Adaptación es la
palabra clave, la fórmula secreta para encajar las malas rachas sin rompernos.
Necesitamos poder
volver a sentir bienestar aunque las circunstancias sean otras.
La frase “desear
lo mejor y estar preparados para lo peor” es una buena fórmula para ponernos en
marcha
Cristina,
divorciada y con dos hijas, vive en casa de su madre mientras espera encontrar
algún trabajo y que su exmarido (también en el paro) le pase la pensión. Vive
avergonzada. A sus vecinos no les dijo que el piso se lo quitó el banco, sino
que simuló que se mudaba. La vergüenza y la tristeza se mezclan con la rabia de
las situaciones humillantes que tiene que vivir. Le pidieron dinero para tener
derecho a acceder a una entrevista de trabajo, y en una empresa de ventas de
aspiradores le solicitaron que pagara por anticipado las futuras ganancias.
Sonríe cuando está con sus hijas mientras la pena la destroza por dentro. Esta
historia está inspirada no en uno, sino en muchos casos reales.
¿Cuáles
son las etapas por las que pasamos tras sufrir un duro golpe? La
respuesta es: no hay etapas. La mayoría de estudios demuestran que cada uno
reaccionamos a nuestra manera. Así que no debemos creer que hay una única forma
de superar las circunstancias adversas. Por eso mismo, debemos huir de las
comparaciones. No nos podemos fijar en los demás porque, entre otras cosas, al otro lo
vemos por fuera, no por dentro, y desconocemos las emociones que recorren su
interior.
SOMOS
RESILIENTES
“En esta vida hay
que morir varias veces para después renacer. Y las crisis, aunque atemorizan,
nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra” (Eugenio Trías)
Nuestro estado
anímico tiene una textura elástica. Por muy inverosímil que parezca, muchas
investigaciones concluyen que la mayoría de las personas, tras golpes de
suerte, como ganar grandes cantidades en la lotería, o grandes desgracias, como
quedarse parapléjico, a los 12 meses, pasada la euforia o la depresión, vuelven
a ser las de antes.
La resiliencia
se define como la capacidad de adaptación, para encajar y resistir golpes
sin rompernos y volver al estado inicial. Se creía que solo algunas
personas poseían esta capacidad. Hoy se sabe que la gran mayoría de nosotros
somos resilientes.
Según Dan Gilbert, profesor de psicología de
la Universidad de Harvard, los seres humanos tenemos una maquinaria cognitiva
no consciente que nos ayuda a cambiar nuestras visiones del mundo para poder
sentirnos mejor. En esta misma línea, Luis
Rojas Marcos afirma que tenemos un mecanismo genético que protege nuestro
estado de ánimo. Recurrimos a comparaciones que nos favorecen: “Yo estoy en paro, pero fulanito tiene una enfermedad
grave”.
Cuando después
de una hecatombe volvemos a sonreír porque nos hemos adaptado a la nueva
situación, alguien podría pensar que esa sonrisa es en realidad falsa, pero ese
bienestar es real. La autenticidad de las emociones no viene dada por las
circunstancias, sino por cómo las vivimos.
Dos de los
grandes pilares de los sujetos resilientes son: la conexión con otras personas y el optimismo.
No solo están muy bien conectados, sino que saben utilizar esos contactos.
Además del apoyo práctico que nos pueden brindar los amigos, la ayuda emocional
no tiene precio. Cuando explicamos lo que nos pasa, tenemos que sacar el
problema de dentro afuera. Para hacerlo, esa gran bola que ocupa nuestra cabeza
debe ser troceada en pedacitos. Si cortamos el problema a trozos ya lo transformamos en
algo más abarcable.
El segundo
gran pilar es el optimismo. Ser optimista no consiste solo en mirar
positivamente el futuro, sino también el pasado. No es lo mismo girar la cabeza
hacia atrás y atribuir lo que nos ha pasado a algo modificable que pensar que
es culpa de alguna característica intrínseca nuestra. Los optimistas suelen
atribuirlo a circunstancias que se pueden cambiar, lo cual provoca que vean el
futuro más controlable.
UN
GOLPE TRAS OTRO
“La crisis se
produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer” (Bertolt Brecht)
A pesar de la
capacidad de adaptación de los humanos, la crisis actual tiene un formato que,
en algunos casos, impide que esta facultad cumpla sus funciones. Sufrimos un
golpe y nos adaptamos. El problema es que actualmente algunas personas reciben
un golpe tras otro: se quedan sin casa, pierden el trabajo...
Otra losa de
esta crisis es la incertidumbre. No nos deja dormir. Según Antonovsky (y muchas investigaciones confirman sus ideas), los
humanos, cuanto más estable y controlable vemos el mundo, mejor estamos física
y psicológicamente. Esta crisis nos lo pone difícil para ver el mundo
manejable.
“Wishful
thinking”
se traduce como “fantasías esperanzadoras”. Es
una trampa en la que solemos caer cuando la desesperación nos sacude. “Sé que me va a pasar
algo bueno”, “presiento que antes de dos meses tendré trabajo”… Estos
pensamientos nos provocan paz unos minutos, pero son extremadamente peligrosos.
Si Cristina, nuestra protagonista, pensara así con sus fantasías, no se
adaptaría a la situación actual, y lo mejor es acomodarse a ella para conseguir
serenidad y así tener más probabilidades de encontrar una solución a la
situación.
“Desear lo mejor
y estar preparados para lo peor”. Esta frase significa, en el
caso de Cristina, desear encontrar un trabajo rápido. Ese deseo la animará y la
pondrá en marcha. Y prepararse para la posibilidad de que tarde muchos meses en
encontrarlo. Esta concienciación llevará a Cristina a instalarse en su
situación y a estar más tranquila en ella. Es una buena fórmula.
RECONSTRUIRSE
“En las grandes
crisis, el corazón se rompe o se curte” (Honoré de Balzac)
Del prodigioso
cerebro de Einstein surgieron ideas que revolucionaron nuestra visión del
mundo. El tiempo es relativo. Para el común de los humanos, esa idea nos resulta
incomprensible. Einstein decía: “Los problemas
que tenemos no pueden ser resueltos en el mismo nivel de pensamiento que los ha
creado”. Esto es, no le quedó más remedio que dinamitar muchas
premisas, preconcepciones, ideas-pilares de la física para poder llegar a su
nueva visión.
Romper con lo
previo para alcanzar una nueva mirada es un proceso mental que también
caracteriza a las personas que salen airosas de situaciones traumáticas. De
hecho, se estima que dos tercios de los sujetos que viven este tipo de
circunstancias no solo son capaces de superarlas, sino que acaban por crecer
personalmente. La situación les fuerza a ponerse en un nivel superior si
quieren afrontar el dolor. Aprenden grandes lecciones de vida que ya se
quedarán con ellos. Desde su silla de ruedas, una mujer de 34 años me explicaba
que antes del accidente, 11 años atrás, solía compadecerse de sí misma y caer
en profundos pozos negros. “Ahora no me
puedo permitir ese lujo”, fueron sus palabras.
Subir de un
nivel a otro suele conllevar sufrimiento. Pero llegar resulta liberador. A ese
escalón más elevado cada uno llegamos a nuestra manera: logrando resituar
nuestros valores hasta ver absurdas algunas cosas que nos preocupaban en el
pasado, aprendiendo a ser humildes hasta quitarnos de la boca “eso nunca me pasará a mí”, dándonos
cuenta de cómo podemos ayudar a los demás y ellos a nosotros, consiguiendo que
no nos afecte “el qué dirán” hasta
liberarnos de la opinión ajena, asumiendo nuestras debilidades hasta hacernos
fuertes. Y, sobre todo, recordando que, tras la tempestad, los rayos del sol vuelven a asomar
entre las nubes.
REENCONTRAR LOS SUEÑOS
PELÍCULAS:
– ‘Luna de Avellaneda’, de Juan José
Campanella.
– ‘Lloviendo piedras’ y ‘La cuadrilla’, de Ken Loach.
– ‘Las cenizas de Ángela’, de Alan Parker.
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