Éxito. Una palabra
que nos inspira a lograr lo imposible. Experta en hacer grandiosas promesas,
sabe cómo dibujar un futuro digno de postal. Su convincente visión determina
muchas de nuestras decisiones, nos empuja a no rendirnos jamás y multiplica la
presión en nuestro día a día. Es la gasolina que mueve a millones de personas
desde que se levantan hasta que se acuestan. Cinco letras cargadas de poder y
con una enorme capacidad de convocatoria. Pero, ¿qué es el éxito? ¿En qué consiste? ¿Es un
estado, una meta o un premio? La sociedad en la que vivimos lo
define como un estilo de vida que incluye reconocimiento, poder económico y una
determinada imagen y reputación. Lo cierto es que las personas exitosas
despiertan la admiración de muchos. Algunos de ellos incluso se convierten en
referentes, alguien a quien nos gustaría parecernos.
No en vano, desde pequeños aprendemos qué pasa
cuando nos portamos ‘bien’, sacamos ‘buenas notas’ o ‘ganamos’
el partido del deporte de turno. El éxito nos ofrece aplausos, palabras
agradables, palmaditas en la espalda. Y nos promete mucho más. A medida que
crecemos, se convierte en la proverbial zanahoria que perseguimos sin descanso.
Nos asegura que esconde la llave de la plenitud, la respuesta a todas nuestras
preguntas, carencias e inquietudes. Lamentablemente, no siempre es capaz de
cumplir lo que susurra en nuestros oídos. Las mieles del éxito pueden adormecer
por un tiempo –siempre limitado- aquello que nos inquieta. Pero no tienen la
capacidad de llenar el vacío, la insatisfacción y la permanente sensación de
urgencia que nos atrapa. El éxito es una sirena que con sus cantos
encandila a miles… y tiende a conducirles a un trágico desenlace.
A menudo, en nuestro afán de lograr nuestra meta,
de alcanzar el tan deseado éxito y su estela de promesas, olvidamos lo más
importante: el
camino que nos conduce hasta allí. Vivimos encerrados en un
espejismo. Hermosas palmeras bordeando un estanque de agua fresca en medio del
desierto. Quedamos tan cegados por esa imagen de colores brillantes que no
prestamos la atención suficiente a lo que sucede a nuestro alrededor. Y eso
termina por pasarnos factura. Porque por lo general, cuando alcanzamos ese
oasis -tras la inyección de energía y adrenalina inicial- suele desvanecerse y
dejarnos de nuevo solos, perdidos entre las hileras de dunas. Es el lugar donde
nace la patología del éxito.
Se trata de una enfermedad cada vez más extendida.
Es el resultado de seguir a pies juntillas los dictados de nuestro
condicionamiento, que nos lleva a buscar fuera de nosotros mismos todo
aquello que no sabemos encontrar dentro. Consiste en creer que el
amor, la admiración y el respeto son una consecuencia de llegar a lo más alto.
Que una vez alcancemos aquello que la sociedad y nuestro entorno identifican
como triunfo se terminarán nuestros problemas. Al fin y al cabo, lo más
importante en la vida es sentirnos aceptados, valorados, reconocidos y seguros.
Y la mejor manera para conseguirlo es seguir el mapa del éxito… ¿No?
El miedo al
fracaso
“El fracaso es, a veces, más
fructífero que el éxito”, Henry Ford
Aunque afecta a muchas áreas de nuestra vida, este
virus se despliega con mayor ferocidad en el ámbito profesional. Para muchos,
el trabajo es el lugar donde las metas se marcan con mayor precisión. O en el
que destacar está socialmente mejor visto. En cualquier caso, se estima que
miles de españoles dedican más de 12 horas al día a su profesión para alcanzar
el éxito. No en vano, vivimos en una sociedad que valora y premia a los “triunfadores” y
margina e infravalora a quienes no logran lo que se espera de ellos.
Paradójicamente, una de las secuelas más
extendidas de la patología del éxito es el miedo al fracaso. Se trata de una realidad
paralizante y que afecta cada vez a más personas, basada en la premisa de que “es mejor no
intentarlo que intentarlo y no lograrlo”. Es una especie de ‘escudo
emocional’ que trata de protegernos de la lacra social que se suele
asociar a no estar a la altura de lo que se espera de nosotros. De ahí que haya
quienes temen la palabra ‘éxito’, y se alejen del exceso de atención y
escrutinio que acarrea con todos los recursos a su alcance. A menudo incluso
autosabotean sus propios proyectos -consciente o inconscientemente- para evitar
que prosperen o se conviertan en realidad. No se ven capaces de lidiar con la
presión de no alcanzar sus metas, y asumir la responsabilidad de errar.
