Mejor ser guapo que feo, ¿o no? La
ciencia aclara que los menos agraciados interiorizan mejor los elogios, están
menos pendientes de su aspecto, se les recuerda mejor, parecen más amables y
resultan menos intimidatorios
La polémica sobre la influencia del
factor físico está establecida desde hace mucho. Ya en el siglo IV a. C., el
filósofo griego Aristóteles enunció
su famoso apotegma “la belleza física es una presentación
mejor que cualquier carta de recomendación”. Sin embargo, los
hechos demuestran que los menos agraciados –entre los que se cuenta el autor de
este artículo que, de ahora en adelante, se tomará la licencia de hablar en
primera persona– pueden triunfar incluso en terrenos reservados a los guapos.
Tres siglos después de Aristóteles, en el I antes de Cristo, la faraona Cleopatra deslumbró y sedujo a Julio César y Marco Antonio con unos rasgos físicos que difícilmente por aquella
época se adaptaban a ninguna pauta de belleza. En el reverso de una moneda
hallada hace poco se la representa como quizás fue realmente: con barbilla muy
saliente, frente abombada, calvicie, ojeras, nariz ganchuda y bocio
(abultamiento en el cuello).
Hoy en día, la complejidad del tema
sigue dando para discusiones. El imaginario colectivo asume –como hacía Aristóteles– que la belleza externa es
una ventaja en todos los ámbitos. Robert
Redford afirmaba hace pocos años que “ser guapo no te da la felicidad… pero sí te la pone al alcance
de la mano”. Sin embargo, la experiencia vital no ratifica en tantos
casos ese impacto positivo. Todos tenemos a nuestro alrededor personas con poco
atractivo físico que han triunfado en gran cantidad de variables profesionales
y personales.
El potencial de seducción, esa
variable que optimizó la poco agraciada Cleopatra,
sigue siendo un ejemplo de que la influencia de la belleza no es un factor
sencillo de analizar. Hay muchas personas que siguen pensando que la belleza
física es el valor más importante a la hora de ligar. Incluso algunos
científicos parecen ratificarlo: desde las pioneras teorías de Desmond Morris hasta los escritos
recientes de David M. Buss hay
muchos investigadores que afirman que nuestra selección está guiada por
patrones de atractivo físico que en realidad son síntomas de una mayor probabilidad de que
nuestros genes se reproduzcan.
Desde ese punto de vista, la razón por
la que la belleza es tan importante parece clara: elegimos determinados rasgos
(simetría, piel sin imperfecciones, curvas femeninas, hombros anchos
masculinos...) porque si la persona los posee hay más probabilidades de que
esté sana y sea una buena apuesta a la hora de mezclar nuestros genes.
Sin embargo, la supuesta homogeneidad
que predeciríamos si todos eligiéramos a personas que nos resulten guapas se
diluye cuando vemos lo que realmente ocurre. Hay millones de personas
enamoradas de millones de hombres y mujeres que difícilmente podrían ser
catalogados como atractivos ciñéndonos a esos valores. Y si cogemos cualquier
lista votada por el público de los hombres y mujeres más seductores veremos que
un porcentaje alto de ellos se saltan esos cánones de belleza.
Para resolver esta paradoja, muchos
investigadores (psicólogos, antropólogos, biólogos…) han puesto manos a la obra
para intentar desentrañar si realmente ser guapo es, únicamente, un factor
positivo para el éxito vital. Estas investigaciones tratan de desentrañar si la
falta de atractivo físico supone una ventaja en ciertas variables importantes.
Los resultados alivian a quienes no somos especialmente agraciados. Estos son
los cinco más estudiados:
Los
feos interiorizan los elogios
El psicólogo Edward Diener, profesor de la Universidad de Illinois, es uno de
los grandes investigadores sobre temas de felicidad, lo que le ha llevado a
extraer una gran cantidad de datos sobre la autoestima. Y uno de los efectos
menos esperados de esas cifras es la nula influencia que tiene el atractivo físico en el
aprecio que las personas se tienen a sí mismas. Las personas más
guapas tienen, frecuentemente, problemas de autoestima. De hecho es habitual
escuchar a personajes públicos famosos o amigos atractivos hablando de sus
inseguridades y complejos. Diener ofrece una explicación a esta falta de
correlación entre la belleza y la autoestima. Según este investigador, las personas
más atractivas tienden a desconfiar de los halagos recibidos. Hay
varias razones para ello.
Por una parte, los elogios con referencia al físico
parecen siempre más efímeros: la belleza dura poco tiempo. El carpe
diem funciona como tópico literario, pero el amor por uno mismo requiere valores intrínsecos,
cualidades que van a durar toda la vida. Las alabanzas por factores
físicos que no tienen por qué estar ahí dentro de unos años no se interiorizan.
Por otra parte, las investigaciones
encuentran otro motivo para la desconfianza: el objetivo sexual. Cuando
alguien elogia el atractivo de una persona, está pensando en ella desde un
punto de vista erótico. Y es difícil que la imagen personal de alguien se nutra
únicamente del hecho de sentirse deseado. Las personas menos agraciadas, por el contrario, suelen
aceptar los elogios como sinceros. Los halagos suelen darse por
características más estables que la belleza y con objetivos menos interesados y
eso los hace más creíbles. Y eso redunda en que los menos agraciados
interioricemos más los elogios.
