Con una buena base de pareja, lo que
construyamos será sólido y si es necesario hacer modificaciones en el futuro,
podremos realizarlas sin que tiemblen los cimientos de nuestra afectividad.
Pero para ello, tal y como explica la
psicóloga Mila Cahue en su último
libro, «Amor del bueno», es necesario
tener muy claras tres pautas básicas para entender la efectividad. «Son muy obvias,
pero demasiado a menudo nosotros nos encontramos en consulta con personas que
las obvían. Una pasa por entender que el propio bienestar y/o felicidad
dependen de uno mismo, no de segundos, ni terceros, o cuartos. Otra, que el
objetivo de estar en pareja es el bienestar afectivo de los dos, no solo de la
otra persona, y tercero y último, que el amor no tiene nada que ver con el
sufrimiento y el dolor. Pero nada, de nada», resalta con énfasis
esta especialista en parejas del centro de Psicología Álava Reyes.
Regla
número 1. El propio bienestar y/o felicidad dependen de uno mismo.
Esta regla permite romper con la lacra
de la dependencia emocional, según la cual, explica Cahue, solo se puede ser
feliz en función de que alguien nos ame. «Uno de los "tufillos" que todavía colean del
amor romántico es la idea, muy arraigada, de que uno no puede vivir sin el
otro. Películas, novelas, canciones, etcétera, nos inoculan a diario esta
actitud inmadura condimentada con unas gotas de masoquismo. Hoy en día todavía
muchas personas lo denominan amor verdadero, cuando en realidad se trata de una
conducta que se encuentra a punto de superar el límite de lo patológico o que
incluso ya lo ha rebasado».
Las pautas esenciales que esta
psicóloga nos ofrece para sintetizar esta regla son las siguientes:
—No
dejar en manos de otra persona la decisión de lo que a uno le hace feliz.
—No
cargar con la responsabilidad de tener que decidir sobre la felicidad de otro.
—Yo
estoy bien. Tú estás bien. Estamos bien… y juntos.
Regla
número 2. El objetivo de estar en pareja es el bienestar afectivo de ambos.
«¿Demasiado evidente verdad?»,
pregunta Cahue. «Podría
serlo, pero hay que profundizar en ello porque otra de las señales que nos
encontramos los psicólogos es que la mayoría de la gente que inicia una
relación en pareja tiene el objetivo prioritario, probablemente inconsciente,
deirse a vivir juntos». «A veces parece la consecuencia de una improvisación
sobre la base de "primero nos vamos a vivir juntos y luego… ya
veremos", que de un proyecto analizado, planificado, y
consensuado entre los dos», explica. «La gente debe saber que vivir juntos no es indicativo de
estabilidad emocional ni de calidad en la relación. La convivencia no necesita
de urgencia, sino de intimidad psicológica y compatibilidad».
Por todo esto, antes de irnos a vivir
con una pareja conviene, según esta especialista, hacer lo siguiente:
—Darse
tiempo para conocerse más a fondo.
—Saber
si somos compatibles en la convivencia.
—Saber
qué lugar ocupan las familias de origen, los ex, los amigos, las aficiones o el
trabajo en su nueva vida.
—Trazar
proyectos comunes o metas consensuadas.
Cahue añade en esta segunda regla un
segundo objetivo que encuentra entre las parejas que acuden a su consulta. Y es
el de querer tener hijos. «¿Cuántos niños son el producto de un intento de
recomponer una relación deteriorada o finiquitada entre los padres? ¿Nos
tomamos el tiempo necesario para arreglar una relación afectiva antes de vernos
involucrados en compartir la responsabilidad de traer a alguien a este mundo, y
educarlo para que sea feliz? ¿O más bien pensamos, "como estamos juntos,
ya toca tener hijos en algún momento"?», se pregunta en alto. A
su juicio nos conviene más bien reflexionar sobre si la calidad afectiva no
existe mediante la realización en voz alta de las siguientes cuestiones: «¿Qué contexto estamos
preparando para todos los hijos? ¿el de la inevitable separación?, ¿el de la
gélida convivencia?».
Estas serían las pautas esenciales
para sintetizar esta regla:
—Para
que exista una intimidad afectiva de calidad debe haber un espacio de bienestar
en el que cada uno se encargue de su propia felicidad.
—Ambos
miembros de la pareja han de saber pronunciarse experiencias felices
mutuamente.
—En
este contexto, los objetivos que se propongan podrán desarrollarse con las
ventajas del terreno fértil en el que cualquier cosa que se plante crecerá
fuerte.
Regla
número 3: El amor no tiene nada que ver con el sufrimiento y el dolor.
«Esto lo tenemos que borrar de nuestro cerebro. No juguemos con
fuego. No hay que confundir el dolor sano producido por la introducción de
cambios saludables en nuestras vidas, con el dolor provocado por un daño
inesperado, intencionado, y destructivo que es, precisamente, lo antagónico de
lo que debe producir una relación amorosa», indica
Cahue.
Estas son las pautas esenciales que
ella aconseja para sintetizar esta regla:
—La
aparición del dolor nos está indicando que es el momento de hacer cambios.
—Los
cambios pueden ser de lugar, persona o pensamiento.
—No
estar atentos a esta señal y continuar haciendo lo mismo de igual manera trae
consigo el sufrimiento y la aparición de heridas profundas que, cuando sean
atendidas, necesitarán con probabilidad una intervención profesional.
—La
buena noticia es que tiene tratamiento y que se puede curar. Simplemente, hay
que escucharlo.
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