—Cuando empecé a enseñar Psicología
Positiva en Harvard, un estudiante me dijo: «Me
fijaré en usted y si le veo siempre feliz, me matricularé en su curso».
—Un chico
listo.
—¿Usted cree? Le contesté que si me
veía siempre feliz, era porque o yo era un psicópata o estaba muerto. Porque
sólo los psicópatas y los muertos no sienten nunca envidia, tristeza, dolor,
celos... Y nunca fracasan.
—¿Qué enseña
usted, entonces?
—Dese permiso para ser humano... ¡Verá qué alivio!
Sólo cuando deje de negar errores y de bloquear las emociones negativas
permitirá que le afecten también las positivas.
—¿Por qué cree
que negamos el error?
—Nos educan en la mitificación del éxito.
—Palabra
vendelibros.
—Los padres presionan a sus hijos para
que triunfen tras haberse machacado a sí mismos: Si no han triunfado, es que no
han trabajado bastante. Y nunca es bastante. Yo mismo me torturé la juventud
con dos frases: «Nada sustituye al trabajo duro» y
«Cuanto más trabajo, más éxito tengo».
—Están de
moda; con el sufrimiento.
—Pues conducen a la mentira del perfeccionismo.
La verdad es que si quieres triunfar más, debes empezar por fracasar el doble
y para ello debes comenzar por asumir las emociones que la derrota lleva
aparejadas.
—¿Cómo?
—La vida es una sucesión de fracasos para poder tener
algún éxito. Y la paradoja es que cuando aceptas el error, el dolor,
la soledad; y las emociones que provocan: El odio, la tristeza, la envidia, los
celos, la frustración...
...
—Y los dejas fluir sin intentar
suprimirlos, sólo
entonces dejan de ser tus emociones, para ser sólo emociones. Así se
disuelven.
—Por ejemplo.
—Es mera terapia cognitiva. Supongamos
que tiene pánico a hablar en público...
—¿Qué sugiere?
—Usted interpreta el público —hecho— como amenaza —pensamiento— y reacciona con —sentimiento— ansiedad. Acepte esa
ansiedad; déjela fluir y no intente reprimirla.
—Pero me
seguirá paralizando igual.
—La naturaleza para ser gobernada
antes debe ser obedecida. Déle curso y llegará a interpretar al público como
gente que le quiere y escucha hasta lograr frenar la ansiedad.
—¿No se trata
de evitar que afecte?
—Eso déjeselo a Clint Eastwood. Usted dese permiso para ser débil. Ser positivo no
es ignorar o quitar importancia a la realidad, sino aceptarla. Y asumir sus
emociones.
—Cuanto menos
afecten, mejor.
—Al revés: Negar las emociones desconecta de la
realidad. Por eso, cuando usted sea consciente de que ha fracasado y
que ha sido vanidoso, egoísta, celoso o traidor...
—Vale, ya le
capto.
—No se conforme con pensarlo usted: No
sirve. Dígaselo a alguien. Y si no tiene a quién confesarse, escríbalo. Pero...
¡Expréselo!
—Por ejemplo.
—Muchos hombres se niegan el derecho a ser cobardes o a
cualquier otra emoción. En nuestra cultura el hombre que siente es
un sentimental, o sea, débil: Menos hombre.
—¿Y ellas?
—El pecado emocional de ellas suele ser negar el enfado.
Les parece poco femenino pillar un buen cabreo... Y que se note.
—Con lo a
gusto que te quedas.
—Cuando despiden del trabajo a uno de
mis pacientes, le hago escribir un «diario del cabreo del parado» para expresar
lo humillante que es que prescindan de ti; lo inútiles que son muchos de los
que se quedan.
—Un desahogo.
—Relaja más chillárselo a los jefes,
pero aunque sea tarde, que lo expresen. Los parados que se manifiestan, maduran, crecen, se
distancian de su emoción y se ponen en mejor posición para encontrar empleo
después.
—O no.
—O no, pero tendrán más autoestima y
realismo para juzgar un sistema incapaz de repartir la prosperidad a través del
empleo. Y
serán capaces de organizarse para cambiarlo.
—Es más fácil
instalarse en la mentira.
—En el hospital de Harvard verificamos
si los equipos mejoraban resultados con las condiciones de efectividad de
Hackman.
—¿Y...?
—Pues no mejoraban. Sólo comprobábamos
esa mejoría en los casos de vida o muerte.
—¿Por qué?
—Porque no podían ocultar las
negligencias que provocaban muertes, pero las demás las tapaban para «proteger
al equipo».
—Así que no se
corregían.
—Hicimos que se comunicaran todos los
errores menores y —después sí— verificamos que los equipos que las cumplían
rendían más.
—Los que tapan
errores suelen ascender.
—Sólo en organizaciones perfeccionistas, ergo mentirosas.
En las organizaciones maduras, los errores no son fallos para culpar a una
persona, sino oportunidades de todos para mejorar el funcionamiento del equipo.
—¿Un optimista
es un pesimista mal informado?
—Yo prefiero ser optimalista y aspirar a casi todo,
para al fin saber disfrutar con casi nada. Hoy sabemos que la
felicidad no es la culminación del éxito, sino sólo su inicio.
-¿...?
—Las personas que asumen la realidad
—que son sólo humanos— no aspiran a ser el más listo, guapo o rico, sino que
aprecian lo que ya son. Y son más felices. Y, a partir de ese bienestar, suelen
tener éxito.
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