Ilustración Anna Parini |
La pereza es una especie
de secuestro del alma que nos priva de realizar nuestros proyectos. Francesc Torralba
Cuántas veces nos proponemos
objetivos que implican hacer cosas y no las llevamos a cabo por falta de
voluntad. Encontramos excusas y justificaciones para no hacer lo que
pretendíamos o nos gustaría. Se interponen imprevistos que nos desvían de lo
que nos habíamos propuesto o bien preferimos distraernos con múltiples asuntos,
ya sea responder correos que no son urgentes, indagar en páginas de Internet
que despiertan nuestra curiosidad o sencillamente mirar por la ventana, con tal
de no abordar lo que nos habíamos propuesto.
La pereza y la falta de atención debilitan nuestra voluntad. Quizá
pensamos que no somos apáticos porque estamos ocupados. Pero la indolencia no
es solo no hacer, es falta de estímulo y carencia de deseo. Se
puede manifestar en una incapacidad de centrarse y en una dejadez que nos lleva
a posponer para otro día lo que podríamos solucionar y hacer ahora.
En su libro El esfuerzo, el filósofo Francesc Torralba expone que la pereza y el
aburrimiento están emparentados. La holgazanería nos lleva a no
hacer nada, y el no hacer nada, al aburrimiento. “Este es indirectamente el motor de la
historia”, afirma Torralba, “si no experimentáramos el aburrimiento de no hacer,
tampoco nos pondríamos en acción”. El problema surge cuando el
aburrimiento se mata con distracciones que no llevan a ningún logro personal,
ni relacional, ni social; sencillamente se deja pasar el tiempo de una forma que
debilita y también apaga nuestra red relacional. Se pasa bien, pero la mera
distracción no ofrece plenitud ni nos deja satisfechos, y finalmente permanece
un vacío interior, de sentido. En vez de llamar a un amigo, tener una buena
conversación, preparar una sabrosa comida, realizar algo creativo, hacer
ejercicio o meditar para fortalecer la mente y el cuerpo, uno se deja llevar y
se distrae en cosas que no le aportan ningún beneficio, ni siquiera el de
relajarse y calmar la mente.
Para lograr lo que se propone,
debe cambiar la inercia de lo rutinario que invade o consume su empuje creativo
y su voluntad. Cuando quiera hacer algo, ir a nadar o a caminar, llevar a cabo
un proyecto, iniciar una aventura, mantener una conversación o escribir un
libro, primero debe visualizarlo. Piense en cuál es el ideal, cómo será cuando lo
consiga, qué le mueve, cuál es su intención y para qué lo quiere hacer.
Responder a estas preguntas le ayudará a fortalecer la voluntad para esforzarse
y encaminarse hacia ello.
Tener perspectivas de un horizonte mejor impulsa a ponerse en
marcha.
La voluntad se trabaja, se educa y se fortalece con atención plena y con
esfuerzo. “Solo
nos ponemos en marcha si imaginamos que podemos llegar a buen puerto”,
afirma Torralba. Pero cuando nuestra ilusión está atrofiada permanecemos
estancados en una inercia en la que vamos haciendo pero sin impulso creativo,
sin imagen ni visión que tire de nosotros.
Para poner la voluntad en
acción también hay que reconocer la necesidad de desatar el potencial creativo.
De hecho, sin conciencia de esta necesidad, sea cual sea, permanecemos
secuestrados por nuestra rutina y por una conducta automática. En esas
condiciones, la
voluntad está adormecida. Solo cuando uno se da cuenta, por ejemplo,
de que precisa realizar ejercicio, se esfuerza en dedicar tiempo y recursos
para conseguirlo. Y aun así, si además no se nutre con entusiasmo y no ejercita
su voluntad, la pereza y la rutina acaban ganando la partida.
Para que esto no ocurra debe
priorizar y ser perseverante, con disciplina. Veamos estos aspectos con más
detalle:
Priorizar
objetivos.
