Nuestra cabeza está llena de fantasías sobre la
felicidad que, en vez de ayudarnos, nos dificultan alcanzarla. Vamos a ver
algunas de ellas:
Si estoy
triste, no soy feliz
La
felicidad no es un punto al que llegar, sino un estado emocional que cultivar. Está más
cerca de la serenidad que de otras emociones, porque si te duelen las muelas,
por mucha felicidad que tengas, estás fastidiado, decía el gran escritor José
Saramago. Sin embargo, los occidentales asociamos felicidad a placer y pensamos
que cualquier emoción negativa es una hecatombe para nuestro objetivo. Negamos
la tristeza, el enfado… no nos gustan y creemos que son malas compañías. Sin
embargo, esa fantasía es un error de partida. Si negamos algo tan básico en nosotros como
son las emociones poco sexys, estaremos perdiendo brújulas para alcanzar un
estado de serenidad, como diría Saramago.
Siempre quiero
más
Otra fantasía: Pensamos que cuando tengamos esto o aquello, seremos más
felices. Piensa en ti en algún momento de tu vida. ¿Quizá soñaste
que cuando tuvieras ese trabajo, esa pareja o consiguieras ese coche te ibas a
sentir mejor o incluso, ser más feliz? Y después de conseguirlo, ¿qué sucedió?
Pues seguramente, nada. Tuviste una satisfacción temporal, pero luego te
llegaste a acostumbrar a él o a ella y necesitaste otro estímulo que te
“garantizara” ser más feliz. Así somos. Cuando conseguimos algo muy anhelado,
después queremos más y más. Esto es lo que Sonja Lyubomirsky, una de las
grandes expertas mundiales en felicidad, denomina nuestra “adaptación hedonista”, que es
una manera de expresar que nos adaptamos a lo bueno y una vez conseguido, nos
deja de motivar. Y si no, piensa cuando has estado enfermo. Sabías que lo más
importante era la salud y te prometías tenerlo muy en cuenta. Sin embargo, una
vez curado, tu mente dijo: “a otra cosa, mariposa”.
“Como me
suceda esto…”
Existen
pensamientos que construyen miedos maravillosos, que nos ahogan por dentro. Pensamos que
si pierdo ese trabajo, que si suspendo ese examen, que si mi pareja me deja…
sufriremos muchísimo y quizá, no sepamos remontarlo. Y por supuesto que existen
acontecimientos que nos hacen daño, pero muy probablemente nuestra fantasía es
superior a lo que la mayoría de las veces sucede. Simplemente, echa un vistazo
a tu pasado y mira esos miedos tan terribles que tuviste si eran tan grandes
como imaginabas. No somos buenos jueces previendo el dolor, porque no somos
conscientes que tenemos un sistema inmunológico afectivo, como dice Dan Gilbert, profesor de la Universidad
de Harvard, que
nos hace recuperarnos más rápido de lo que nosotros pensamos. Por
ello, un buen método consiste en confiar un poco más en uno mismo para salir de
situaciones difíciles.
A mí las cosas
En línea con la segunda fantasía de querer siempre
más, Tom Gilovich, de la Universidad
de Cornell, nos habla de otra: La búsqueda de la acumulación de cosas, en vez de
experiencias. Llegó a esta conclusión a través de un estudio. Le
pidió a un grupo de personas que gastaran una cantidad determinada de dinero
comprando cosas o que lo gastaran viviendo una experiencia. Pasado el tiempo,
analizó quiénes habían sido más felices. Y como es de esperar, aquellos que lo
invirtieron en experiencias se mostraron mucho más.
Vayamos a ti mismo: Echa un vistazo atrás y
enumera qué
acontecimientos te han hecho sentirte más feliz. ¿Poseer cosas o
vivir determinadas experiencias con personas o en viajes o en conexión con la
naturaleza? Date tú mismo o tú misma la respuesta.
De aquí, no me
muevo
Una última fantasía está relacionada con mi nivel
de felicidad genético. Pensamos que nacemos con un numerito en la escala de la
felicidad y que de ahí no nos movemos. Creemos que podemos vivir
acontecimientos positivos o negativos, pero que regresaremos al mismo punto de
partida. Pues bien, según investigaciones de Sonja Lyubomirsky o de Martin
Seligman nacemos con una determinada predisposición a la felicidad, pero
sin embargo, tenemos un margen de maniobra lo suficientemente amplio que
podemos cambiar el numerito con el que pensamos que venimos a este mundo. Así
pues, destierra frases como “yo no puedo ser feliz”. La ciencia afirma que
está en nuestras manos.
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