Uno de los contratiempos más
difíciles de abordar en la vida diaria es terminar con “falsas obligaciones”
que nos han atribuido por nuestra dificultad para decir no. Muchos de los
problemas que van haciéndose más grandes se deben a la tensión que nos supone
el uso de esta palabra.
En el mundo moderno existen
derechos básicos de comunicación que todos sabemos racionalmente que tenemos:
el derecho a rechazar peticiones sin sentirnos culpables o egoístas, a cambiar
de opinión, a decidir qué hacemos con nuestro tiempo y nuestro esfuerzo, a
decidir qué contamos y qué no contamos acerca de nosotros mismos… Sin embargo,
a la hora de la verdad, muchos de estos derechos son vulnerados por los demás
porque no llegamos a sentir que podemos reivindicarlos. Y si otras personas nos
avasallan con su facilidad de palabra o con sus gestos agresivos no somos
capaces de decirles no. A partir de ese momento el problema va creciendo: cada
vez es más difícil afrontar lo que está ocurriendo.
Para ser capaces de decir no es
necesario aprender asertividad. Y para hacerlo debemos ver que existen tres
formas básicas de comunicarnos con los demás:
Una de ellas consiste en
dejar de comunicar lo que sentimos o pensamos cuando creemos que puede crear
tensión. Para hacerlo, tendemos a responder con monosílabos, a gesticular poco,
a mirar hacia abajo, a poner barreras espaciales… En esas ocasiones nos
quedamos siempre con la sensación de que “tendría que haber dicho que...” o
“tendría que haber hecho…”. Pero no lo decimos ni lo hacemos. Si alguien nos
pide algo, decimos que “sí” aunque querríamos haberle dicho que “no”, porque
nuestra comunicación es la de alguien que mendiga cariño. Lo primero que
hacemos cuando conocemos a alguien es ofrecerle un favor y poner nuestras cosas
a su disposición. Después, los favores se convierten en obligaciones y lo
nuestro se convierte en suyo. Es lo que los psicólogos llamamos actitud pasiva.
La segunda forma de
comunicarse es la actitud agresiva. Gestos amenazantes, postura corporal de
enfrentamiento (señalar con el dedo a la otra persona es un ejemplo), volumen
de voz elevado, interrupciones. Cuando adoptamos esta forma de comunicación, le
explicamos a la otra persona lo que “tiene que hacer”, lo que “debe hacer” o lo
que “sería mucho mejor para todos que hiciera”. Todo esto con una mirada
imperativa que, entre otras cosas, tiene como objetivo no dejar tiempo ni
espacio a la otra persona para pensar.
La tercera, la más adaptativa
en el mundo actual, es la actitud asertiva. Es la que queda justamente a medio
camino entre las dos anteriores: ni pasivo ni agresivo. Mirada directa pero que
no hace sentirse presionada a la otra persona, expresión facial distendida que
transmite estados de ánimo, capacidad de alabar pero también de criticar,
mensajes del tipo “yo pienso que”, “opino que”, “me gustaría que”....
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