Quejarnos es
algo que muchos de nosotros hacemos con bastante frecuencia ante distintos
tipos de malestar. A veces nuestros lamentos van dirigidos hacia afuera, de
forma que compartimos con los demás lo desgraciados que somos por tener que
vernos en determinadas situaciones. Otras veces, sin embargo, la queja se
limita a nuestro mundo interno: resoplamos cuando suena temprano el
despertador, perdemos el autobús, sentimos pereza de ir al gimnasio, alguien se
comporta mal con nosotros, o simplemente llueve en vez de hacer sol.
Tanto si este acto de refunfuñar se manifiesta exteriormente
como si no, al quejarnos adoptamos una actitud de lucha hacia la realidad que
vivimos en aquel momento: es como si de
alguna manera le reprocháramos a la vida sus malas acciones hacia nosotros.
Pero,
¿Porqué nos quejamos?
La verdad es
que a veces la queja nos proporciona cierto alivio a corto plazo: el hecho de
reconocer nuestro malestar y expresarlo nos ayuda a distanciarnos un poco de
él, aunque sólo sea por unos instantes. Algunas personas, además, pueden sentir
cierta satisfacción al identificarse a ellas mismas como personas abnegadas que
sufren y se sacrifican a diario.
Cuando la queja deja de ser ocasional y se convierte en una
actitud vital, experimentamos importantes consecuencias emocionales: nos
convertimos en una especie de pequeños gruñones que rara vez están satisfechos
con lo que ocurre. Esto hace que aumenten nuestros sentimientos de enfado,
tristeza, rabia y agotamiento. La queja constante supone además un gasto
importante de energía, de manera que todos los recursos que invertimos en
lamentarnos no son destinados al afrontamiento de los retos con los que nos
vamos encontrando. Otro de los efectos de la queja es que hace que poco a poco
vayamos centrando nuestra atención principalmente en aquello que no nos gusta,
de manera que las cosas agradables de la vida pueden llegar a pasarnos
prácticamente desapercibidas.
El primer paso
para salir de la queja es, como ocurre con todos los hábitos mentales, en hacer un
esfuerzo de toma de conciencia. Intenta observarte a ti mismo
durante los siguientes días, date cuenta de si la queja es algo habitual en ti
e ser consciente que cuando ésta pasa a ocupar tu mente. Si descubres que este hábito está más
presente en tu vida de lo que pensabas no te enfades contigo mismo, en lugar de
eso intenta tomar este hecho como una oportunidad valiosa para aprender.
Una de las
mejores alternativas a la queja es adoptar una actitud abierta hacia lo que ocurre,
cultivando la capacidad de sorprenderse a cada instante con lo que la vida nos
tiene preparado y con nuestras reacciones ante ello. Esta actitud, opuesta a la
de juicio, nos ayudará a que nuestra atención no quede totalmente inundada por
los acontecimientos desagradables del día. Se trata de afrontar el presente de forma parecida a la
de un niño que está descubriendo el mundo que le rodea, y se sorprende e
interesa por cada movimiento que tiene lugar a su alrededor.
Otra de las
herramientas que podemos utilizar, y que está muy relacionada con la
anterior, es la gratitud. A menudo,
demasiado a menudo, damos por sentadas múltiples cosas buenas que nos suceden a
diario. Es
como si todo aquello maravilloso que pasa cotidianamente perdiera su valor por
el simple hecho de repetirse: despertarnos cada día, tener salud,
poder estar con las personas que amamos, disfrutar de una buena película o de
un buen plato de comida... Todas estas son pequeñas oportunidades de
satisfacción que solemos ignorar hasta que llega el día en que nos faltan: ¡es entonces
cuando nos damos cuenta de lo importantes que eran para nosotros!
También puede
ser útil plantearnos si estamos viviendo o no de acuerdo con nuestros valores
personales, es decir, con aquello que es importante para nosotros en
la vida. A menudo son estos valores los que nos conducen a realizar acciones
que a veces nos cuestan un esfuerzo y nos quejamos al tenerlas que llevar a
cabo (podemos por ejemplo hacer jornadas de muchas horas cuidando de nuestra
madre que está enferma, o aguantar las condiciones precarias de un empleo para
poder alimentar a nuestros hijos). En estos casos es importante reflexionar
sobre las razones por las cuales estamos invirtiendo nuestra energía en dichas
actividades y sobre si lo estamos haciendo libremente. Si los motivos no son lo
suficientemente potentes o no están de acuerdo con nuestros valores personales,
podemos plantearnos dejar de hacer dicha actividad. Si, por el contrario, hay
una razón valiosa para llevarlas a cabo, pensar en ello nos ayudará a no afrontar
dicho reto desde la queja y a sentirnos satisfechos con nosotros mismos por
actuar de acuerdo con aquello que nos importa realmente en la vida.
Empezar a experimentar las alternativas existentes a la queja
supondrá una ampliación importante en nuestro horizonte, puesto que no
únicamente lograremos disminuir nuestro sufrimiento, sino que aumentaremos
nuestra capacidad de experimentar bienestar, satisfacción y energía a la hora
de afrontar nuestros retos cotidianos.
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