“Tengo cien amigos en Facebook pero
ninguno para tomar una cerveza un viernes por la tarde”, escribió una
persona en twitter. Es posible que en las redes sociales no sea oro todo lo que
reluce. Si existe un lugar en el que mostramos la mejor versión de nosotros
mismos, donde sacamos nuestras mejores fotos, ideas… ese es las redes sociales.
Por supuesto, es una herramienta que está cambiando el mundo y nuestra manera
de comunicarnos con los demás. Podemos estar en contacto con aquel compañero de
facultad del que nos separan kilómetros, con amigos de la infancia (¡si los
encontramos en el océano de usuarios!), con nuestros familiares... Y, en este
sentido, podríamos decir que nos facilitan enormemente el poder compartir
momentos. Por no hablar de la funcionalidad que pueden tener a nivel
profesional al permitirnos generar vínculos con personas que nos une un mismo
interés. Por supuesto, no se cuestionan los beneficios maravillosos de las
redes sociales, sin embargo, el problema es saber si nos ayudan a ser más
felices. Para responder a esta pregunta y como solemos hacer en este
laboratorio, acudimos a la ciencia.
Han comenzado a proliferar estudios que revelan el
impacto no tan positivo de las redes en nuestras vida. Entre ellos
destaca el llevado a cabo por Fabio
Sabatini de la Universidad de La Sapienza, en Roma, y Francesco Sarracino de STATEC, en Luxemburgo. Analizaron los datos
de una encuesta realizada a 50.000 personas en Italia a lo largo del 2010 y
2011, con el fin de saber si el uso de las redes sociales reducía su bienestar
subjetivo. Para dar respuesta a su inquietud recogían la información a través
de diferentes preguntas: “¿Cómo está de satisfecho con su vida?, ¿con qué
frecuencia se reúne con la familia?, ¿puede la gente confiar en usted?, ¿qué
uso hace de Facebook y Twitter?...”.
Lo que encontraron puede que a priori no llame nuestra atención, quienes
confiaban en los demás y buscaban momentos de interacción con otras personas
evaluaban su bienestar de manera más positiva que los que no lo hacían. Cuando
el contacto con los otros era fundamentalmente a través de una red social, la
confianza en dicha interacción se veía mermada. Tiene su lógica: si la persona
la hemos conocido solo a través de una pantalla, necesitamos algo más para
confiar en él o en ella. Su lenguaje no verbal, su manera de
respirar, su presencia… la magia que tenemos los seres humanos y que es
imposible que se recoja en los perfiles cibernéticos. Por ello, los
investigadores de la Universidad de La Sapienza aseguran que el impacto que
las redes sociales tienen en nuestro bienestar es positivo solo cuando pasamos
del mundo online al cara a cara… De ahí lo importante de conocerse
personalmente en las webs de contactos y
no pasar horas y horas de chat imaginando quizá imposibles.
Si la interacción cara a cara es la que genera
confianza en el otro y, por ello, bienestar en la relación, ¿las redes sociales
son una plataforma para impulsar las interacciones en nuestra vida personal? Sí
esto fuera así, sería una noticia estupenda ya que el número de usuarios de las
redes está en aumento, como confirma la encuesta que realiza anualmente
Navegantes en la Red. Sin embargo, algunas investigaciones indican que el uso
que hacemos de Facebook, la red social por excelencia, no mejora nuestro bienestar sino que
aumenta nuestro malestar. Daniel
Gulati, empresario de tecnología y escritor, observó cómo la red de Mark
Zuckerberg impactaba en la vida de los jóvenes. Detrás de los comentarios,
publicaciones y “me gustas”, aparecían celos, ansiedad y comparaciones poco
beneficiosas para uno mismo. Si nos comparamos con la imagen ideal del otro, es
posible que pensemos que nuestros logros no lo son tanto.
En definitiva, las redes sociales son una potente
herramienta que está transformando positivamente el mundo en muchos aspectos.
Sin embargo, un uso exagerado de ellas puede ir en detrimento de nuestro
bienestar y de nuestra felicidad. Por ello, como toda herramienta, lo
beneficioso es saber usarlas de modo inteligente, de manera que le
dediquemos tiempo pero que nunca las sustituyamos por el contacto cara a cara con el
otro, con ese café o esa cerveza que anhelaba la persona de twitter.
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