Me escribe un lector de “La Brújula
Interior” y me recuerda este texto que escribí en éste, mi primer
libro. En él hay una breve reflexión sobre que las cosas más bellas e
importantes de la vida no admiten la fuerza. Dice así:
“Dijo el maestro: las mejores
cosas de la vida no pueden lograrse por la fuerza:
Puedes obligar a comer,
pero no puedes obligar a sentir
hambre;
puedes obligar a alguien a
acostarse,
pero no puedes obligarle a
dormir;
puedes obligar a que te oigan,
pero no puedes obligar a que te
escuchen;
puedes obligar a aplaudir,
pero no puedes obligar a que se
emocionen y entusiasmen;
puedes obligar a que te besen,
pero no puedes obligar a que te
deseen;
puedes obligar a que fuercen un
gesto de sonrisa,
pero no puedes obligar a reír;
puedes obligar a que te
elogien,
pero no puedes obligar a
despertar admiración;
puedes obligar a que te cuenten
un secreto,
pero no puedes obligar a
inspirar confianza;
puedes obligar a que te sirvan,
pero no puedes obligar a que te
amen.
Sentir hambre, dormir, escuchar, emocionarnos, entusiasmarnos,
desear, reír, sentir admiración, sentir confianza, amar… son acciones que no
admiten la fuerza, la obligación.”
Y sí, sigo sintiendo y pensando
que es cierto. Cuando se pretende forzar algo, obviamente se estropea. Pierde
espontaneidad, naturalidad, sinceridad. Pierde originalidad y pureza. Sí. Lo genuino, lo
verdadero, lo que de verdad merece la pena surge espontáneamente en el centro
de uno hacia el otro.
Si alguien te obliga a
admirarle, propicia la ignorancia o el desprecio.
Si alguien te obliga a besarle,
propicia el desagrado o el asco.
Si alguien te obliga a
relajarte, obviamente pone en marcha una contradicción que dispara los nervios.
Y podríamos seguir y seguir.
“Vive y deja vivir” reza uno de mis dichos favoritos. Si
fuéramos capaces de ello, sin forzar a nadie a nada, viviendo y dejando vivir,
otro mundo sería éste y otro gallo nos cantaría. Lo mejor siempre se presenta
amablemente.
Besos y abrazos,
Álex
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