—¿Qué sabe de
usted?
—Que soy un tipo con unas ganas
espantosas de pasarlo bien y con una espantosa incapacidad para lograrlo. Igual
si supiera más de mí no escribiría. Escribo para saber quién soy.
—¿Contento de lo
que ha hecho con su vida?
—¿Quién lo está? Pero nada me alegra más que estar viviendo.
A mí lo que me gustaría es ser alegre, y lo soy bastante.
—¿Aprendido o innato?
—En la adolescencia leí simultáneamente
dos libros que me cambiaron la vida: Tres tristes tigres y Rayuela, de ellos aprendí que
había que pasarlo bien como fuera.
—Eso suena a
desesperado.
—También escribo para no sacar el
indeseable que llevo dentro, un tipo repugnante.
—¿Le ha visto la
cara?
—Cada mañana. Si yo no escribiese sería
un peligro público, haría cosas malas. ¿No tiene la sensación de que es capaz
de lo peor?
—Mejor hablemos
de usted.
—Sí, mejor, es lo que más cerca tengo.
—¿Qué quiere contar
en sus libros?
—Algo imposible: Cómo funciona el
mundo. Es una manera de matar el tiempo y de no darte a ti mismo la lata.
—¡Si se pasa el
día enganchado a sí mismo!
—Sí, pero distraído, para eso sirven
las grandes cosas: El amor, el sexo, el arte..., para no acordarte de que tú
eres tú; para desautomatizar la realidad, ¿En qué sentido?
—Usted dirá.
—Vivimos de una manera distraída. «La costumbre nos roba el verdadero rostro de las cosas»,
decía Montaigne. Pero ¿Por qué decía yo esto?.
—No lo recuerdo.
—Yo tampoco. Es igual. Empecé a
escribir con 14 años, pero no se lo decía a nadie. En mi casa son muy
católicos, y, claro, yo también lo era. De repente pillé a Unamuno y tuve claro
que no podía vivir sin literatura. Luego descubrí el lenguaje con Borges y supe
que no todo es pensamiento y volverse loco.
—¿Desde cuándo se
come las uñas?
—Desde siempre, soy autodestructivo.
—¿Destruye algo
más?
—Sí, sí, todo en general, y creo que
ser autodestructivo es una herencia de la educación católica, que es muy
perversa.
—Pero si es usted
un hombre de estructura clásica.
—Sí, y creo que el matrimonio es un
gran invento muy complicado. Yo soy un loco y mi mujer una persona sensata, lo
cual está muy bien. Pero, claro, si ella fuera una loca igual yo sería un tipo
sensato.
—¿Y qué?
—Que sí, que el peso de la familia es
muy importante. Si les ocurriera algo a mis padres me moriría. Creo que la
mayoría de las cosas que hago las hago por ellos. Decía Walter Benjamin que la felicidad es
vivir sin temor.
—Entonces lo
tenemos mal.
—Por eso yo prefiero apostar por la alegría, que es
más asumible que la felicidad. Hay una frase de De la Rochefoucauld que
pensaba ponerme en la entrada de mi casa: «La seriedad es la máscara que se
pone el cuerpo para ocultar la putrefacción del espíritu».
—¡Qué razón
tiene!
—Sí, no te fíes ni un pelo del que va
de serio, en realidad está ocultando algo. Toda solemnidad es siempre
sospechosa, o dicho de otra manera...
—¿Adónde va?
—A escenificárselo: Fíjese en cómo
camina el que cobra más de 3.000 euros al mes...
—Como si se
hubiera tragado el palo de una escoba.
—Exacto. En cambio, Groucho Marx
caminaba así de agachado, y eso es una actitud moral.
—Que usted
comparte.
—Kafka decía que en un mundo sin Dios el sentido del humor
es casi una obligación moral. ¡Claro! Si existiera Dios, ¿Para qué
nos íbamos a reír? Estaríamos todo el día colgados. Pero después hay otra frase
en la que dice todo lo contrario.
—... Señal de que era inteligente.
—Cierto, Voltaire decía que el que no
se contradice tres veces al día es un idiota. Pues la otra frase de Kafka era
sobre Chesterton: «Es tan divertido que parece que haya visto a Dios», decía.
¡Lógico, menudo subidón haber visto a Dios!
—¿Y qué frase prefiere de las propias?
—La que dice que la verdadera
aristocracia es la que forma a personas bondadosas. Tendemos a valorar el
atractivo del mal. Sobre todo los escritores, que caemos en ese tópico de que
con los buenos sentimientos nunca se ha hecho buena literatura. Tendemos a
pensar que J.R. es el más atractivo.
—Buen ejemplo.
—Me temo que el mal no es más
misterioso que el bien, y que esa gente buena existe; aunque yo no esté entre
ellos.
—Pues yo le veo
lleno de buenos principios.
—Para mí, la moral es aquello que sirve
para vivir más y mejor. Yo lo que busco es no hacer daño a nadie y vivir con más
intensidad, y el instrumento que he encontrado para ello es la literatura.
—¿En qué le
gustaría convertirse?
—Lo
sensato es decir que a lo único que se puede aspirar es a ser uno mismo. Pero sé que es
una evidencia que puede sonar solemne. También podría decirle que me gustaría
ser rubio, alto, rico, guapo..., pero tampoco.
—¿Entonces?
—No me quejo, porque quejarse es de
mala educación.
—Pues dígame quién es Cercas sin
quejarse.
—¡Está clarísimo!: Moreno, bajito y con
boina. Pero ¿Sabe lo que pasa? ¡Que no me veo, no me veo!..., ja, ja, ja.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada