A quién aprecias más, ¿a quién te valora de manera positiva o a
quién te hace críticas? A simple vista muchos diríamos que a
quien nos valora positivamente, sin embargo, existen elogios que nos hacen
sospechar intereses ocultos. Así pues, la respuesta no es tan sencilla, ya que el elogio no
solo depende de quién nos lo hace, sino también del contexto que le rodea.
Por norma, todos preferimos ser elogiados a criticados pero la crítica también
la valoramos… siempre
que no sea contra nosotros, como ha demostrado Teresa Amabile, de la Universidad de Harvard. Amabile pidió a
estudiantes universitarios que leyeran dos críticas de novelas, aparecidas en
The New York Times, similares en estilo y calidad, pero diferentes en el
juicio. Una era muy favorable y la otra, muy negativa. Los estudiantes
consideraron a la persona que hizo la crítica desfavorable menos agradable,
pero al mismo tiempo, más inteligente, competente y experta en la materia. A pesar de lo
negativo de su juicio, sentían más admiración hacia ella… ¡porque no eran ellos
los valorados! Por ello, la crítica no solo no es mala, sino que bien realizada
la reconocemos como positiva. El problema surge cuando es contra
nosotros, que pensamos que resulta poco inteligente. Y si no, pensemos en
nuestra propia experiencia.
Los
elogios, además, son un arma de doble filo. Solo nos
sentiremos agradecidos, si los vivimos como un gesto sincero por parte de quien
los transmite. Cuando una persona nos hace ver lo buenísimos que somos cayendo
en el exceso, se pueden despertar nuestras alarmas y pensar que detrás de tanta
felicitación, existen palabras no tan sinceras. El psicólogo norteamericano Edward Ellsworth Jones llevó a cabo
diversas investigaciones para ver estos efectos. Junto con sus alumnos se apoyó
en un cómplice que asumía el papel de entrevistador de diferentes personas, a
quienes después les hacía saber su valoración. Las evaluaciones estaban
preparadas con anterioridad y unas personas recibían una evaluación positiva,
otras negativa y otras neutral. Después se procedía a hacer lo mismo pero
añadiendo un matiz: el entrevistador tenía el interés de conseguir personas
para una investigación y pedía la colaboración de los entrevistados. Los
resultados fueron claros, las personas evaluadas preferían siempre al entrevistador
que les valoraba de manera positiva, pero la simpatía hacía él se reducía
significativamente en los casos en los que sabían que había un interés propio,
ya que se sentían adulados de manera engañosa. Así pues, a modo de resumen podemos decir,
mucho elogio + interés de fondo = se activan nuestras alarmas.
Los
favores funcionan de manera similar a los elogios. De hecho, la
investigación muestra que una buena manera de conseguir mejorar la relación con
alguien es logrando que nos haga un favor. Nos gustan más las
personas que nos hacen favores, incluso en aquellos casos en los que nos hacen
el favor de manera no intencionada. Albert
y Bernice Lott, de la Universidad de Rhode Island, lo demostraron en un
experimento con niños pequeños. Los niños eran divididos en tres grupos y el
objetivo de cada grupo era elegir caminos sobre un tablero para llegar hasta el
final. El grupo que elegía el camino correcto, ganaba el juego. Los niños iban
en fila cruzando un campo de minas imaginario y si el que iba el primero
escogía el camino equivocado era eliminado, así que el siguiente pasaba a
elegir otro camino diferente. Los resultados mostraron que los niños que
lograron cruzar el tablero y llegar hasta el final, mostraron mayor afecto por
sus compañeros de equipo ya que creían que habían contribuido a lograr el
objetivo. Lo curioso es que esa contribución no era intencionada y a pesar de ello,
tenía un impacto positivo en la forma de considerar a los demás.
Similar a los elogios, apreciamos a
las personas que nos hacen favores siempre que no nos hagan sentir en deuda,
porque entonces nuestra libertad queda amenazada. ¿Cuántas veces has sentido
que tienes que hacer un regalo a alguien porque anteriormente te regaló algo? Y
¿cuántas veces has querido no ser invitado a una fiesta para no tener que
responder después con otra invitación? Está claro, no nos gusta sentirnos condicionados.
Jack
Brehm y Ann Cole trataron de comprobarlo en una investigación en
la que pidieron a estudiantes que participaran en un importante estudio en el
que tenían que evaluar a otra persona. Obviamente no era el fin del estudio,
sino estudiar su propio comportamiento. Mientras que esperaban a que empezara
el experimento junto a otra persona (cómplice de los investigadores), el
cómplice salía de la sala y en unos casos volvía y se sentaba sin hacer nada
más, y en otros volvía con una bebida que daba a la persona. Después de esto se
pedía a las personas que ayudaran al cómplice a hacer una tarea. Lo que vieron
fue que quienes no habían recibido la bebida estaban más dispuestos a ayudar
que quienes la habían recibido, ya que estos últimos se sentían más “obligados” a implicarse en
la tarea.
En definitiva, algo que de entrada es
positivo, como un elogio o un favor, se puede convertir en un arma de doble
filo si percibimos otros factores de fondo. Así pues, una vez más, para
conseguir impacto en nuestras actuaciones, necesitamos ser muy sinceros con nosotros mismos y con
los demás… y saber que el resto también puede captar nuestras intenciones.
Referencias
- Amabile, T. (1983). “Brilliant but cruel: Perceptions of negative evaluators”. Journal of Experimental Social Psychology.
- Jones, E.E. (1964). Ingratiation. New York: Appleton Century Crofts
- Lott, B. & Lott, A. (1960). “The formation of positive attitudes toward group members”. Journal of Abnormal and Social Psychology.
- Brehm, J. & Cole, A. (1966). “Effect of a favor which reduces freedom”. Journal of Personality and Social Psychology.
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