Cuando eres un
educador siempre estás en el lugar apropiado a su debido tiempo, porque no hay lugares
impropios ni horas malas para enseñar o para aprender. Quién
pretenda cerrar la puerta del conocimiento en un momento concreto de su vida y
decidir que ya sabe cuanto ha de saber, flaco favor se hace, porque reniega de
la esencia misma de la vida que es educarse de manera constante, instruirse sin
pausa y, si es posible, hasta el último momento, porque siempre nos quedará una nueva lección
pendiente de aprender.
Educar, se
dice, es adiestrar al hombre para hacer un buen uso de su vida; lo cual
significa formarle para ayudar a que encuentre el camino hacia su propia
felicidad. Hay muchas y buenas citas en torno al papel protagonista de la
educación y de los educadores en nuestra vida: "La
educación es lo que la mayoría recibe, muchos transmiten y pocos tienen", según
el escritor austriaco Karl Kraus. "El
educador mediocre habla. El buen educador explica. El educador superior
demuestra. El gran educador inspira" en palabras del
escritor estadounidense William Arthur
Ward. "Enseñar no debe parecerse a llenar
una botella de agua, sino más bien a ayudar a crecer una flor a su manera"
para el filósofo Noam Chomsky. "La
educación consiste en enseñar a los hombres no lo que deben pensar, sino a
pensar", en acertado razonamiento del trigésimo presidente
de EE.UU., Calvin Coolidge.
¿Y cuál es la
cualidad más importante que ha de poseer un educador? la capacidad de transmitir a sus pupilos
confianza en su propio pensamiento, hacerles creer que lo que ellos
piensen es mucho más importante que lo que él mismo les está transmitiendo. Que
su capacidad para discernir y distinguir lo que es o no correcto, lo que está o
no está bien, lo que es o no es verdad, es algo que nadie les debe arrebatar.
Un educador no es un transmisor de conocimientos, sino un "vendedor" de
herramientas para pensar.
La
parábola del gran futuro líder...
Un joven
maestro de escuela tuvo un sueño en el que una especie de ángel revelador se le
aparecía y le decía algo así:
-
Se te dará para su educación a un niño que crecerá hasta convertirse en un gran
líder mundial". ¿Cómo le vas a preparar para que se percate de su
inteligencia, crezca con confianza en sí mismo, desarrolle tanto firmeza como
sensibilidad, tenga una mente abierta y consolide un fuerte carácter? En pocas
palabras: ¿qué tipo de educación le ofrecerás para que pueda convertirse en uno
de los líderes más grandes del mundo?
El joven
maestro se despertó con un sudor frío. Nunca le había ocurrido antes algo
parecido. Uno de sus actuales o futuros alumnos podría ser la persona descrita
en su sueño. Les debía de preparar para ascender hasta el límite de sus
posibilidades. El maestro pensó:
-
¿Cómo podría cambiar mi modo de enseñar, si yo supiera que uno de mis alumnos
es ese futuro líder mundial de mi sueño?
Poco a poco
comenzó a formular un plan en su mente:
Ese estudiante
necesitará experiencia,
tanto como instrucción.
Él tendrá que
saber cómo
resolver problemas de diversa índole.
Él tendrá que
crecer en carácter,
así como en conocimiento.
Necesitará seguridad en sí
mismo, así como la capacidad de escuchar y trabajar con otros.
Él tendrá que entender y
apreciar el pasado, pero siendo optimista sobre el futuro.
Él tendrá que valorar el
aprendizaje toda la vida, con el fin de mantener una mente curiosa y
activa.
Él tendrá que
crecer en la
comprensión de los demás y convertirse en un estudiante del
espíritu.
Él tendrá que establecer
altos estándares para sí mismo y aprender autodisciplina, pero también necesitará
de amor y de
aliento para colmarse de compasión y bondad.
Y el modo de
enseñar de aquel joven maestro cambió. Cada joven que pasaba por su aula se
convirtió para él en un líder mundial en potencia. Vio a cada uno de sus
alumnos, no
como eran, sino cómo podrían llegar a ser. Él esperó siempre desde
entonces lo mejor de sus pupilos. Él los educó a todos desde ese instante como
si el futuro del mundo dependiera de sus enseñanzas.
Después de
muchos años, una mujer a la que dio clase ocupó un cargo de relevancia mundial.
Se dio cuenta de que ella, seguramente, debía de haber sido la niña descrita
con tanto detalle en su sueño. Pero, y es lo más importante, como aquel
profesor fue incapaz de identificar al alumno que sería un gran líder, no le
quedó más remedio que preparar a todos por igual.
Pero no
importa, porque si alguno de sus alumnos no alcanzó a ser esa celebridad
anunciada, si llegó a convertirse en un padre soberbio o en un excelente
profesor, como él mismo, o en un gran médico o en un genial artista o en un
generoso filántropo...
El futuro de
un niño puede depender de la influencia positiva o negativa que se le transmita
en un instante concreto de su formación. En la parte negativa, ya sabemos qué
ocurre cuando alguien no goza ni del afecto preciso ni de las mínimas
oportunidades para progresar. La frustración le condena a una vida de rencor y, probablemente,
desaprovechada.
Sin embargo,
algo notable sucede en nuestras vidas si damos con quién cree y confía en
nuestro talento, por encima quizá de nuestra propia fe en nosotros mismos (un
profesor, un tutor, un mecenas...) Alguien capaz de transmitirnos el
conocimiento esencial de la vida, que más que con fórmulas matemáticas o
complejos algoritmos, tiene que ver con enseñarnos a reconocer la mágica
realidad del mundo infinito que nos rodea, o la necesidad de no perder jamás nuestra curiosidad y
mantener perpetuamente abierta la puerta al entendimiento, la sabiduría y la
educación.
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