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dissabte, 28 de juny del 2014

DISCREPAR SIN CREAR CONFLICTOS - Ferran Ramon-Cortés, El País 15/05/11

Ya sabeis muchos de vosotros/as que me gusta hablar, hablar por los codos, y polemizar, dialogar. Y siempre me he preguntado si lo hago desde la posición de entender al contertulio, escuchar, que no oir, al que tengo delante. A veces me encierro en la idea y no soy capaz de escuchar o intentar entender los argumentos de la otra persona. Cada vez me pasa menos, intento ponerme en su lugar, dejar el espacio para que sus ideas puedan llegarme y si no las comparto al menos entenderlas, ponerme en la situación de la otra persona. No involucarme emocionalmente. 


Si nos encerramos en nuestra opinión y solo pensamos en como rebatir no dejamos espacio para que lo que nos está comunicando el otro/a el cerebro no deja paso a las opiniones, no escucha ni siquiera oye.  


El intentar escuchar, dejar ese sitio, ha hecho que me abra más, que aprenda, que vea que, a veces, son las creencias, mis enroques lo que hacían que no me abriera a entender. Puedo no estar de acuerdo pero entiendo los argumentos del oro/a. Y al abrirme he visto que crezco, que cada persona tiene el derecho a expresar lo que siente, lo podré compartir o no, pero todo el mundo tiene el derecho a ser escuchado, que no oido.... y al escuchar siempre se aprende y se crece y se desmontan creencias y falsos conceptos o etiquetas.


Os dejo un artículo aparecido hoy en el País que habla del tema, muy ilustrativo.


"Es mejor debatir una cuestión sin llegar a resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla"
En los grupos, la discusión ayuda al crecimiento. Sin embargo, mal gestionada puede derivar en conflictos entre las personas. ¿Cómo podemos discrepar sin enfrentarnos?
Participé recientemente en una reunión estratégica de una importante organización. Fue una sesión larga, donde el consejero delegado expuso las líneas maestras de gestión de los próximos dos años, y presentó diversos proyectos. Éramos 14 personas en la sala. Estábamos convocados con el objetivo de dar nuestro parecer a las propuestas que se nos presentaban. Yo era la primera vez que participaba en la reunión, así que opté por la discreción. Pero es que nadie dijo nada: ni un comentario, ni una discrepancia, ni la más mínima objeción. Podría ser porque todos estuvieran de acuerdo, pero no es lo que sus caras me transmitían. En el almuerzo posterior a la reunión, comenté este hecho con uno de los veteranos asistentes, y su respuesta fue elocuente: "Aquí, para tener paz, nos regimos por el artículo 22: el jefe siempre tiene razón...".

EL VALOR DE LA DISCREPANCIA
"Si en una reunión estáis los diez de acuerdo en todo, probablemente sobran nueve" (James Hunter)
En muchas organizaciones, en muchos grupos humanos y también en muchas relaciones, la discrepancia no solo no es bienvenida, sino que es temida. Se vive como un factor de potencial desestabilizador del grupo o de la relación, y se evita siempre que se puede. Sin embargo, la discrepancia en un grupo de trabajo o en una relación no solo no es peligrosa o dañina sino que es de gran ayuda y debería ser siempre deseable. Solo a través de la discrepancia las personas somos capaces de cuestionarnos las cosas, explorar nuevos caminos y buscar nuevas soluciones a viejos problemas. La discrepancia ayuda a los grupos a que crezcan intelectualmente y desarrollen su inteligencia colectiva, una inteligencia que poco tiene que ver con el coeficiente intelectual individual de los miembros del grupo, y mucho tiene que ver con los intercambios comunicativos entre sus miembros.
Ni en el contexto de un grupo, ni en el de ninguna relación deberíamos aspirar al acuerdo permanente, porque ello significaría renunciar automáticamente al crecimiento que nos aportan las diferentes maneras de afrontar una decisión o un problema.
Y si la discrepancia es positiva, ¿por qué tantas veces la tememos o la evitamos? Probablemente ello se debe a que demasiadas veces, lo que empezó como una legítima discrepancia acaba en una violenta discusión sin saber muy bien por qué. Lo que en realidad tememos no es la discrepancia, es el conflicto.