Por lo general, este temor está muy vinculado con nuestra
propia imagen y lo que los demás puedan pensar de nosotros. De ahí
la importancia de preguntarnos: ¿queremos vivir
nuestra vida en base a opiniones ajenas? Y más aún, ¿Qué sucede si la gente piensa mal de nosotros? En
última instancia, la opinión de otras personas ⎯sean
quienes sean⎯ sólo adquiere importancia si nosotros se la concedemos. Hagamos lo
que hagamos con nuestra vida, siempre tendremos admiradores, detractores y
gente a quien resultemos indiferente. Pero entonces, ¿por
qué tenemos tanto miedo a equivocarnos? Posiblemente
por la concepción limitada que tenemos del fracaso. El diccionario lo define
literalmente ‘falta
de éxito’. Y ‘éxito’, que proviene del término latino
‘exitus’ (salida), significa “resultado feliz
de un negocio o actuación” y también “buena
aceptación que tiene alguien o algo”.
Aunque en principio opuestas, ambas definiciones
son tan relativas como subjetivas. Solemos asociar el éxito con la victoria y
la obtención de reconocimiento y méritos. Pero también es un triunfo ganar las batallas
menos públicas, las del día a día. Cada vez que nos proponemos una
meta y la alcanzamos –aprobar un examen, pedir un aumento de sueldo- aunque
nadie lo sepa, logramos ese título. El éxito forma parte de nuestra vida cotidiana de muchas
maneras… al igual que el fracaso. No en vano, cada ser humano lo
relaciona con algo diferente. Por poner un ejemplo, en una maratón quien llega
el primero no es el único dueño del éxito. Tal vez para un corredor lesionado
cruzar la línea de meta entre los cien primeros sea un triunfo, e incluso para
quien llega el último el mero hecho de terminar ya le hace sentir que la
experiencia ha sido victoriosa. Pero quien llega segundo puede vivir su
posición como un auténtico fracaso. Todo se fundamenta en un juego de
percepciones. De ahí la importancia de redefinir nuestro propio concepto de
éxito y de fracaso, tanto en el ámbito personal como profesional.
El auténtico
triunfo
“El éxito consiste en obtener lo que
se desea. La felicidad, en disfrutar lo que se obtiene”, Emerson.
El
único fracaso que existe es no aprender de nuestros errores y quedarnos
estancados en nuestra zona de comodidad. Equivocarnos de vez en cuando nos
enseña una valiosa lección de humildad y nos ofrece perspectiva. Los baches en
el camino forman parte del proceso para alcanzar cualquier éxito que merezca
verdaderamente la pena. Para lograrlo, tenemos que empezar a trabajar para
cultivar nuestra propia autoconfianza. En la medida en que sanamos
nuestras heridas y ganamos en autoestima, podemos finalmente emanciparnos
emocionalmente de las opiniones de las personas que nos rodean. Y así es como
somos libres para ser quienes somos y seguir nuestro propio camino en la vida.
También podemos ir más allá de la definición
estática de éxito y unirla a conceptos como ‘felicidad’ o ‘plenitud’.
En última instancia, el éxito es la satisfacción interior de saber que estamos
haciendo lo máximo posible para llegar a ser nuestra mejor versión. Es una manera
de pensar, de actuar y de comportarnos que nos acerca a ser la
persona que queremos ser. Y surge como resultado de la constancia, la responsabilidad, el esfuerzo
y la entrega. Cada uno tiene su propio camino para alcanzarlo. Eso
sí, cada ser humano debería tomarse el tiempo necesario para cuestionar qué es
lo que verdaderamente aspira a conseguir. Si tenemos claro el destino final,
tendremos más posibilidades tomar el camino que nos lleve hasta allí.
Para conseguirlo, tenemos que empezar por revisar
nuestras creencias, que nos llevan a pensar que la felicidad depende
de alcanzar objetivos externos, como el reconocimiento, el prestigio, el poder
y el estatus social y económico. Sin embargo, al centrarnos en todas estas
metas, que no dependen únicamente de nosotros, nos podemos llegar a perder en
una carrera sin fin, olvidándonos de nosotros mismos y de aquellas cosas esenciales
de la vida, como la salud, el ocio, el descanso, la familia y los amigos.
Porque por mucho que la sociedad nos haga creer que somos lo que conseguimos o
que valemos lo que tenemos, la realidad es que el verdadero éxito es sentirnos felices y
en paz haciendo una actividad coherente con nuestros valores más esenciales y
que nos permita dar lo mejor de nosotros mismo sirviendo a los demás. Y cuando
los inevitables errores llamen a la puerta, recordar aquella frase que reza: “A veces se gana y a veces se aprende”.
En clave de
coaching
¿Cuál
es nuestra definición de éxito?
¿De
qué manera afecta a nuestra toma de decisiones?
¿De
qué manera mejoraría nuestra vida si la cuestionáramos?
Libro
recomendado
‘Del
tener al ser’,
de Erich Fromm (Paidós)
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