El otro día estaba con un amigo que no
paraba de quejarse de la atención del cliente en España. En su extensa
disertación de quejas, incluyó también la corrupción y los políticos. Ya
sabemos, conversaciones habituales de cómo va el país. Podía estar en lo cierto
en muchas cosas (aunque ya sabemos que la percepción es selectiva), sin
embargo, eso
no significa que sea práctico. Me explico: nos empeñamos en repetir
frases hechas sobre cómo va el mundo para desahogarnos, para encontrar lugares
comunes con otras personas en las máquinas de café o en los ascensores o,
simplemente, para que nos hagan caso. Los motivos no importan. El problema es
si dichas frases nos aportan algo. La felicidad es un estado que se
ha de construir con determinadas acciones, emociones y pensamientos. Si nos
convertimos en un disco rayado repitiendo hechos que nos frustran, podremos
tener la razón, pero no resulta pragmático ni para uno mismo ni para los que le
rodean.
La pregunta que podemos formularnos es
muy simple:
¿vale la pena pelearse por tener la razón? Sinceramente, en muchas
ocasiones creo que no. En otro artículo hemos hablado de la inteligencia y de
sus tipos según Gardner. Pero más
allá de las investigaciones científicas, soy de la opinión que la inteligencia
más interesante es aquella que nos permite ser felices y tomar decisiones
que nos ayudan a sentirnos bien. Cualquier persona a la que le
preguntes sobre su objetivo vital, en un porcentaje altísimo, te dirá que ser
feliz y vivir en paz. Si este es nuestro anhelo, tendríamos que plantearnos si
las ideas que esgrimimos por tener la razón y la energía que perdemos en
determinadas “batallas
dialécticas” nos ayudan a ello. Nuestros padres, pareja o amigos
pueden ser de un modo u otro, al igual que nuestra empresa o nuestro país…
Podremos criticarlos, enfadarnos, montar blogs de crítica… pero si no está en
nuestras manos un cambio sustancial y no estamos dispuestos a hacer algo por
dicho cambio, no vale la pena desgastarse en ello. Por tanto, un
truco para incrementar nuestra felicidad es sencillamente negarnos a alimentar
conversaciones y pensamientos que nos desgastan por dentro por mucha razón que
tengamos. Si
queremos cambiarlo, hagámoslo; si no, aceptémoslo pero no nos peleemos por ello.
No es práctico ni demasiado inteligente para nuestro anhelo de felicidad.
Todo lo anterior no significa
desarrollar una actitud de sumisión o de resignación ante la realidad. La
resignación es la falta de acción y es diferente a la aceptación. Aceptamos lo
que no podemos evitar o aquello que no está en nuestras manos. La
resignación lo es a priori de cualquier intento de cambio y de búsqueda y está
relacionada con actitudes sumisas, las cuales, son la antítesis de la felicidad.
Cuando hablo de practicidad en nuestras decisiones, me refiero a la esencia del
conocido proverbio chino o a la famosísima máxima de Gandhi:
Conviértete en el cambio
que quieres ver en el mundo.
Si sustituimos el concepto
preocupación por pelea, llegaremos a la misma conclusión. Si algo te molesta, actúa; y si no quieres
o no puedes, cambia la actitud para contemplarlo de manera más amable.
De otro modo, generarás una actitud poco práctica para el desafío más
importante que tenemos: ser felices (y posiblemente, contribuir a la felicidad
de los que te rodean).
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