DISCREPANCIAS QUE DERIVAN EN DISCUSIONES
"En toda discusión no es una tesis lo que se defiende, sino a uno mismo" (Paul Valéry)
Caemos en la discusión no porque estemos en desacuerdo sobre algo, sino porque reaccionamos emocionalmente a lo que el otro ha dicho. La explicación al hecho de convertir una conversación en discusión la encontramos en el cómo decimos las cosas, más que en el qué decimos.
Podemos estar en desacuerdo sobre un tema, y podemos discrepar abiertamente sobre él sin que entremos en conflicto, pero para que esto suceda, hay una delgada línea roja que no debemos cruzar, y que es el juicio personal. En el momento en que la otra persona se sienta juzgada, y por extensión atacada, el conflicto está servido.
Muchas veces traspasamos esta línea roja de forma inconsciente. Pero la cruzamos. Imaginemos que alguien nos presenta una propuesta y no nos gusta. Es muy distinto decir algo como "la idea no me ha levantado de la silla", a soltar que "se nota que no te lo has currado". En el primer caso hablo de mí y de la impresión que me ha causado la propuesta, mientras que en el segundo caso juzgo al otro, sin ni siquiera saber si mi juicio es cierto, con un riesgo de que se sienta atacado. Lo mismo ocurrirá en el terreno personal de las relaciones. Si alguien me levanta la voz será distinto decirle "la forma en que me hablas me duele" que optar por un juicio como "eres un histérico".
Así pues la clave está en el impacto emocional de nuestras palabras, no en su contenido. No es el desacuerdo lo que nos hace discutir. Es el sentirnos ofendidos, atacados, menospreciados, o cualquier otro sentimiento que se desprenda de la manera en que nos hablan.

BUSCANDO LA "PAX ROMANA"
"La única forma de salir ganando de una discusión es evitándola" (Dale Carnegie)
Esta afirmación es sin duda cierta, pero no por ello siempre deseable. Porque aunque debemos evitar siempre que podamos el conflicto, no debemos renunciar, por evitarlo, a hablar y confrontar las cosas cuando tenemos discrepancias.
Hay organizaciones, y sobre todo hay relaciones, que huyen sistemáticamente de toda discrepancia, instalándose en una ficticia pax romana que crea una ilusión de permanente bienestar. Pero las organizaciones (y las relaciones) que optan por este camino, se estancan y acaban muriendo de inanición. En primer lugar, porque renunciando a contrastar opiniones e ideas se renuncia también al crecimiento. Y en segundo lugar, porque esta pax romana no es natural, y la organización (o relación) se acaba asentando en una asfixiante hipocresía que es claramente desmotivante.
El debate de ideas es el motor de crecimiento personal y organizativo. Y renunciar a él para evitar los conflictos es firmar la sentencia de muerte de la empresa o la relación. Como afirmó Joseph Joubert, "es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla".
Adicionalmente hay que tener en cuenta que la ficticia pax romana, cuando se rompe, lo hace de forma agresiva y descontrolada, pues salen a la luz sentimientos escondidos y reprimidos durante tiempo. Hay un efecto péndulo, y pasamos en un instante de la paz a la guerra, sin un punto intermedio.

VOLVER A RETOMAR EL CAMINO
"No porque hayas hecho enmudecer a una persona la has convencido" (Joseph Morley)
El conflicto en una discusión proviene siempre de una reacción emocional. Así pues, si hemos caído en él, y queremos solucionarlo, debemos resolver las emociones.
En lugar de enzarzarnos en interminables defensas de nuestros argumentos, busquemos qué nos ha separado en el terreno emocional, e intentemos superarlo. Lo podremos hacer si somos capaces de expresar estas emociones. No es un diálogo fácil. Requiere que se lleve a término en serenidad, no en pleno fragor de la batalla. Requiere muchas veces también una preparación previa: avisar al otro que queremos tener este tipo de conversación, para que venga emocionalmente preparado y no ponga por delante todos sus mecanismos de defensa.
Y hemos de saber que no siempre lo podemos lograr. Dos no se entienden si uno no quiere. Pero es bueno tener la iniciativa, y probarlo, porque la mayoría de nosotros sí queremos entendernos con los demás.

2 comentaris:

  1. Guau!! els conflictes i les discrepàncies!!! i tant que són reaccions emocionals!!.
    El fet de voler tenir raó la gran part de les vegades,altres de tenir por a manifestar el que un pensa,i sobretot la forma de comunicar-nos ( el gran poder de la paraula) ens posa moltes vegades en situacions de conflicte amb un mateix i amb els altres i això és evident quan actuem de forma reactiva.
    Article que em va reflexionar molt com el xoc de diferentes emocions en un diàleg no ens deixa construir sinó que ens enfosqueix.
    I és que en el fons ens costa molt d´acceptar que cadascú de nosaltres sóm diferents i lliures d´expressar allò que pensem o sentim i no ens n´adonem de la importància que té fer-ho des del respecte a la diferència.

    Les floretes del lateral del blog molt xules!!

    Nuri

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  2. Gràcies per ho de les floretes, ara ja sabeu que m'agraden molt.... Cada setmana aniré canviant el lateral apa!

    Si, m'ha agradat aquest article dels conflictes. A mi em costava molt escoltar, quan algú em parlava ja estava el meu cap intentant argumentar la resposta i no, has de deixar que les idees de l'altre penetrin, t'impregnin per poder-les acceptar o rebatir. Molts cops parlem però ni prstem atenció alque ens diuen perquè el nostre cap está deu minuts més enllà!. Aqui i ara és ón hem d'estar!, i si parla un altra no em toca a mi, respectar a qui tens el davent.

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