El sueño es el alimento del alma, como
la comida lo es del cuerpo. Muchas veces, en nuestra existencia, vemos nuestros
sueños deshechos y nuestros deseos frustrados, pero es necesario continuar
soñando, pues de lo contrario nuestra alma muere.
Mucha sangre fue derramada en el campo
que está delante de tus ojos y allí se libraron algunas de las batallas más
crueles de la Reconquista. Quién tenía la razón o estaba en la verdad, carece
de importancia. Lo importante es saber que ambos bandos estaban efectuando el
Buen Combate.
El Buen Combate es aquel emprendido porque nuestro corazón lo
pide.
En épocas heroicas, en tiempos de los
caballeros andantes, esto era fácil: había mucha tierra por conquistar y mucho
por hacer. Hoy día, sin embargo, el mundo ha cambiado mucho y el Buen Combate
fue transportado de los campos de batalla para dentro de nosotros mismos.
El Buen Combate es aquel entablado en nombre de nuestros sueños.
Cuando explotan dentro de nosotros, con todo su vigor, en la juventud, tenemos
mucho coraje pero todavía no hemos aprendido a luchar. Después de mucho
esfuerzo, hemos aprendido a luchar pero ya no tenemos el mismo coraje para
combatir. Por eso, nos volvemos contra nosotros mismos y pasamos a ser nuestro
peor enemigo. Decimos que nuestros sueños eran infantiles, difíciles de
realizar ó fruto de nuestra ignorancia de las realidades de la vida. Matamos
nuestros sueños porque tenemos miedo de entablar el Buen Combate.
El primer síntoma de que estamos
matando nuestros sueños es la falta de tiempo. Las personas más ocupadas que
he conocido en la vida siempre tenían tiempo para todo. Las que nada hacían
estaban siempre cansadas, o conseguían realizar el poco trabajo que tenían y se
quejaban constantemente de que el día era demasiado corto. En verdad, tenían
miedo de enfrentarse con el Buen Combate.
El segundo síntoma de la muerte de
nuestros sueños son nuestras certezas. Porque no queremos considerar la vida como una
gran aventura para ser vivida. Pasamos a juzgarnos sabios, justos,
correctos en lo poco que pedimos de la existencia. Miramos mas allá de las
murallas y escuchamos el ruido de lanzas que se rompen, el olor de sudor y de
pólvora, las grandes caídas y las miradas sedientas de conquistas de los
guerreros. Pero nunca notamos la alegría, la inmensa Alegría que está en el corazón
de quien está luchando, porque para ellos no importan ni la victoria ni la
derrota, importa sólo participar del Buen Combate.
Finalmente, el tercer síntoma de la
muerte de nuestros sueños es la Paz. La vida pasa a ser una tarde de
domingo, sin pedirnos cosas importantes y sin exigirnos más de lo que queremos
dar. Creemos entonces que ya estamos maduros; abandonamos las fantasías de la
infancia y conseguimos realizarnos personal y profesionalmente. Nos sorprendemos
cuando alguien de nuestra edad dice que quiere todavía esto ó aquello de la
vida. Pero, en verdad, en lo íntimo de nuestro corazón, sabemos que lo que
ocurrió fue que renunciamos
a luchar por nuestros sueños, a entablar el Buen Combate.
Cuando renunciamos a nuestros sueños y
encontramos la paz, tenemos un pequeño período de tranquilidad. Pero los sueños
muertos comienzan a pudrirse dentro de nosotros e infectan todo el ambiente en
que vivimos. Empezamos a ser crueles con los que nos rodean y finalmente
pasamos a dirigir esta crueldad contra nosotros mismos. Surgen las enfermedades
y las psicosis. Lo que queríamos evitar en el combate -la decepción y la
derrota- pasa ser el único legado de nuestra cobardía. Y llega un bello día en
que los sueños muertos y podridos vuelven el aire tan difícil de respirar que
pasamos a desear la muerte, la muerte que nos libre de nuestras certezas, de nuestras ocupaciones y
de aquella terrible paz de las tardes de domingo”
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