Quim
y Javier, compañeros de trabajo, empezaron teniendo diferencias laborales que
degeneraron en un enfrentamiento continuo y, finalmente, en una agria
discusión. Después de aquello pasaron un par de años sin hablarse, soportando
una tensa relación que obviamente les afectaba personal y también
profesionalmente. Hasta que un buen día, sin premeditación, solo siguiendo un
impulso espontáneo, uno de los dos decidió romper el hielo. «Esta
situación es una solemne estupidez. Y nos estamos haciendo daño. ¿Lo dejamos
correr?», propuso Quim. Javier, sin pensarlo dos
veces, contestó:«Hecho».
No perdieron ni un minuto más en discutir lo que les había ocurrido tiempo
atrás, entre otras cosas porque ya ni siquiera recordaban el motivo concreto de
su disputa. Tomaron una copa, charlaron y, sin más, reiniciaron una convivencia
sana y fructífera como adultos civilizados.
Eso
que se supone que somos, adultos civilizados, a menudo queda en entredicho por
la dificultad de comenzar y mantener relaciones sociales. Y es que «construir relaciones es un arte», afirma Ferrán
Ramón-Cortés (Barcelona, 1962), consultor y profesor de comunicación
personal.
El
autor del libro ‘La química de las
relaciones’ (Planeta) sostiene que, en contra del principio fundamental de
la energía, «las relaciones sí se crean, también se destruyen e
inevitablemente nos transforman».
«Se
crean –explica– si tenemos la firme determinación de querer crearlas y si
hacemos las cosas necesarias para que ello ocurra. Se destruyen si no las
cuidamos, si no las mantenemos vivas, y si nuestros comportamientos las ponen
en peligro. E inevitablemente nos transforman, pues crecemos como personas y
como profesionales en relación con los demás».
A
partir de historias ejemplares como la de Quim y Javier, Ramón-Cortés ayuda a
reconocer qué comportamientos sirven para construir sólidas relaciones y cuáles
las ponen en peligro. Su método de autoayuda consiste en pesar unos y otros en
lo que él llama «balanza emocional»
para referir que «las relaciones que funcionan son las que mantienen en
la balanza un saldo positivo entre ingresos (muestras de reconocimiento,
agradecimientos, manifestaciones de cariño...) y reintegros (críticas,
conflictos, enfados, incumplimiento de compromisos...)».
El
problema radica en que estamos naturalmente inclinados a dar más importancia
a lo malo que a lo bueno,
un mecanismo cerebral de autodefensa llamado
‘sesgo de negatividad’ cuantificado
en un promedio de cinco a uno. «Esto
significa que necesitamos cinco halagos para compensar una crítica y recomponer
el equilibrio en la balanza».
En cambio tendemos al reproche:«Sería recomendable ser siempre explícitos y rápidos
en el reconocimiento y cuidadosos en la crítica. Y, por lo general, hacemos
justo lo contrario: somos inmediatos e implacables en la crítica y omitimos
casi siempre el reconocimiento».
Hay
gente que sabe que la mejor manera de tener controlados a los demás es
minándoles la moral y la autoestima. Los fracasos nos asustan y reaccionamos
cerrándonos en nosotros mismos. El miedo lastra las relaciones haciendo que
tomemos muchas prevenciones para no quedar expuestos. En consecuencia,
advierte, «estamos perdiendo la autenticidad de
las estrechas relaciones que trabábamos en el pueblo o en el barrio». Además, las redes sociales, aunque favorecen el
contacto virtual, amenazan con convertirse en sustitutivos de las relaciones
reales. «Las redes son una herramienta
fantástica, pero en Facebook no puedes darte abrazos».
«Compartir
los sentimientos con los demás es un acto de valor», afirma Ramón-Cortés. «Una relación sólida –añade– se basa en
ser sincero y al mismo tiempo en no dudar de la sinceridad del otro». Se basa también en la libertad de la misma, en la
autenticidad, en la empatía, en interesarse de verdad por los demás, en la
pequeña comunicación diaria... «Diálogo antes que discusión. Emociones antes que
razones. Hablar más y escuchar mejor. Porque los conflictos rara vez se
resuelven solos... Hay que hablar. Hablar
mucho y cuanto antes».
Son algunos de sus consejos.
Yuno
más, muy importante: conocerse y aceptarse a uno mismo para saber convivir con
el otro.
«Porque el trato que doy a los demás
acaba siendo fiel reflejo del trato que me doy a mí mismo. Si soy demasiado
exigente conmigo mismo, no me perdono ni una y me censuro lo que hago mal,
acabaré haciendo lo mismo con los demás. No
puedo perdonar sin perdonarme. No puedo querer sin quererme. No puedo ver lo
bueno que hay en los demás si no veo lo bueno que hay en mí».
Excelente artículo...Quiero este libro.
ResponElimina