Los
feos estamos menos pendientes de nuestra imagen personal
En sus investigaciones, Diener encuentra otra razón por la que
las personas atractivas físicamente disfrutan menos de los halagos: el factor
costumbre. Las personas a las que se encarece su belleza llevan años
oyendo exactamente los mismos requiebros. Y al final, esos halagos pierden su poder de elevar la
autoestima. De hecho, cuando se les pregunta sobre el efecto de los
elogios, se descubre que sólo sirven para aumentar la presión que se crea por
la responsabilidad que supone “mantener el nivel”. Los guapos crean
expectativas demasiado altas de entrada y pierden el efecto sorpresa, que es
esencial para suscitar atracción: están continuamente pendientes de mantener lo
que tienen. Por el contrario, a las personas menos agraciadas se nos nota más
cuando nos arreglamos o mejoramos físicamente. El sistema cognitivo de
procesamiento del medio funciona por comparación: detecta novedades, no características
permanentes. Y por eso una persona fea arreglada resulta más
llamativa que una guapa que está siempre bien.
Esta tendencia de nuestra percepción a
funcionar por comparación produce otro efecto muy observado en los
experimentos: se
suelen ignorar el resto de características positivas de los más atractivos.
La belleza es una característica tan sobresaliente que tapa el resto de
cualidades y eso hace que, poco a poco, estas últimas se vayan atenuando. Un
ejemplo del que se suele hablar en el ámbito de los recursos humanos: las
personas con un buen físico que se esfuerzan mucho para trabajar eficazmente es
mucho más fácil que dejen de hacerlo.
Este efecto de disolución del resto de
características positivas era recordado por el dr. House en la famosa serie: en un momento determinado, la dra.
Cameron le pregunta “¿Por qué me contrataste?”. House le responde
que la eligió porque estaba muy bien físicamente. Cameron protesta indignada y
le increpa tratando de saber si lo que buscaba era acostarse con ella. Cuando
House lo niega, Cameron le recuerda que trabajó muy duro para llegar a ser lo
que es. La contrarréplica del polémico doctor resume lo que se ha dicho sobre
el problema que pueden tener las personas atractivas: “No tenías que hacerlo. La gente elige el
camino que le da la mayor recompensa con el menor esfuerzo, es una ley natural,
y tú la desafiaste. Por eso te contraté”.
Las personas que cuentan con un buen
físico viven una gran presión social para cuidarlo y descuidan el resto de
cualidades. Pero cuando no se cuenta con la belleza, uno puede relajarse con el
tema físico y se puede dedicar a cultivar otras cualidades. Y eso, a la larga, puede ser una
estrategia más adaptativa.
A los
feos se nos recuerda mejor
Un estudio de la universidad alemana
de Jena volvió a poner recientemente de manifiesto este efecto que ha ido
apareciendo en muchos experimentos sobre memoria. Los investigadores mostraron
a los sujetos cientos de fotografías, algunas de rostros perfectos (simétricos
y de proporciones armoniosas) y otras de rostros con rasgos poco agraciados.
Días después, se les preguntó a los voluntarios para saber cuáles eran las
fotografías que mejor recordaban. Y los resultados demostraron que las caras menos
atractivas habían sido mucho mejor retenidas por los sujetos.
El factor que se pone en juego no es
la connotación del recuerdo: cuando se identificaban fotografías que
correspondían con personas guapas se asociaban a sensaciones más positivas. En
casi todas las investigaciones que hablan de la influencia de la belleza, lo
que se tiene en cuenta es que recordamos con más agrado a aquellos que tienen
atractivo. Pero lo que pone de manifiesto experimentos como el de la
Universidad de Jena, es que esto ocurría menos a menudo porque el recuerdo, en
muchos más casos, se había desvanecido.
¿Es
más importante que cuando se acuerden de nosotros sea con connotaciones positivas
o que nos recuerden durante más tiempo?
Como demuestra el repetido lema “que hablen de ti, aunque sea mal”, en
muchos campos, lo importante es dejar impacto, sea positivo o negativo. Hay una
gran cantidad de actores, vendedores, presentadores de televisión y seductores
que deben sus éxitos a tener una cara memorable, un rostro quizás imperfecto
pero resultón. Y, además, con la edad el efecto se hace más notable: cuando el
atractivo físico empieza a ser menos importante, lo importante es el factor
diferencial, la huella que se deja en los demás.
Los
feos resultamos menos intimidatorios
Una investigación publicada hace tres
años, realizada conjuntamente por la Universitat de València y la de Groningen,
constató el nerviosismo
que producen las personas atractivas. Cuando a un grupo de hombres
se les pidió que hicieran sudokus delante de una mujer guapa, se observó como
aumentaban sus niveles de cortisol, la hormona que nos produce desasosiego.
