Uno de los mayores miedos es el
rechazo. Ser vistos o no llega a definir una vida.
“No desprecies a
nadie; un átomo hace sombra" Pitágoras de Samos
Sentado en una mesa de una cafetería, saboreando
un buen té, distraigo mi atención observando, e inevitablemente escuchando
conversaciones vecinas, por esa costumbre nacional de hablar levantando la voz.
Aunque no lo quieras, te enteras de todo. Observo a una chica que ha escogido
un rincón para ensimismarse en su lectura. El camarero ha servido ya a dos
mesas posteriores a su llegada. Aunque ella lo mira, él no la ve. Parece
invisible. En cambio, una señora que viene de comprar en el mercado ha
realizado una entrada triunfal. No solo todo el mundo se ha enterado de su
presencia, sino que se sabe lo que va a desayunar, sobre todo el camarero al
que le faltan manos para servirle. La chica de la lectura mueve la cabeza negativamente.
En parte por la discriminación, en parte porque aquellos gritos la sacan de su
ensimismamiento.
Las mesas colindantes siguen conversaciones
diferentes, aunque con algún factor en común. Dos mujeres, cercanas a la
cincuentena, se quejan amargamente de que a su edad ya no son visibles. No
sienten la mirada ajena. Una pareja cercana a mi mesa discute. Él le decía a
ella: “Últimamente
ni me ves”. En la barra de la cafetería, un padre muy cabreado le
decía a su hijo adolescente: “No quiero verte más”. Lo más seguro es que no
fuera cierto, pero la expresión revela un tema, más profundo de lo que
aparenta, sobre el acto de ver y ser vistos. Para una cultura tan visual como
la nuestra, acostumbrada ya a verlo y retratarlo todo, se ha convertido en un
deseo y una necesidad salir en la foto o, por el contrario, ausentarse de ella.
Todas estas escenas recuerdan una de las más
célebres canciones del musical Chicago
de Bob Fosse. El resignado marido de Roxy Hart, Amos Hart, entona su lamento
describiéndose como Míster Celofán. El hombre transparente, no por su
autenticidad sino por falta de reconocimiento. Ver y ser vistos. Pero ¿qué es lo que
queremos ver? ¿Cómo queremos ser vistos? Aún cabe otra pregunta: ¿qué es lo que
realmente vemos?
Una posible respuesta podría ser la siguiente: el
material psicológico, los contenidos que hemos introducido en la mente, y los
movimientos psíquicos que hemos convertido en hábito conforman el conjunto de
imágenes que tenemos sobre nosotros mismos, los demás y el mundo que nos
circunda. Unos contenidos que se han alimentado también de la cultura familiar,
social e histórica que nos ha tocado vivir. Con todo ello hemos organizado la
mente, que ahora con suma pulcritud obedece a los programas que se han
automatizado en el inconsciente. Entonces, se debe tener en cuenta que los ojos no son
los que miran, sino que quien lo hace es la mente de cada uno. Y ve
según lo que la hemos enseñado a mirar.
En la imagen que cada uno construye de sí mismo,
existe el deseo tanto de estar presentes como ausentes. En algunos aspectos se
echa en falta ser más reconocidos, en otros se preferiría poder desaparecer. A
veces gusta ser el centro de atención, otras pasar inadvertidos.
Para ver claro, basta con cambiar la dirección de
la mirada. Antonie de
Saint-Exupery
Lo habitual entonces es que se transite por
diferentes momentos, contextos, situaciones y estados de ánimo en los que se
prefiere estar presente o ausente. Cuando se respetan los tránsitos, el
sentimiento se fluye con la vida. Se es libre de escoger. Podría ocurrir, por
el contrario, que se acabe viviendo condenados a la eterna necesidad de
reconocimiento (personal, social, profesional) o de aislamiento. Cuando es así,
la mente de cada persona necesita reorganizar su propia visión y la del mundo.
Uno de los mayores miedos que se pueden padecer es
el rechazo.
Sentirse abandonado, despreciado o descuidado por la tribu dispara todas las
alarmas de la existencia. El poder de las relaciones se basa en la capacidad de
generar vínculos estables, duraderos y de protección. No obstante, las
experiencias que cada uno ha vivido al respecto han conformado estilos
afectivos diferentes. Unos aprenden a incluirse, otros a excluirse.
Es como un destino. Tarde o temprano acaban dentro o fuera. A veces los
descartan. A veces se autodestierran.
