El monasterio a orillas del río Piedra
está cercado por una linda vegetación, un verdadero oasis en los campos
estériles de esa parte de España. Allí, el pequeño río se transforma en una
caudalosa corriente, y se divide en docenas de cascadas.
El viajero camina por aquel lugar,
escuchando la música del agua. De repente, una gruta, bajo una de las cascadas,
llama su atención. Mira detenidamente la piedra gastada por el tiempo, las bellas
formas que la naturaleza crea con paciencia. Y descubre, escritos en una placa,
los versos de R. Tagore:
“No fue el martillo el que dejó perfectas estas piedras, sino el
agua, con su dulzura, su danza y su canción. Donde la dureza sólo consigue destruir,
la suavidad consigue esculpir.”
Paulo Coelho
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