Los genes, la vida frenética y el exceso de información tienen
la culpa de que cada vez sea más difícil recordar dónde colocó la cartera, el
móvil o las gafas de sol.
La desmemoria está afectando a gente cada vez más joven, como
resultado de las múltiples ocupaciones.
Móviles, llaves y carteras, pero
también dentaduras, tablas de surf o sillas de ruedas. Basta con echar un
vistazo a las oficinas de objetos perdidos para descubrir el carácter frágil de
la memoria humana. Pero esto es solo lo que perdemos fuera de casa. ¿Y aquellos
objetos cotidianos que extraviamos en nuestro propio hogar o lugar de trabajo? No se
desesperen: pasa en las mejores familias y tiene una explicación.
Según algunas investigaciones al
respecto, este olvidadizo y extendido hábito es común independientemente de la
edad y nada tiene que ver en su forma habitual con enfermedades relacionadas
con la memoria. De media, una persona extravía hasta nueve artículos al día y
gasta unos 15 minutos diarios en encontrarlos, inciden esos estudios. Gran
parte de la culpa de estos lapsos de memoria reside en nuestra herencia genética; a lo
que habría que sumar el estrés, la fatiga, la multitarea y, en los casos
particularmente graves, enfermedades como la depresión o los
trastornos de déficit de atención.
“Es la ruptura
en la interfaz de la atención y la memoria”, explica el profesor
de Psicología de la Universidad de Harvard y autor de Los siete pecados de la memoria Daniel L. Schacter. Y ¿qué significa esto? Pues básicamente una
falla entre el momento en el que dejamos el objeto en un lugar y no somos
capaces de activar nuestra memoria y codificar lo que estamos haciendo y el
momento en que intentamos recuperar esa memoria. Cuando ponemos las gafas de
sol en la entrada, nuestro hipocampo toma una suerte de instantánea o imagen de
ese momento que después nos sirve como recordatorio o post it mental. Es importante
prestar atención a esas acciones para poder codificarlas. Si no
recuperamos el momento, habremos perdido el objeto. ¿Y qué puede contribuir al
fracaso de la memoria? Pues, por ejemplo, un cambio en el estado de ánimo entre el momento de
codificación y el de recuperación, según Kenneth Norman, profesor de
Psicología de la Universidad de Princenton. Una escena familiar: Llega a casa
hambriento, suelta las llaves o las gafas y cuando va a buscarlas, ya saciado,
no tiene ni idea de dónde las dejó. Un consejo: intente rememorar la voracidad de horas
atrás.
De acuerdo con un estudio realizado en
la Universidad de Bonn (Alemania), la mayoría de las personas olvidadizas
presenta una variación en el gen receptor de dopamina D2 (DRD2) que las hace
más propensas a los fallos de memoria. “El despiste es
bastante común”, asegura Sebastian
Markett, autor principal del estudio e investigador en Psicología de la
Neurociencia, quien matiza que alrededor de la mitad de los motivos del olvido
observados en el estudio estaban relacionados con causas genéticas.
La
enfermedad de la vida ocupada
Hasta aquí la genética y el funcionamiento
de nuestro cerebro, pero también estos lapsos de memoria tienen que ver con nuestro estilo
de vida moderno. Y, parece ser, que cada vez son más normales entre
la gente joven. Investigadores del CPS Research de Glasgow (Escocia), que han
llamado a este tipo de desmemoria “síndrome de la vida ocupada” y que en el
mundo científico se conoce como "trastorno de discapacidad cognitiva subjetiva"
(SCI), constataron que cada vez somos más olvidadizos por nuestro estilo de
vida frenético y la sobrecarga de información. “La desmemoria es un proceso normal de la
vejez, pero tenemos evidencia anecdótica que sugiere que está ahora afectando a
gente cada vez más joven como resultado de múltiples
ocupaciones en el hogar o el trabajo y por el exceso de información
proveniente de los varios medios de comunicación que consumimos hoy en
día", explicaba el doctor Alan Wade.
El primer paso, y más evidente, para
solucionar el problema pasa por encontrar un lugar para cada objeto, que
además tenga algo de sentido para nosotros. Poner las llaves siempre en el
colgador tras la puerta, las gafas de leer en la mesita de de noche o el
cargador del móvil en el cajón del salón, es una ayuda.
Otra técnica, apunta Marcos McDaniel, profesor de Psicología
de la Universidad de Washington en St. Louis y coautor del libro Fitness Memory: Una guía para el
envejecimiento exitoso, es pensar e incluso decir en voz alta la acción que
estamos haciendo. Repita en voz alta: “Voy a poner la
cartera en la cómoda”. También sirve visualizar la acción que
queremos hacer en un futuro cercano. Imagine los tomates, la lechuga y el pollo
antes de plantarse en el supermercado.
Michael
Solomon
nos da una docena consejos en su web, así como en el libro How to Find Lost Objects (¿Cómo encontrar objetos perdidos?). Antes
de buscar, primero ha de tener una idea sobre dónde hacerlo; si
no está ahí el objeto, deshaga sus pasos, piense en lugares con tendencia
a camuflar (¿tras el cojín del sofá?) y siempre mire exhaustivamente, con un orden
y no al azar, y piense en ese pequeño radio de 18 pulgadas (45 cm.) por
el que vagan los objetos una vez depositados (la zona eureka).
Una última pista de regalo: existe un
gadget llamado Tile que, una vez
adherido al objeto de marras, nos permite poder localizarlo a través de una
aplicación de smartphone y en un radio de alcance de hasta 30 metros. Eso sí: cuidado con
traspapelar el iPhone.
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