Hay que poner orden a las necesidades y dar la importancia que merece a aquello
que se considera enriquecedor del ser: cultivarse, aprender, conocer, expresarse
y ser creativo (cantando, dibujando, pintando, tocando música, escribiendo). A
veces se dejan para lo último las necesidades espirituales, creativas y
culturales, y se acaba por no dedicarles tiempo ni esfuerzo.
Entusiasmo. Mantener esta
actitud respecto a un proyecto, un ideal, una relación, un trabajo contribuye a
ejercitar la voluntad y a fortalecerla. Actuar con emoción proporciona el empuje y la
energía necesarios para lograr lo que nos propongamos. Y si surge
alguna decepción, algún impedimento, es con voluntad y disciplina como
lograremos avanzar.
Ilustración Anna Parini |
Pequeños
y grandes objetivos.
La voluntad ayuda a gestionar los pensamientos inútiles y nuestra tendencia a
distraernos. Allí donde se enfoca nuestra atención se dirigen nuestras
cavilaciones con más frecuencia e interés. Así se genera energía en esa dirección, ya sea
positiva y beneficiosa o negativa y perjudicial. La voluntad es una fuerza
interna que nos mueve. La visión clara es la que nos indica dónde está nuestro
norte en la brújula interior, y con esta lucidez, la voluntad actúa con más
determinación.
Sin embargo, aunque no veamos
nuestro norte en la brújula interior, podemos ejercitar la voluntad en pequeñas
cosas. Cada día podemos proponernos dedicar un rato a meditar, a conversar con
algún ser querido, un tiempo a escribir o a alguna actividad que impulse la
creatividad. Precisamente, escribir es un buen sistema, ya que hacerlo ayuda a
separar el grano de la paja, a esclarecer las ideas y a centrarse.
Por lo que se refiere a todos
los actos de iniciativa (y de creación), hay una verdad elemental cuya
ignorancia mata un sinnúmero de ideas, así como espléndidos planes: en el momento
en que uno se compromete de veras, la providencia también actúa.
Un
acto de compromiso.
Ejercitar nuestra voluntad tiene que ver también con el compromiso. Uno puede
adoptar esta actitud para progresar a nivel afectivo, corporal, social,
laboral, intelectual y espiritual. Si no tiene el impulso ni siente la
necesidad de mejorar, posiblemente será vencido por la desmotivación y la
pereza. Querer aportar algo al mundo y a las relaciones nos lleva a desear
progresar para dar
lo mejor de nosotros mismos y ser nuestra mejor versión.
Escudo
frente a las derrotas. Una voluntad activa en lo físico, mental y
creativo se complementa con una actitud constructiva ante el fracaso, los
obstáculos y los imprevistos que van surgiendo en el camino. Si bien tener una
meta y una imagen clara de hacia dónde nos queremos dirigir es de gran ayuda,
cuando no lo logramos podemos sentirnos frustrados y fracasados. En este
momento se hace necesaria la voluntad para mantener la actitud de elegir aquello que sea
constructivo. De esta forma, los deseos incumplidos y las expectativas no
logradas nos provocarán un sufrimiento menor, en el caso de que nos lo creen.
La voluntad de mantener una actitud proactiva nos llevará a no desesperarnos, a
atravesar los fracasos y ver la luz y los aprendizajes que esconden.
Perseverancia. La
desesperación no se cura con la distracción. “El antídoto a la desesperación es la
esperanza, la fe en las posibilidades de todo ser humano”, dice Kierkegaard. Si no hay esperanza, la
voluntad se debilita y uno se siente atrapado por la pereza y la desilusión.
Aunque a veces no veamos los resultados de nuestros esfuerzos, perseverar nos
mantiene fuera del pozo de la desesperación. La realidad no es fija y en un
momento inesperado puede abrirse una rendija por donde entre la luz. La esperanza
nos ayuda a mantener viva la voluntad.
LIBROS
El esfuerzo. Francesc
Torralba . Biblioteca Torralba (Milenio)
El pequeño libro de las
grandes decisiones. Mikael Krogerus y Roman Tschäppeler. Centro Libros
PAPF (Grupo Planeta)
Desarrolla tu cerebro.
La ciencia de cambiar tu mente. Joe Dispenza (Palmyra)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada