Los momentos críticos pueden convertirse en una oportunidad de crecimiento si se viven con aceptación y comprensión.
LAS
CRISIS PERSONALES MÁS FRECUENTES:
DE
PAREJA:
Supone replantearse la vida de pareja, si seguir juntos o separarse, cuando el
nivel de conflicto o insatisfacción fuerza a decidir entre: realizar cambios en
la relación, seguir igual o a la separación.
FAMILIAR:
Aparecen a menudo en momentos de transición, pues generan cambios en la
estructura familiar, como, por ejemplo, cuando se incorporan o se despiden (por
muerte o porque marchan de casa) miembros de la familia.
DE
IDENTIDAD:
La definición que tenía la persona acerca de sí misma se pone en cuestión a
raíz de un suceso, una pérdida, un fracaso o cambios vitales. Es común sentirse
desorientado, sin propósitos, hasta que la persona encuentra una nueva forma de
definirse.
VITAL: Son
las crisis que acontecen cuando se pasa de una fase vital a otra: Al pasar de
niños a adolescentes, al marchar de casa, inicio del trabajo, ser padres,
entrar en la madurez, etc…
La palabra crisis asusta. La asociamos
a momentos difíciles y dolorosos, a incertidumbre, confusión. Decimos que
estamos en crisis cuando algo amenaza con quebrarse: tememos perder el trabajo,
dudamos sobre nuestra vida en pareja, nos sentimos descontentos con nosotros
mismos… Algo que hasta entonces era una parte sólida y segura de nuestra vida
se pone en interrogante, produciendo una incómoda sensación de inestabilidad.
Son muchas las
formas y los niveles en que puede manifestarse una crisis, desde síntomas
físicos y psicológicos hasta problemas familiares o sociales, así como también
son muchos los motivos que pueden favorecer que emerja un conflicto. Las
pérdidas importantes, los fracasos, las exigencias, los cambios… pueden hacer
que la tensión llegue a un límite y se desborde. Entonces aparece el conflicto en su máxima
expresión, como el punto culminante de un proceso que ha podido gestarse
durante tiempo.
Si reducimos
las crisis a su aspecto negativo nuestra visión de los hechos queda limitada,
simplemente son situaciones que nos asustan, nos sobrepasan y que preferimos
evitar. Pero en griego la palabra Krisis significa también decisión,
cuestionamiento. En medicina, por ejemplo, se denomina «crisis
curativa» al momento decisivo de la enfermedad, en el que puede
darse un cambio tanto hacia la mejoría como hacia el empeoramiento.
Todas las
crisis implican estas dos realidades, pues suponen un peligro y una oportunidad. El
peligro viene dado porque sufrir una crisis significa atravesar un túnel
oscuro, donde se pierde por un tiempo la claridad y las referencias, donde es
probable extraviarse o quedarse encallado. Y supone una oportunidad porque si
se logra atravesar ese túnel, si se consigue aceptar lo que surge y se sigue
avanzando, es posible salir a otro lugar, diferente, transformado y con mayor
comprensión tras la experiencia.
Todos en un
momento u otro tendremos que enfrentarnos a algún tipo de crisis, la cuestión
posiblemente esté en cómo vivirla para atenuar la desorientación y convertirla
en una oportunidad de crecimiento.
¿POR
QUÉ AHORA?
Una persona
sufre de improviso, sin razón aparente, un ataque de pánico. A partir de ése
día el miedo a que vuelva a repetirse trastoca su vida. Otra persona siente
desde hace tiempo una gran desolación, nada le apetece y todo le supone un
enorme esfuerzo. Una pareja se pregunta si seguir juntos o separarse tras una
infidelidad. La angustia, la depresión y el rencor respectivos… deben
entenderse como síntomas y, por lo tanto, como la parte visible de una crisis.
Si se pregunta
a estas personas, u a otras con problemas distintos por qué ha aparecido ahora,
en ese preciso momento, esa crisis, algunas podrán ligarlo a una situación
personal que les está preocupando o haciendo sufrir especialmente. Sin embargo,
otras veces, el motivo real se mantiene velado y la persona no entiende el
porqué de su malestar, ni sabe qué es lo que realmente le pasa.
Todas las crisis aparecen en un escenario determinado, en un
momento puntual de la vida, ante unas circunstancias peculiares, con una
historia personal como base… Los síntomas, por lo tanto, no caen
del cielo, ni aparecen por casualidad, sino que tienen un sentido dentro de la
historia de cada uno.
Descubrir algo
de este origen y del escenario en el que se han labrado los síntomas es
importante. Sin embargo, para lograrlo uno ha de esforzarse o a veces recurrir
a ayuda, pues en los momentos críticos la confusión y el caos emocional enturbian
la visión que se tiene de las cosas. Para empezar a tirar del hilo cabe
preguntarse: ¿qué cambios se han dado en los últimos tiempos? ¿qué situaciones
han precedido a la crisis? o ¿qué realidad interna se ha mantenido negada y se
ha acumulado hasta desbordarse? Intentar comprender la crisis, por muy difícil que sea,
no es otra cosa que intentar comprenderse a uno mismo.
EL
MENSAJE DE LOS SÍNTOMAS
Los síntomas son la forma que adopta la crisis.
Pueden ser más o menos intensos, más o menos duraderos, pero en todo caso son
la expresión de un conflicto que sale a la superfície. Podemos negar ése
síntoma, podemos intentar taparlo cuanto antes con medicación, pero es preciso
recordar que aunque resulte desagradable o cause sufrimiento, tiene una
función: informarnos
de que algo no anda bien.
¿Qué ocurriría
si ante una señal de alarma en lugar de apagar el fuego apagáramos la señal? De
alguna forma así se reacciona a menudo con los avisos que envía el organismo.
La medicación en una crisis puede ser necesaria, a veces incluso indispensable,
pero en todo caso debería ser un medio, un recurso para iniciar cambios o
aclarar la situación, y muchas veces se utiliza como un fin, para silenciar
los síntomas y simplemente dejar de sufrirlos.
El dolor, la
angustia, los miedos, la sensación de vulnerabilidad, la tristeza… en ocasiones
pueden ser muy difíciles de soportar. Pero hay algo que puede ayudar a
tolerarlos mejor: darles un sentido. Si entendemos los síntomas
como parte de un proceso mayor, de una crisis, no sólo son algo desagradable y
que nos causa molestia, sino que también son una puerta de entrada a un posible
cambio, pues permiten
que salgan a la luz conflictos o emociones y que a partir de aquí se puedan
elaborar.
¿Qué
pasaría si en lugar de luchar contra estos síntomas los utilizáramos como
aliados?
Lo primero es que tendríamos que responsabilizarnos de nuestro propio proceso.
Ya no podríamos echarle la culpa a la depresión o a la ansiedad, o utilizarlas
según nos convenga, sino que veríamos la necesidad de tomar partido y de buscar
maneras para atravesar esa crisis. Lo segundo es que al aceptar los síntomas
podríamos aprender a descifrar su mensaje, intentando entender el lenguaje metafórico en el que nos
hablan.
La diferencia
entre encontrar un sentido a la crisis o no es como adentrarse en el túnel con
o sin linterna. Con esta ayuda ya no se dan tantos pasos en falso, ni es tan
fácil perderse. La persona puede orientarse mejor, aunque igualmente tenga que
atravesar pasos angostos. Si alguien comprende, por ejemplo, que su malestar se
debe a que tiene que aclarar algún conflicto personal, a las secuelas de un
duelo mal vivido, a estar atravesando un época de cambios, o un replanteamiento
general de su vida… este entendimiento le ayudará a sobrellevar mejor la
crisis.
EL
LAZO DEL PASADO
Hay momentos
en que el riesgo de que aparezca una crisis es mayor, como en las etapas de
transición, cuando se cumple un ciclo vital y se inicia otro. El nacimiento, la
pubertad, el paso de la emancipación, traspasar el ecuador de los cuarenta, la
entrada en la madurez, la jubilación y, por último, la muerte, son sólo algunas
de las transiciones importantes que jalonan la existencia.
El tránsito de
una fase vital a otra puede ser complicado. Implica cambios importantes pues,
como indica la palabra, transitar significa moverse hacia otro lugar. Se pierde, por
lo tanto, el equilibrio mantenido hasta entonces y es preciso
encontrar un nuevo orden, una nueva forma de funcionar. Este desequilibrio
transitorio normalmente se resuelve sin problemas, pero en ocasiones la persona
queda atrapada, con dificultad para alcanzar la otra orilla. Entonces la crisis
es más aguda.
Los rituales
se han utilizado durante milenios para marcar un hito en las fases de
transición. El acto simbólico tiene como función principal realizar el paso
hacia la siguiente etapa de manera consciente, con el respaldo y reconocimiento
social. En la actualidad muchos de estos rituales se están perdiendo o ya no se
viven cargados de sentido, con lo cual estos momentos delicados en que pueden
aparecer miedos, vacío o desconcierto, carecen de la contención y del orden que
aportaban los antiguos ritos.
Las
transiciones suponen momentos cruciales en los que es posible dar un salto
evolutivo hacia delante. Sin embargo, los conflictos que generan estos cambios
favorece que en estas fases a menudo aparezcan síntomas problemáticos. La
crisis expresa entonces un dilema, una división interna entre dos posibles
caminos, y como tal sus síntomas también conllevan una ambivalencia: por una parte
señalan la existencia de un problema y plantean la necesidad de un cambio,
mientras que, por otro lado, representan el más potente refuerzo de la anterior
estabilidad, de lo que en realidad está generando el problema.
La anorexia de
una adolescente, por ejemplo, puede reflejar un conflicto en el paso entre ser
niña y mujer. Por un lado expresa una necesidad de mayor autonomía, de
diferenciarse y decidir, aunque sea diciendo «no» a la comida. Pero, por otro
lado, el propio síntoma encadena a la adolescente a una situación en que la
controlan y vigilan lo que come, justo como si fuera una niña.
ATRAVESAR
EL TÚNEL
Las crisis tienen un inicio, una cúspide y un desenlace. Uno
no elige entrar en ése túnel, sino que de repente se encuentra en él, y aunque
muchas veces desearía volver atrás o cerrar los ojos para no ver dónde se
encuentra, no hay más remedio que atravesarlo.
No existe una
forma única o correcta de vivir las crisis, precisamente porque cada crisis es
distinta. Pero sí existen indicaciones que pueden servir como guía en ese
recorrido. Quien
está inmerso en una crisis no sabe muy bien en qué punto se halla, ni cuando va
a llegar al final, ni entiende que ese sufrimiento y esa confusión le puedan
servir para algo. Lo que más desea es atajar como sea esa situación,
pero el propio proceso exige precisamente lo contrario: tiempo. Esto no
significa que la persona deba adoptar una actitud conformista o pasiva ante lo
que le sucede, pues aunque no ha elegido esa situación sí puede decidir cómo
quiere afrontarla.
Un primer
requisito para que el proceso siga adelante y no se estanque es aceptar lo que
aparece. Si la persona no lucha contra lo que siente, si admite que
se siente desarmada, triste, insegura… Si reconoce que está en crisis, que no
sabe lo que pasará, y si acepta el momento en el que está, hay mayor
probabilidad de que la crisis pueda utilizarse como una oportunidad de cambio.
Las
situaciones críticas nos ponen a prueba en muchos aspectos y son varios los
peligros que se deben sortear. Uno de ellos puede ser quedarse atrapado por el
miedo y la sensación de amenaza.
El miedo suele ser un compañero habitual y poco grato de estas
travesías.
Miedo al territorio desconocido hacia el que nos dirigimos, a que el
sufrimiento no tenga fondo. Miedo a las sensaciones extrañas que se sienten, a
llegar a hacer daño o a dañarse en un momento de descontrol. Miedo a volverse
loco, a morir, a enfermar, a no volver a ser el de antes… Para que estos
temores no frenen el paso es importante reconocerlos como lo que son: miedos, y
diferenciarlos de la realidad. Que alguien tenga miedo a enloquecer
por el momento caótico que está viviendo no significa que esté loco, o que se
tenga miedo a no poder superar una crisis no significa que no se sea capaz.
Otro posible
peligro es quedarse acomodado en los síntomas, prefiriendo ése sufrimiento al
que supone avanzar. Existen múltiples razones, conscientes o inconscientes, que
pueden anclar a una persona en sus síntomas: le aportan algún tipo de
beneficio, aunque sea aplazar responsabilidades o nuevos desafíos, protegen la
estabilidad propia o familiar, o quizá porque a veces sale más rentable sufrir
que cambiar.
RENOVARSE
Cada crisis puede considerarse una pequeña muerte. Tras
atravesar el angosto túnel la persona puede renacer como alguien distinto,
cancelando una época de su vida e inagurando otra. Para lograrlo es preciso
aprender a soltar, despedirse de lo que se dejó al otro lado, de
todo aquello que hasta hace poco resultaba conocido y familiar y aventurarse
hacia algo nuevo.
Con frecuencia
para que una situación mejore o cambie es necesario que primero entre en
crisis. Sólo cuando se pone en marcha el esfuerzo de todo el organismo, de
ambos miembros de la pareja o de toda la famila, es posible movilizar una
situación que se ha quedado enquistada. Y a veces eso sólo se consigue cuando
una crisis nos coloca entre la espada y la pared, y nos fuerza a decidir o
hacer algo.
Así como un
ordenador necesita actualizar su información y sus programas para no acabar
bloqueado, las
crisis nos sirven para que podamos renovarnos. En ocasiones es
preciso replantearse las propias ideas, creencias, valores o formas de vida
para adaptarse a nuevas situaciones o a cambios, o simplemente para seguir
mejorando. Por eso, una forma de prevenir grandes crisis, un gran cataclismo
personal, es actualizarse de vez en cuando, sin dejar que la información y los
conflictos se almacenen hasta que produzcan un bloqueo y se requiera una
reparación de mayores proporciones.
Un mar calmado
no hace buenos marineros, dice un proverbio inglés. En los momentos de marejada
y tempestad, cuando todo está completamente revuelto y sentimos amenazada
nuestra seguridad, también descubrimos cuáles son nuestras fuerzas y recursos. Cuando todo
vuelva a la calma veremos que atravesar aquello que tanto nos atemorizaba nos
ha servido más que cualquier otra vivencia para aprender a navegar mejor.
Cristina Llagostera, Cuerpomente nº
158.
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