Ilustración Anna Parini |
Al ser humano se le
puede arrebatar todo salvo la actitud con la que enfrenta sus circunstancias. Viktor Frankl
Elije un trabajo que te
guste y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida. Confucio
¿A qué estás esperando?
Encuentra tu propia voz. Cuanto más tardes en empezar a buscarla, más difícil
te será encontrarla. Walt Whitman
Independientemente del tipo de trabajo
que desempeñemos, existen cuatro actitudes distintas de afrontar el día
a día laboral
Es cierto que no podemos cambiar a
nuestro jefe ni a nuestros compañeros de trabajo. Tampoco podemos hacer mucho
para que varíen nuestras condiciones laborales. Sin embargo, nuestro grado de
satisfacción e insatisfacción no tiene tanto que ver con nuestras circunstancias,
sino con la
actitud que tomamos frente a ellas.
El primer nivel de actitud engloba a
quienes “odian
lo que hacen”. Es decir, a todos aquellos que no solo detestan su
empleo, sino también la cantidad de dinero que perciben por sus servicios. No
intentan disimular su descontento para con la empresa en la que trabajan.
Debido a su malestar, tampoco podrían. Su lenguaje corporal es de lo más
elocuente, y la expresión de su rostro, completamente transparente. Están enfadados
con el mundo y convencidos de que son víctimas del sistema.
El segundo nivel de actitud representa
a quienes “cumplen
con lo que hacen”. Sin duda alguna, es el perfil mayoritario en
nuestra sociedad. En este caso, las emociones predominantes son la impotencia,
la resignación
o la indiferencia.
En general no saben qué les gustaría hacer con su vida laboral. O simplemente
no se atreven a dar pasos en la dirección de sus sueños por miedo a salir de la
zona de comodidad en la que llevan años instalados. Durante ocho horas al día
se dedican a cumplir con sus obligaciones laborales. Ni más ni menos. Sin embargo, la
rutina termina alienándoles, marchitando su ilusión y consumiendo su energía
vital.
Si pudieran permitírselo, no
trabajarían. Conciben el trabajo como un trámite necesario para ganar dinero
con el que pagar sus facturas. Suelen mirar el reloj mientras están en la
oficina y su mayor deseo es que llegue el viernes para poder desconectar.
Mientras, algunos suelen rellenar quinielas o jugar a la lotería, esperando que
un boleto ganador les libere del estado de esclavitud económica en el que se
encuentran. Pero dado que ese cupón nunca llega, su grado de enajenación
aumenta de forma exponencial conforme van pasando los años.
Al llegar las vacaciones, quieren
hacer tantas cosas que las terminan viviendo con estrés y ansiedad. Y una vez
de vuelta a la rutina laboral, casi todos sufren el denominado “síndrome
posvacacional”. Así, durante los primeros días de septiembre padecen
insomnio, pérdida de apetito y falta de concentración. Si bien estos síntomas
surgen como consecuencia de un desajuste temporal de los hábitos, también
acostumbran a sentir desasosiego y vacío existencial, lo que pone
de manifiesto la insatisfacción que vienen acumulando durante todo el año.
Cuenta una historia que tres albañiles
estaban desempeñando la misma tarea a las afueras de un pueblo. De pronto
apareció un niño, que se acercó a ellos con curiosidad. Estaba intrigado por el
tipo de obra que estaban construyendo. Al observar al primer obrero, se dio
cuenta de que no paraba de negar con la cabeza. Parecía molesto y enfadado. Sin
embargo, el chaval se armó de valor y le preguntó:
“¿Qué
está usted haciendo?”.
El albañil, incrédulo, lo miró
despectivamente y le respondió:
“¿Qué
pregunta más tonta es esa? ¿Acaso no lo ves? ¡Estoy apilando ladrillos!”.
Aquella respuesta no fue suficiente
para el niño. Por eso se dirigió al segundo operario, cuya mirada irradiaba
resignación e indiferencia.
“Perdone
que le interrumpa, señor”, dijo el chaval con cautela. “Si es tan amable, ¿me podría decir que está
usted haciendo?”.
Cabizbajo, el albañil se limitó a
contestarle:
“Nada
importante. Tan solo estoy levantando una pared”.
