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dijous, 29 d’agost del 2013

"Diga a los suyos cómo quiere morir y vivirá más tranquilo». Ellen Coodman. La Contra de La Vanguardia.

Ellen Coodman,premio Pulitzer, preconiza el diálogo pre mórtem.
Tengo 72 años: fui columnista durante 44. Hoy no hay vida privada o pública: todo es política hecha por políticos, por eso soy activista. Siempre es demasiado pronto para hablar de morir­se hasta que es demasiado tarde. He participado en el salón 14iIIiealtlt de Fira de Barcelona

POR TI Y POR ELLOS
El ser humano nunca ha tenido tanta capa­cidad de decisión sobre su propia existencia co­mo ahora. La tecnología biomédica nos da un po­der que no tuvieron nuestros padres para elegir cómo queremos que nazcan nuestros hijos y cómo queremos vivir y morir nosotros. Ellen Goodman sufrió más de lo necesario al no saber si su madre quería o no alargar su agonía, porque no lo habían hablado antes. Por eso fundó The Con­versation Project, que nos anima a anticipar las decisiones que ten­drán que tomar por no­sotros nuestros seres queridos. Háblenlo para que ellos se sientan mejor, y ellos lo habla­rán para que ustedes se sientan mejor.


Durante 44 años escribí sobre cómo la vida privada en reali­dad era política...

¿Y de qué escribía?
De feminismo, bioética, dere­chos civiles: ¿sabe qué tienen en común?

Que provocan controversia.
Que la gente vive como si la política sólo fue­ra con ellos cuando votan.

Está la política y está la vida privada.
Lo que -vivimos como privado en realidad es político. Lo que acabamos haciendo con lo que creemos más íntimo: nuestro cuerpo, nuestra pareja, nuestras vidas... acaba deter­minado por leyes que elaboran políticos que dependen de nuestras opiniones y votos.

¿Por ejemplo?
Los derechos reproductivos: tener hijos; quién puede tenerlos; quién puede adoptar y con qué ayudas. O el matrimonio homo­sexual... ¿Es decisión personal o política? Abortar o no; o poder decidir hasta qué pun­to vale la pena sobrevivir conectado a una máquina... No es vida privada; es política.

Si no haces política, te la hacen.
Recuerdo que cuando, a los 22 años, em­pecé a escribir mi columna en el Boston Glo­be, las mujeres sólo escribían de cocina, de­coración, moda, familia, la casa, los niños._.

Y todavía hay más hombres que muje­res en las direcciones de los diarios.
¿Y por qué?. El talento entre hombres y mu­jeres periodistas no está tan mal repartido.

¿Por qué le dieron el Pulitzer?
Mi columna era distribuida a 400 diarios de todo el país, entre ellos el Washington Post. Me dieron el premio por un año de publicar mis columnas en las que interpreté los cam­bios en la familia americana.

¿Y qué ha cambiado en estos 44 años de periodismo en Estados Unidos?
Los medios se han polarizado.

¿La sociedad estadounidense también?
La gente sigue tendiendo al centro, pero la élite republicana está convencida de que con la moderación perdería siempre.

¿Por qué?
Es un error de percepción. Se escuchan más a sí mismos que a los ciudadanos. Fíjese en Romney, el último perdedor frente a Oba­ma: era gobernador centrista moderado, de Massachusetts, mi estado. Pero, para que su partido lo apoyara, se tuvo que ir tan a la derecha que perdió las elecciones.

¿Los medios escuchan al ciudadano?
Pierden audiencia cuando se radicalizan y en vez de diálogo en las tribunas de opinión lo que hay son proclamas y diatribas.

Debe de ser un fenómeno universal, porque aquí está pasando lo mismo.
Pues no es bueno para la sociedad ni para la cuenta de resultados de los medios: necesi­tamos más diálogo e intercambio constructi­vo de opiniones y menos panfletos.

¿Usted sigue siendo periodista?
Llevaba 44 años como columnista y he deci­dido mojarme por una causa: The Conver­sation Project, que cofundé hace ya tres años, preocupada por todo lo que tuvimos que pasar mi madre y yo cuando murió.

¿No habían hablado de su testamento?
Yo no le había preguntado cómo quería mo­rir, porque siempre nos había parecido que era demasiado pronto para hablarlo hasta que ya fue demasiado tarde. Y me vi confun­dida y más triste de lo necesario ante las enormes decisiones que tuve que tomar.

¿Cuáles?
Ella ya no podía decidir por sí misma, y yo no sabía si quería prolongar su vida a toda costa o prefería renunciar a tratamientos que podían causar sufrimiento inútil.

Es un terrible dilema.
Decidí evitar a los demás situaciones así. Y creamos un grupo de periodistas, médicos y clérigos para compartir experiencias de muertes tranquilas y otras que no lo habían sido: The Conversation Project

¿Y qué decidieron?
Que la tecnología biomédica nos ha dado un nuevo e inmenso poder sobre nuestras existencias que hemos dejado en su mayor parte en manos de los médicos y el sistema: las personas debemos recuperar esa capaci­dad de elegir cómo queremos vivir y morir.

¿Dejando un documento escrito?
Sólo se puede lograr que sea efectivo si ha­blas sobre cómo quieres que sea tu muerte con las personas más queridas cuando aún puedes tomar decisiones lúcidas. Ellas deben comprometerse a hacer que tu volun­tad se cumpla cuando tú ya no puedas.

¿No es suficiente con un testamento?
Me temo que los hospitales no están cum­pliendo esas últimas voluntades. Lo más efectivo es que quienes estén junto a ti en esos momentos finales sí logren que lo que decidiste se cumpla y hagan respetar los lí­mites que quisiste poner a tu sufrimiento.

¿De qué tipo de situaciones hablamos?
Entubaciones, comas, respiración asistida, tratamientos experimentales, protocolos médicos dolorosos con pocas posibilidades de alargar la vida o, al menos, una vida que valga la pena ser vivida. ¡Háblenlo ahora y no tendrán que lamentarlo después!

No es fácil hablar de la muerte.

Si lo hablan antes, vivirán mejor y cuando llegue el momento evitarán sentimientos de culpa y sufrimiento inútil, porque todos sa­brán que se hace lo correcto.


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