Nicholas Tarrier, enseña terapia cognitivo -conductual en la Universidad de
Manchester
Tengo
61 años. Nací en Londres; para nacer otra vez
elegiría Barcelona. Casado con otra psicóloga; dos hijas gemelas médicas
que hablan español y un hijo politólogo. Soy ateo y
laborista. Colaboro con la Societat Catalana de Recerca i Teràpia del
Comportament
VOCES AMIGAS
Aunque
sus argumentos terapéuticos son estrictamente racionales, Tarrier no logra evitar emocionarse cuando cita a sus pacientes con
cariño y respeto, como si se sintiera enfermo y débil con ellos. Así logra que
te alegres con él, aun sin conocerlo, por el universitario esquizofrénico que
ha logrado controlar a sus voces –razonando con ellas– hasta poder trabajar
como conductor de autobús. Escuchar cómo esas personas con enormes dificultades
logran pequeños avances al enfrentarse a sí mismos anima a plantar cara también
a nuestras pequeñas obsesiones, que, en contraste, resultan más ridículas que
nunca. Si compartes tus grandes problemas, son menos tuyos y también menos
grandes.
Nuestros
pensamientos afectan a nuestras emociones
y, con
ellas, a nuestra conducta. Así que, si modificamos nuestros hábitos
de pensamiento, también corregiremos nuestros problemas emocionales y de
comportamiento.
Higiene mental: no es
nuevo.
Porque
funciona. La terapia conductista está consolidada tanto para una pequeña
obsesión como para una grave esquizofrenia.
Resúmala en una frase.
Las cosas
no son como son, sino como las percibimos. Por eso, si logramos cambiar
el modo en que pensamos y sentimos lo que nos pasa, también mejoraremos el modo
en que reaccionamos y actuamos. Y cuando usted mejore su comportamiento, también mejorará
el que tienen los demás con usted.
Por ejemplo.
El
miedo ha salvado a nuestra especie. Sin miedo la humanidad no existiría. Pero
también hay muchas personas que no pueden controlarlo y sufren ansiedad y
angustia.
¿Puede ser más
concreto?
El
miedo a un accidente salva vidas cada día, pero ese mismo miedo, cuando
degenera en un trastorno obsesivo compulsivo, hace que el conductor obsesionado
revise veinte veces los frenos o el cinturón.
¿Le ha pasado a usted
algo parecido?
Tuve
un ataque de ansiedad bajo el agua cuando buceaba. Creí que no podía respirar.
Intenté frenar el pánico recordando lo que llevo media vida aconsejando: “Corrige tu conducta con el pensamiento”.
Y me dije a mí mismo: “Nicholas, el equipo funciona, así que, si te
tranquilizas, podrás respirar”.
¿Funcionó?
No,
cada vez tenía más ganas de huir: salir a la superficie y respirar, pero eso
hubiera precipitado la descompresión con fatales consecuencias. Me concentré en
pensar hasta que encontré la idea que me desbloqueó: “¡Ya estás respirando, porque si no
respiraras, estarías muerto! O sea, que relájate y respira”.
Entonces funcionó. Lógica inmediata.
El pensamiento corrigió
la conducta.
Cito
el caso porque ejemplifica el gran error habitual de seguir conductas de huida que
perpetúan y agrandan los problemas, aunque la gente crea que la
ponen a salvo.
¿Los conflictos de la
vida cotidiana deben plantearse o rehuirse?
No
corra, no huya, pero tampoco plante cara agresivamente. Analice su problema a fondo y negocie una
solución. Pero, sobre todo, antes de actuar, anticipe siempre las
consecuencias de cada paso que da. Y no lo dé si no sabe hacia dónde le va a
llevar.
¿En qué sentido?
Antes
de actuar plantéese qué quiere conseguir y cómo conseguirlo. Ese planteamiento
ya es en sí un primer éxito, porque si uno mismo no se permite enfadarse, ya ha
empezado a encontrar una solución: ha controlado su agresividad.
Pero soltarse también
es un desahogo.
Siempre
es el reflejo de una impotencia; además, piense siempre: “¿Adónde
me lleva?”.
Si no hago daño a
nadie, chillar alivia.
En
vez de abandonarse a la espiral de las reacciones, vuelva a los fundamentos y
relajará su tensión. Si el conflicto estalla, por ejemplo, en su oficina,
piense que su objetivo allí es tener un entorno agradable y una relación
racional con sus compañeros.
Sentido común, pero no
fácil de lograr.
Pues
antes de hacer nada, recupere el control sobre usted mismo: respire. Ya ve, se trata
de volver de nuevo a lo básico en vez de huir hacia el descontrol.
Cuando controle la emoción, ya podrá volver a usar su sistema 2: el raciocinio.
Ya no será un animal.
¿Y si se me va la pinza
y no controlo?
Abandone
el escenario donde ha perdido el control de sus emociones y vuelva sólo cuando
lo haya recuperado. Trate entonces de racionalizar la situación y explicarla.
Supongo que usted se
enfrenta a diario a problemas peores.
A
mis pacientes esquizofrénicos que oyen voces les doy siempre el mismo consejo: “No huyas de ellas, ni las ignores: afróntalas y razona
con ellas”. De nuevo, recuerde que cuando trata de huir de un
problema, suele empeorarlo. La huida aumenta el riesgo.
Es el primer recurso
del débil.
Trato
también muchos casos de shock postraumático. Es muy habitual que un paciente
sufra flashbacks (recuerdos recurrentes) del momento de un accidente de
automóvil. Esos recuerdos degradan su vida.
Es cuestión de
sobreponerse.
De
higiene mental: el pensamiento lleva a la emoción y la emoción a la conducta. No huya del
pensamiento: ¡afróntelo! Razone.
¿Cómo?
La
señora víctima del accidente también trataba de evitar recordarlo: huía. Pero
la técnica adecuada es la contraria: evocarlo con toda nitidez y cuantas más
veces, mejor.
¡Qué mal trago! ¿Para
qué repetirlo?
Cuando
ella trataba de evitar el recuerdo, no podía conducir o iba ridículamente lenta
porque temía recordarlo de repente y paralizarse y tener otro accidente, pero
cuando conseguí que buscara ese recuerdo, al principio fue peor, sufrió una
angustia enorme.
Comprensible.
Pero,
poco a poco, a fuerza de enfrentarse a su miedo y evocar el choque una y otra
vez, en su mente el trauma pasó de ser presente a convertirse en ya pasado. Y
así lo superó.
Se trabajó su problema.
Es una
sencilla técnica que todos podemos ejercitar para poner nuestro cerebro a
trabajar para nuestro bienestar.
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