que ellos te elijan a ti. Te aburre tu
trabajo pero te fascina ir en bici o esquiar. ¿Qué ocurriría si llevaras al
ciclista o al esquiador al mundo de la empresa? Juega contigo mismo. Dentro de
nosotros tenemos un universo de posibilidades, no lo olvides.
Date permiso
para ser de otro modo. No estás atrapado. Explora qué hay detrás de la
apariencia de lo que muestras. Ten curiosidad por esa persona que de repente es
capaz de dejar de controlar, de quejarse o de estar eternamente sonriente. Dentro de
nosotros habita alguien maravilloso, que no siempre conocemos.
Identifica en qué momentos puedes ser de otro modo y te sientes bien con ello.
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