Pude ver recientemente en la televisión las
declaraciones del entrenador del FC Barcelona Luís Enrique, en las que defendía
que “ni eran
tan buenos como cuando ganaban, ni tan malos como cuando perdían”. Y
en su conocida obsesión por mejorar afirmó categóricamente: “El elogio
debilita”.
Es posible que lo haga, para determinadas personas
y en determinadas circunstancias. Pero yo personalmente no creo en ello. Es
más, creo todo lo contrario.
Creo que puede debilitar la adulación, el elogio
gratuito, insincero, oportunista. Pero no el verdadero elogio. Y estoy
absolutamente convencido de que la permanente falta de éste lo que hace es
hundir.
Es cierto que no todos lo vivimos igual. Para algunas
personas, el elogio es su energía vital; lo necesitan y a menudo lo buscan. Y
esto es sin duda un problema. Para otras el elogio es simplemente irrelevante,
o hasta motivo de sospecha; así, ni lo buscan ni lo esperan. Pero para muchos
otros, quizás la mayoría, el elogio es simplemente un regalo, que motiva, carga
las pilas, y da energía para seguir adelante.
Es curioso porque hay mucha gente que se resiste a
darlo, y lo hacen convencidos de que así evitan que el otro se acostumbre, se
apalanque, o se acomode; me parece un menosprecio a la inteligencia de la
gente.
A
mi personalmente un elogio sincero me refuerza y me emociona. Y me impulsa
a hacer mejor las cosas. No para recibir otro, sino simplemente porque me hace
ilusión saber que alguien ha disfrutado con mi trabajo. Así, lejos de
apalancarme lo que hago es ponerme las pilas con un buen elogio. Y no siempre
la crítica me ayuda; cuando está bien expresada, seguramente, pero cuando la
siento injusta, me desmotiva.
Creo que al final, quien nos tenemos que juzgar somos nosotros
mismos, y el elogio en este contexto no es más que un termómetro de
cómo nos están viendo desde fuera. En este sentido, no debería de debilitar en
absoluto.
Vivimos en una sociedad que critica
constantemente; en la política, en el trabajo… oímos y recibimos dosis
desmesuradas de crítica. Alguna disfrazada de “crítica
constructiva”, y el resto lanzada de forma directa y sin
contemplaciones. Me pregunto entonces: ¿Nos puede hacer daño en este contexto
el elogio?.
La
falta de elogio, combinada con el exceso de crítica hunde; básicamente
porque cuando uno recibe constantemente el mensaje de que lo hace mal, se lo
acaba creyendo, y lo acaba haciendo tan mal como los demás le dicen que lo
hace. La
crítica permanente mina la autoestima y hace que dejemos de creer en nosotros.
No vivimos –al menos los comunes de los mortales-
en una situación de exceso de elogio, sino todo lo contrario. Andamos escasos
de él. No lo demonicemos; el día que no nos permitamos disfrutar de
lo que nos sale bien, habremos perdido un montón de energía para seguir adelante.
Así que no escatimemos elogios; administrémoslos con
sabiduría pero con generosidad también. Es mucho más lo que brindan que los
peligros que conllevan.
Y acabo con una reflexión: quizás en el fondo
tenga razón Luís Enrique y el elogio debilite: porque como no lo recibimos casi
nunca, no lo sabemos llevar. Y cuando lo recibimos hasta nos confunde.
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