Estuve recientemente tomando un café con una
persona a la que hacía años que no veía. Me daba cierta pereza el encuentro
porque la tenía por una persona básicamente egocéntrica, muy vehemente en sus
opiniones, y hasta cierto punto hasta pesada; sin embargo me encontré charlando
largamente con una persona divertida, llena de energía, inteligente y con un
montón de cosas interesantes que contar. Cuando finalmente nos despedimos, lo
primero que pensé fue: ¡cómo ha cambiado!.
Y un par de días más tarde, leyendo una entrañable
novela de Francesc Miralles me encontré con la siguiente frase:
“Entonces he sentido una duda: ¿es
ella quien ha cambiado o soy yo que la miraba con otros ojos?”.
E inmediatamente me vino a la cabeza el encuentro
de hacía dos días. ¿Había realmente cambiado mi interlocutor como yo pensaba o
era yo que lo había estado mirando con otros ojos?
Decía mi maestro Oriol Pujol Borotau que tenemos
un problema: cuando
estamos delante de una persona no vemos realmente a la persona, sino lo que
pensamos de ella. Y esto nos hace terriblemente miopes.
Todos tenemos como mínimo dos caras: la de las
cosas buenas que tenemos y la de las cosas no tan buenas. Y todas las cosas,
las buenas y las no tan buenas, forman parte de nosotros. Es más, no existen
las unas sin las otras porque son dos caras de la misma moneda. Sin embargo, en
nuestra miopía, sólo vemos de los demás una cara, la que coincide con nuestro
pensamiento. Si
la persona a la que estamos mirando nos cae bien, vemos la cara buena; si nos
cae mal, la cara menos buena.
El criterio “me cae bien” o “me cae mal” actúa como un
potente filtro que altera nuestra percepción, de manera que dejamos de ser
objetivos, y acabamos viendo de las personas lo que coincide con lo que
pensamos de ellas, nada más. Y nos perdemos una gran parte de ellas.
Lo malo de todo esto es que este potente filtro,
al hacernos miopes, nos perpetúa en las percepciones, y no nos deja avanzar en las relaciones.
Quien me cae mal, me seguirá cayendo mal, porque me empeño en ver su peor
parte. Tiene que suceder algo especial (que pase mucho tiempo, que me relacione
con aquella persona en un contexto completamente distinto, que me de de bruces
con una parte de ella que no he querido ver hasta ahora) para que cambie mi
manera de ver a alguien.
Me debato pensando si mi interlocutor del café ha
cambiado realmente o es mi mirada la que ha cambiado. Si sin darme cuenta y por
el tiempo pasado he dejado de aplicar el filtro. Y lo interesante es que si
realmente no ha cambiado, sino que ha cambiado mi mirada, esto quiere decir que puedo mirar a la gente
desde una perspectiva distinta, y puedo, si me lo propongo, ver de la gente
siempre su cara buena, e irme feliz a dormir porque veo mucha más positividad a
mi alrededor.
Mirar la cara buena de la gente no significa negar
su cara menos buena, pero si tener un retrato más amplio, y tener su cara buena
siempre presente. Estoy seguro que si somos capaces de hacerlo,
dejaremos de encasillar a mucha gente, y nuestras relaciones pueden seguir un
camino totalmente distinto.
No logro cerrar mi debate interno, y no se si mi
interlocutor del café ha cambiado realmente, o yo lo estoy mirando con otros
ojos. Sea como sea, me quedo con esta nueva visión de él, pues me gusta y nos
une. Y si aparece su cara menos buena, siempre podré recordar que
también tiene ésta.
Joan et recordo q en Ferran ha publicat un llibre q es diu escoltem amb els ulls ( mes o menys) es prou significatiu. No?. Amb ell he pres un café x no dir dos, i francament es una persona excelent espero poder-lo prendre amb tu algun cop. Gracies pels teus articles son genials. Des de un xic lluny una forta abraçada. Mei
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