Finalmente, el niño se acercó hasta el
tercer obrero, quien silbaba mientras disfrutaba de su tarea. Tanto es así que
el chaval se acercó con más tranquilidad y confianza. Y nada más verlo, el
albañil le saludó:
“¡Buenos
días, jovencito! ¿Qué te trae por esta obra?”.
Sorprendido por su buen humor, el
chaval le contestó:
“Tengo
mucha curiosidad por saber qué está usted haciendo”.
Aquel comentario provocó que el
operario irradiara una enorme sonrisa. Y, con cierto tono de satisfacción, le
respondió:
“¡Estoy
construyendo el hospital infantil del pueblo!”.
Ilustración Anna Parini |
A pesar de que solemos asociar el
trabajo con el cumplimiento de un deber o una obligación, podemos convertir
nuestra dimensión profesional en una forma de expresar lo mejor de nosotros
mismos. Esta es precisamente la principal característica del tercer nivel de
actitud, que agrupa a quienes “aman lo que hacen”. Es decir, a aquellos que,
a pesar de no dedicarse –ni mucho menos– a su profesión soñada, tratan de poner
al mal tiempo buena cara. De hecho, se caracterizan por la energía positiva que
desprenden mientras trabajan. Y no precisamente porque ejerzan tareas
divertidas. Se
trata de una actitud.
Las personas que aman lo que hacen
cuentan con una desarrollada inteligencia emocional. Saben cómo convertir los
problemas laborales en oportunidades de aprendizaje. En vez de quejarse o
protestar por lo que les falta o por lo que no tienen, suelen valorar y
agradecer aquellas cosas provechosas que les aporta actualmente su trabajo.
Como consecuencia de este cambio de
actitud, irradian un buen humor contagioso, creando a su alrededor un clima
agradable, que además revierte en su propia satisfacción. De manera natural,
fomentan relaciones basadas en la confianza y la complicidad. Están a gusto
consigo mismas y con su vida profesional. Y así es como suelen
sentirse aquellos con los que interactúan, sean jefes, compañeros, clientes o
proveedores.
En esta misma línea viven su profesión
las personas que se agrupan en el cuarto nivel de actitud: los que “hacen lo que
aman”. En este colectivo se encuentran quienes se han alineado con
una misión y un propósito que va más allá de ellos mismos. Es decir, aquellos
que desarrollan una actividad útil, creativa y con sentido, que
verdaderamente contribuye a mejorar la vida de los demás. Se nota que respetan
el trabajo que han escogido y hablan de ella con pasión y entusiasmo.
Las personas no deciden movidas por la
lógica ni la razón. Por el contrario, sus opciones son fruto de escucharse a sí
mismas. Así, la palabra “vocación” procede del verbo latino vocare,
que significa “una
llamada que viene desde nuestro interior para poner nuestra voz en acción”.
Al seguir nuestra vocación, lo que hacemos en la vida se convierte en un fiel
reflejo de quienes hemos descubierto que somos. Y el 100% de las veces nos
conecta con valores como el altruismo y la generosidad.
Hacer lo que se ama está vinculado con
el descubrimiento y el desarrollo de los talentos innatos. De hecho, es una
inmejorable oportunidad para desplegar el potencial que reside en cada uno.
Tanto es así que estas personas no conciben su función profesional como un
trabajo. Para ellas, no tiene sentido hablar de horarios. De hecho, ninguna
siente que trabaja. Y sin importar el dinero que ganen, se sienten inmensamente
ricas.
Aunque no lo han buscado, suelen
disfrutar de una cierta abundancia económica, la cual nunca es un objetivo en
sí mismo, sino que siempre viene como resultado de su contribución a la
sociedad. Curiosamente, todas ellas –sin excepción– se sienten inmensamente
afortunadas y agradecidas por el aprendizaje derivado de todo lo que han experimentado a
lo largo de la vida, especialmente de los hechos más adversos y
dolorosos. Principalmente porque han sido los que han necesitado para descubrir
su lugar en el mundo.
PARA
SABER MÁS
Libro
‘Vivir sin jefe’. Sergio Fernández, (Plataforma). El
libro describe los errores que cometen aquellos que deciden trabajar por su
cuenta, emprendiendo sus propios proyectos, dándole un nuevo sentido a su
dimensión profesional.
Película
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