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dimarts, 19 de maig del 2015

Los celos, ese incómodo compañero de viaje. Pilar Jericó.

Hace pocas semanas me dejó sorprendida una situación que observé en un hospital: un hombre reprochaba a su mujer de forma amarga y vehemente que dejara de mostrarse tan provocativa ante el joven enfermero que se encarga de su atención médica. Los celos habían hecho acto de presencia, estaba claro. Pero lo sorprendente del asunto es que se trataba de una pareja de 91 años, él y 89, ella. Esta escena, que si bien resultaba cómica a ojos del enfermero y de los pocos que la presenciamos, no lo era en ningún caso para sus protagonistas, y me llevó a hacerme una pregunta: ¿Hasta cuándo nos acompañan los celos en nuestra vida?
Los celos ya aparecen desde que somos pequeños. Puede que sea por los famosos complejos de Edipo y de Electra o por el disgusto de no ser únicos en el maravilloso amor de nuestros padres. Pero los celos no se quedan solo en la familia y nos acompañan con nuestros primeros amores, con las amigas o amigos, durante el matrimonio o en el puesto de trabajo ante la presencia de alguien brillante… Hacen acto de presencia en muy diferentes situaciones y, a veces, aparecen sin tan siquiera avisar, como también les ocurre a otros mamíferos.
Los celos no son exclusivos de los humanos. Un estudio de la Universidad de California San Diego concluye que los perros llegan a sentir celos como un instinto para proteger sus relaciones sociales con sus dueños. Así, en esta investigación, analizaron cómo los 70 dogos que participaron en el experimento reaccionaban de forma mucho más negativa contra los perros de peluche que contra otros objetos que les rodeaban.
¿Pero por qué nos ponemos celosos? Más allá de la base “mamífera”, hace un siglo Sigmund Freud decía que existían otros motivos de mar de fondo: por un lado, por la tristeza de la pérdida. Así sucede cuando al hermano mayor de apenas pocos años no le hace nada de gracia su recién llegado hermanito. Los celos también pueden surgir por la propia frustración o por la envidia hacia lo que han logrado otros. Este es el caso cuando criticamos a personas que han tenido más éxito que nosotros. Pero en cualquiera que sea su expresión, los celos esconden el miedo a no ser queridos, a no ser suficientes o a ser abandonados y la inseguridad personal los acrecienta. Por eso, las personas que son compulsivamente celosas suelen esconder una profunda inseguridad hacia sí mismas, aunque se disfracen de argumentos aparentemente muy justificados.
Los celos suelen sacar lo peor de nosotros y, como no podía ser de otra forma, son la primera causa de las rupturas conyugales en el mundo, al igual, que como decía Groucho, el matrimonio es la principal causa de divorcio. Pero, ¿por qué nos cuesta tanto controlarlos?
La reconocida crítica literaria Parul Sehgal, en su conferencia TED, Una oda a la envidia, hace un repaso a los celos a través de la literatura universal. Sehgal concluye que nos hacemos daño porque nos contamos la historia de otra gente a nosotros mismos y no hay nada peor que alimentar la imaginación dejando de lado la realidad (en otras palabras, nos montamos guiones no demasiado positivos). Los celos son una emoción agotadora y miope… Si aquel anciano del hospital pudiese mirar con precisión se daría cuenta de lo absurdo de su sentimiento, pero cuando nos invaden cuesta mucho ganar perspectiva.
Los celos están mutando al igual que la sociedad de la información. Hoy más que nunca tenemos a nuestro alcance la vida de los demás, y las redes sociales nos lo ponen en bandeja a golpe de clic. Según un estudio de la Universidad de Missouri-Columbia, el hecho de comparar nuestras vidas con las de amigas o amigos exitosos en Facebook (o no necesariamente exitosos pero que cuelgan fotografías de vacaciones lujosas o anuncios positivos), aumenta de forma importante el riesgo de caer en depresión.
Así pues, si no podemos separarnos de esta obsesión, veamos qué seis pasos podemos dar a sabiendas que es un terreno realmente complicado:
Lo primero de todo es aceptarlo. No vale con decir “no soy celoso” y, al mismo tiempo, hacer la vida imposible a la pareja porque está hablando con otro hombre u otra mujer más atractiva.
Comenzar a revisar los motivos con honestidad: ¿Es por miedo al rechazo, al abandono? ¿Es envidia? La base del problema nos da mucha información.
Si se puede, aprovecharse de la brillantez de quien nos pone celosos. Si es por un compañero de trabajo con mucho talento, en vez de macharlo con nuestros comentarios, cambiar la perspectiva sobre qué se puede aprender de él o de ella.
Reforzar nuestra autoestima con claves que hemos ido compartiendo en este laboratorio, como revisar nuestras fortalezas. Quizá no seamos tan atractivos, pero somos divertidos, por ejemplo. Puede que no seamos tan brillantes en el trabajo, pero nos sentimos satisfechos con nuestras vida…
Negociar con la pareja, si se trata de celos amorosos. Compartir nuestras inseguridades, explicar qué nos duele y buscar alternativas saludables para ambos.
Pedir ayuda. Si es algo que persiste en el tiempo, quizá haya que buscar una ayuda profesional. Es motivo de ruptura de parejas, ya lo hemos dicho, y de mucha infelicidad. Y como el lema de este laboratorio siempre es recordar que la vida es breve, no vale la pena arrastrar una emoción tan viscosa.

Dostoievski afirmó que sufrimos por dos clases de celos: los del amor y los del amor propio. Vamos a vivir con los celos toda nuestra vida. En algunas personas, llamarán más veces y con más intensidad a su puerta y en otras, serán viajeros ocasionales. En cualquier caso, aprendamos a convivir con ellos y a que no nos molesten demasiado utilizando el sentido común como mejor antídoto.


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