Antonio Galindo
Tengo
43 años. Nací en Ronda (Málaga), y vivo entre
Madrid y Barcelona. Licenciado en Psicología y Pedagogía. Dirijo la empresa Asesores Emocionales. Estoy
divorciado y no tengo hijos. Creo profundamente en
la libertad del ser humano y que todos somos uno.
Fluir
En Las mentiras del sexo (Kairós),
este pedagogo autor también de Kit
básico de supervivencia emocional nos cuenta que las relaciones se basan en
la conexión: "Cuando dos personas conectan, hay
resonancia, una especie de atracción inexplicable e inevitable, y lo único que
debemos hacer es fluir. Pero el código en el que nos movemos socialmente nos
invita a forzar, agarrar, establecer, poseer". De esta
forma perdemos la frescura, aparecen las disfunciones sexuales, la inapetencia,
la frustración y el juicio a los que viven su sexualidad de forma diferente.
Galindo nos invita a experimentar y sentir desde nosotros mismos, "porque vivir la sexualidad y vivir la vida... es lo
mismo".
—¿El sexo es puro movimiento?
—Sí, es presente
permanente, está vivo, pero la mente todo lo quiere cuadricular.
—Aboga por el descontrol.
—Eso es el sexo,
pese a que nuestra cultura pretenda estabilizar, asegurar, establecer,
determinar, formalizar.
—Entonces tenemos un problema.
—... El de creer que
una relación estupenda es la que no tiene cambios, cuando la vida es
movimiento, cambio y transformación.
—¿Qué marca esa transformación?
—Las necesidades
propias. El sexo es una dimensión que hemos tenido que encajar, porque somos
mucho más libres de lo que nos exige nuestra sociedad. Si estoy en pareja y
siento que me gustan otras personas...
—¿Qué hago?
—No se trata de
hacer todo lo que tus sentidos te pidan, sino de conectar con tu corazón y
saber que, cuando se abre, no se gobierna. Si estás casado y se cruza en tu
vida otra persona que te fascina, tenemos un problema.
—Efectivamente.
—Se trata de reconocer,
que no es padecer. Darte cuenta de que esa dimensión de movimiento
está viva dentro de ti y que te lleva a una continua renovación de la relación;
o eso o represión. Cuando las parejas son cotos privados de caza no existe
versatilidad.
—¿Hay que dejarse llevar?
—Sí. Eso que
sientes irá enriqueciendo la relación, habrá creatividad y expansión,
actualidad permanente, no habrá aburrimiento y, por tanto, habrá comunicación,
conexión.
—Tiene su lado negativo.
—Lo tiene tal como
entendemos la relación, que uno se enamore de otro se vive como un drama, como
una traición.
—Dele la vuelta al drama.
—¡Qué bien que
haya una energía nueva en nuestra relación!
—¡Vete, vete con esa otra o con ese otro y luego me lo cuentas!
—Lo primero es
apertura y escucha. Cuando en una pareja aparece una nueva energía, los dos
están llamados a ver qué pueden hacer, y hay millones de opciones. Una de ellas
es involucrar al tercero, hacer un trío.
¿…?
—Lo que yo quiero
que entienda es que estamos hablando de sentimientos aprisionados en una
estructura muy formal que tiene que ver con un concepto de familia cerrada en
el que cualquier intento de sacar la cabeza fuera se vive como traición, y así
no hay manera de activar la creatividad.
—¿Y la represión nos lleva a las disfunciones sexuales?
—Sí. La
impotencia, la mal llamada frigidez, todo ese tipo de problemas son un código,
están ahí para avisarnos de algo, a lo mejor resulta que quieres hacer cosas diferentes
con tu pareja y no se lo has pedido. Tememos la pérdida de control.
—¿Qué propone?
—Creer que el cónyuge
tiene que darme todo lo que necesito es mentira. Si miramos el histórico de una pareja
que dura, probablemente veremos períodos en los que algún miembro ha tenido una
relación fuera. Y eso no es malo, es enriquecedor si el otro lo permite y la
fuerza del amor está vigente.
—Pide mucho.
—En un momento
dado separar lo sexual de lo afectivo es una fuente de aprendizaje enorme, pero
topamos con una gran creencia: que si comparto el cuerpo con alguien que no es
mi pareja es un atentado, y no es cierto. Lo que habría que analizar es por qué causa tanto drama y
estupor en la pareja.
—¿Por qué?
—Las relaciones están
basadas en la propiedad privada. En el fondo es un tema de posesividad; lo que
nos motiva es el control, y eso no es movimiento.
—¿Cómo transformar una relación cerrada en una abierta?
—Primero, el
reconocimiento de la propia necesidad, lo que se suele negar. Hay que conectar
con uno mismo con honestidad. El egoísmo viste mal, pero es la fuente del
mantenimiento de una relación. ¿Cómo voy a darte si no me doy, si no estoy lleno de mí?
—Estábamos con las creencias.
—Peligrosísimas.
Tenemos un esquema básico de sexualidad: sexo en familia, heterosexual y
parejocéntrico. Salirse de eso se vive con incriminación, descrédito y
vergüenza. En
el interno de las parejas hay millones de alternativas y, el sufrimiento viene
de la diferencia entre lo que uno quiere vivir y ese modelo básico subyacente.
—Todos tenemos un ideal.
—El código de la
vida se expresa en función de la conexión, resonancia y fluidez, dejar que las
cosas sucedan.
Intentar que alguien encaje en mi ideal es forzar. El problema es que la frustración
es muy rentable.
—Siempre queremos más.
—La clave mágica
que tiene nuestra cultura para promover el consumo es establecer un ideal
altísimo que cause frustración: siempre habrá un reto mayor. ¿Qué tal si te
cargas el ideal, si te aúnas con el código de la fluidez, de la conexión, de la
resonancia; si investigamos estos otros lugares? A la economía de mercado le
encanta cebar ideales.
—¿No hay nada que buscar?
—No. Observa el
encuentro, porque, si no, estamos todo el rato golpeados por un ideal que tiene
que llegar. Conecta
con lo que hay, con tus encuentros actuales. Trabaja las creencias, que es lo que nos
hace sufrir porque nos marca un ideal elevado que contrasta con la realidad. Si
cambio la creencia, cambia la emoción y la realidad.
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