Las sociedades hacen lo mismo con sus miembros,
sobre todo aquellos que no responden a los estándares y modas. De la misma
manera que muchos reconocimientos son exagerados, falsos o injustos, gran parte
de las exclusiones también lo son. Aunque se presuma del valor de la justicia, muchos gestos
de los que apenas se es consciente invisibilizan al otro, lo apartan
de la peor de las maneras que es la indiferencia. Como Míster Celofán. Hay
quien prefiere un reconocimiento en negativo, antes que ser completamente
ignorado.
La falta de reconocimiento obedece a dificultades de
inclusión,
como la chica de la cafetería cuya presencia solo asomó cuando se quejó al
camarero. Tuvo que enfadarse para poderse hacer visible. Pero al hacerlo así,
no se siente bien, se culpa o acusa al mundo por no estar pendiente de ella. No
se le ocurre “hacerse
presente”, mostrarse, pedir, expresarse asertivamente. Pero esta
situación también obedece a las expectativas. Muchas personas hacen
grandes esfuerzos, se cargan de responsabilidades o llaman la atención con tal
de recibir aplausos, agradecimientos y valorización. Puede que se confunda el medio con el fin.
Si cabe algún acto sincero de reconocimiento es ser aceptados y queridos por lo
que se es y no por lo que se hace, se aparenta o se logra.
El miedo a no
ser recordados es, en el fondo, un temor a ser ignorados. Si nadie nos
ve, ¿existimos? Por supuesto, uno puede hacerlo todo solo y para sí mismo o,
como el eremita, hacerlo aisladamente por el bien espiritual de la humanidad. Sería
suficiente con que cada uno apreciara quién es, cómo es y lo que hace, mejor o
peor.
Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que
tengo y no deseo con exceso lo que no tengo. León Tolstói
Sin
embargo, pronto llega la mirada del otro. Una forma de percibirnos que
tanto puede ser apreciativa como despreciativa. O peor aún, ser vistos y no
vistos. Ahí se encuentra el secreto del equilibrio entre lo interno y lo
externo.
¿Hasta
dónde sabemos apreciarnos?
¿Hasta
dónde necesitamos ser apreciados?
¿Hasta
dónde nos afecta el desprecio externo?
¿Necesitamos
ser reconocidos por los demás para ser, para saber cómo ser?
¿Somos personas apreciativas?
¿Destacamos
lo bueno de las personas y lo que hacen con la mejor de las intenciones?
¿Tendemos
al desprecio, a ver siempre lo que falta o lo que no está perfecto?
Según
seamos en ese interior individual, así seremos ahí afuera aunque lo disfracemos
con máscaras sonrientes.
No solo se trata de bucear introspectivamente.
Como escuché a Begoña Román,
catedrática de Filosofía de la Universidad de Barcelona, quizás vaya siendo
hora de introducir la escucha en un mundo tan visual. Podría ser que el
problema sea estar
más desnutridos de ser escuchados que de ser vistos. Llega un
momento en que más que reforzar el sentido de la vista, se necesita afinar el
oído y también el tacto.
Hay una tarea que resulta ineludible: educar la
mirada, amplificar la escucha y apreciar la calidez. La mirada se
educa revisando lo que tenemos tendencia a percibir, y aumentando el campo de
visión. Para ello, como advierte el psicólogo Joan Quintana, hay que preguntar a los otros lo que cada uno no
aprecia o no sabe ver. La escucha requiere atención, disponibilidad, profundidad.
Va más allá de una simple mirada. Y la calidez adentra, como ningún otro canal,
en el contacto respetuoso, amable y tierno con el otro. No hay mayor
reconocimiento..
PARA SABER MÁS
Libros
- ‘Relaciones poderosas’. Joan Quintana y
Arnoldo Cisternas
- ‘El poder de nuestra presencia’. Miriam
Subirana
Cine
- ‘Chicago’. Rob Marshall
- ‘Patch Adams’. Tom Shadyac
ESTIMADO SEÑOR
CHURCHILL.
Uno de los reconocimientos “negativos” históricos
es el que mantuvieron el dramaturgo Bernard Shaw y el premier británico
Churchill:
–Estimado señor Churchill:
Le adjunto dos
entradas para mi nueva obra de teatro, que se inaugura el jueves por la noche.
Le ruego venga y traiga a un amigo, si tiene uno.
–Estimado señor Shaw:
Lo lamento,
pero tengo un compromiso previo y no podré concurrir a la inauguración. Sin
embargo, iré a la segunda función, si es que hay una.
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