El efecto era tan notable que, en
muchos medios, la investigación se publicó con titulares como Las mujeres bonitas serían perjudiciales
para la salud de los hombres. Los datos de la citada investigación eran muy
llamativos porque, como nos recordaba Alicia
Salvador, una de las directoras del estudio, la significativa elevación de
niveles de cortisol se daba porque estaban delante de chicas que “no eran
modelos, sino estudiantes universitarias. Guapas sí, pero chicas normales que
colaboraron con nosotros”.
En la vida cotidiana ese temor que nos produce la belleza es habitual.
Pocas
personas se atreven a intentar ligar con los chicos y chicas físicamente
imponentes: aunque en principio se dice que esta tensión ante las personas más
atractivas afecta especialmente a las personas inseguras, los estudiosos de
estos temas nos recuerdan que, en asuntos de seducción, la mayoría de
individuos tienen poca seguridad en sí mismos y eso hace que la intimidación
elimine gran cantidad de posibilidades a las personas atractivas. El efecto de
desasosiego que produce la belleza puede llegar al extremo: en psicología
clínica, de hecho, hay suficientes personas que lo sufren como para que el
fenómeno tenga nombre: venustrafobia.
Hay, además, otro inconveniente para
los guapos. En estos temas solemos focalizarnos en nuestro grupo objetivo,
calculamos desde jóvenes el espectro estético con el que creemos que podemos
triunfar, y a las personas más guapas las sentimos fácilmente fuera del rango.
De hecho, una queja habitual de los más atractivos es la dificultad que supone
a la hora de salir: es muy duro ir a ligar a una discoteca con un amigo/a
guapo/a. Es mucho más reforzante ir con alguien menos aparente físicamente que
nosotros.
El temor que infunde la belleza no
solo tiene consecuencias en la seducción. Hay numerosas investigaciones que
sacan a la luz, por ejemplo, la dificultad que supone la belleza a la hora tener
una situación de tensión con alguien… aunque este momento desasosegante
pueda ser bueno para esa persona a medio plazo. En los experimentos se extraen
datos que muestran, por ejemplo, que a los alumnos más atractivos se les
corrige menos; a los jefes más guapos se les advierte más tarde de que la
situación se les está yendo de las manos… e, incluso, que a los individuos
atractivos se les diagnostican enfermedades menos graves que las que tienen. Nos cuesta más
tolerar la tensión que supone apenarles. Y eso puede tener malas
consecuencias para ellos.
Los
feos parecemos más amables
James
McNulty
dirigió en el año 2008 a un equipo de psicólogos que reclutó a decenas de
parejas heterosexuales con varios años de relación. Estos investigadores
dividieron a las parejas en tres grupos: aquellas en las que los dos miembros
tenían un parecido similar, aquellas en las que él era más atractivo que ella
y, por último, parejas en las que la mujer era más atractiva que el hombre.
Después, las pusieron a charlar e interaccionar durante diez minutos.
Los resultados, que se publicaron en
el Journal of Family Psychology demostraban un efecto esperable: en las parejas
de belleza disímil, había un comportamiento mucho más entregado y amable por
parte de la persona menos agraciada. En todo caso, eso era lo que percibía su
pareja. De alguna manera, se espera que los feos tratemos de compensar la falta de
belleza con otros factores relativos al trato y al esfuerzo por mantener la
relación.
Nuestra mente funciona con lo que el
psicólogo Solomon Asch denominó teorías
implícitas de personalidad. Asociamos implícitamente (no es algo de
lo que seamos conscientes) ciertas características con otras. Una de esas ideas
subterráneas es que las personas más agraciadas son más prepotentes
(porque se lo pueden permitir) y los que tenemos menos atractivo somos más amables.
No importa mucho que las investigaciones no encuentren esta correlación: está
presente en el imaginario colectivo y acaba teniendo un efecto de profecía
autocumplida. Como encaramos a las personas guapas dando por hecho que van a
ser distantes, buscamos las señales de su altanería y, a la mínima, acabamos
por convertir la relación en algo tenso. Y al contrario: con individuos con
peor físico, contamos con su mejor acogida y nos relajamos… lo cual redunda en
una relación más cercana. Un ejemplo de esa afabilidad que se nos supone a los
menos agraciados es, seguramente, este artículo. Pocas veces oímos hablar a una persona
atractiva sobre las ventajas que le supone ser tan guapa. Sin embargo, los feos
podemos rebuscar entre las investigaciones para encontrar los factores vitales
que optimizamos sin resultar engreídos. Lo cual no deja de ser una
ventaja…
Belleza
fea, fealdad bella
El arte del siglo XX se encargó de
manera radical no sólo de borrar la frontera en la alta y la baja cultura sino
entre los límites de la belleza y la fealdad. Cubistas, expresionistas
(alemanes, belgas, holandeses, americanos, franceses, de nuevo alemanes...)
fusionaron lo bello y lo horrendo con resultados escalofriantes. Algunas obras
de estos artistas, desde Dubuffet a Basquiat, pasando por Kokoschka o Klee,
ilustran el artículo en la edición impresa sobre las ventajas y el atractivo de
ser feo.
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