Nada peor que desear un cambio y no poner los medios, paso a paso, para lograrlo. Esa pasividad nos bloqueará y destrozará la autoestima. Sirvan estas pautas para superar el abismo.
Son muchas las personas que en algún momento se plantean realizar un cambio. Quizá anhelan dar un giro a su vida, renovarse en algún aspecto, superar una dificultad, mejorar a nivel personal… Sin embargo, sólo cuando esta necesidad es suficientemente intensa impulsa a movilizarse en algún sentido.
Quienes se dedican a la publicidad saben que la palabra cambio surte un efecto especial. Supone la promesa de una vida mejor, más feliz y completa. Cualquier tipo de novedad –un cambio de imagen, reformas en el hogar, dietas milagrosas- se utiliza como reclamo. La cuestión es, como bien la frase, renovarse o morir, con la esperada de que eso lleve a un estado diferente, más cerca de la ansiada felicidad.
Sin embargo, más allá de esas transformaciones superficiales no resulta fácil. El cambio suele ser algo buscado y esperado, pero también temido. Por un lado existe el impulso de hacer algo distinto o salir de la insatisfacción. Por otro, la tendencia a preferir la comodidad de lo conocido.
En ese viaje son muchos los frenos y los obstáculos que pueden hacer que ese deseo quede en mero intento. Para que llegue a realizarse puede resultar útil tener en cuenta premisas como las siguientes:
1. CREER EN LAS MUDANZAS
“Todo cambia, nada es” Heráclito de Éfeso
El mayor freno para lograr un cambio es ni siquiera creerlo posible. Cada vez que se pronuncian frases como: “Nunca cambiarás”, “Soy así, no puedo evitarlo”, “No hay nada que pueda hacer para mejorar esta situación”, se niega, tanto en uno mismo como en los demás, la capacidad de cambiar.
Nociones como el peso del carácter y los genes inducen a pensar que una persona es tal como es porque ha nacido así y tiene irremediablemente esos defectos. Mientras que poner la causa de los problemas fuera (en los demás, en el pasado vivido, la mala suerte, las circunstancias…) augura un futuro poco prometedor, que resta tanto responsabilidad como posibilidades frente al cambio.
Sin embargo, la psicología se fundamenta precisamente en la capacidad de cambiar de la persona. Sostiene que no sólo es posible, sino inevitable. Si miramos a nuestro alrededor, podemos ver que, como decía el filósofo Schopenhauer, el cambio es lo único que permanece inmutable.
Nuestra propia identidad es dinámica y cambiante. Resulta imposible definirse del mismo modo siendo niño que adulto, cuando se vive en pareja, se acaba de ser padre o cuando se cambia de trabajo. El propio cuerpo, e incluso cada célula, sufre una transformación continua. Y los valores y creencias, así como el modo de relacionarse y vivir las propias emociones, evolucionan con el tiempo.
2. MIRAR HACIA EL FUTURO
“Si no sabes adónde quieres ir, llegarás a cualquier parte”
Muchas veces se busca un cambio, pero sin saber realmente qué es lo que se desea. Es fácil convertirse entonces en un especialista de la queja, hablando una y otra vez sobre los propios problemas, lo que disgusta o las enormes dificultades que impiden cambiar.
Digamos que, en tales casos, la persona está más enfocada en el problema que en la solución, lo cual supone un excelente mecanismo para seguir igual. Para iniciar un cambio y empezar a movilizarse es preciso conocer cuál es la dirección de destino.
Partiendo de la situación actual, se puede imaginar a qué futuro se desea llegar. De este modo se tendrá una idea más clara del trayecto y las posibles estaciones que implica el cambio. Una distancia excesivamente larga entre el origen y la meta, por ejemplo, puede indicar que se tienen expectativas un tanto irreales, o que es preciso plantearse pequeños objetivos a corto plazo. Los expertos en marketing saben la importancia que tiene la atención.
Sólo lo que capta nuestro interés tiene probabilidades de expandirse. En relación a nuestra situación personal ocurre algo parecido: centrar la atención en las dificultades hace que éstas crezcan, mientras que enfocarse hacia el futuro deseado permite encaminarse hacia el cambio.
3. TRASPASAR LAS LIMITACIONES
“Un obstáculo es lo que se ve al desviar los ojos del objetivo”
Los cambios a menudo implican decisiones difíciles, despedirse de algo que resulta familiar, afrontar la incertidumbre de lo desconocido… Resulta lógico, por tanto, que desestabilicen y provoquen miedo o estrés. Muchas personas tienen una larga lista de razones por las cuales posponen o no llegan a realizar ese cambio que tanto desean. Sin embargo, detrás de cualquier limitación externa se esconde un miedo, y éste supone el mayor obstáculo.
En la base del temor suelen hallarse creencias del tipo: “No seré capaz”, “Es demasiado difícil” o “He malgastado mucho tiempo”. Este diálogo interno crea una sensación de incapacidad todavía mayor. No hay nada tan peligroso como tener una idea fija y además limitante.
La resistencia al cambio es algo que conocen bien los psicólogos. Se trata de esa tendencia, a menudo inconsciente, que actúa en contra del objetivo terapéutico y que es preciso aprender a detectar y atravesar. Se explica por esa fuerza homeostática, común a todos los seres vivos, que trata siempre de conservar el antiguo estado, y que resulta antagónica y complementaria con la fuerza que impulsa a cambiar.
En realidad, se necesita tanto el cambio como la estabilidad para tener capacidad para adaptarse a las circunstancias, a la vez que se mantiene un buen equilibrio físico, mental y emocional.
4. ROMPER PAUTAS
“Quien hace siempre lo mismo, difícilmente obtendrá un resultado diferente”
A veces es tan simple como tener en cuenta esa vieja máxima. Se desea cambiar, sentirse distinto, resolver una situación, pero se sigue haciendo exactamente lo mismo que ayer, hace un mes o hace un año. Es decir, lo que se ha comprobado repetidamente que no funciona.
Los problemas a menudo no aparecen por sí solos, sino que contribuimos a crearlos. A partir de una situación, presente o pasada, se pueden generar ideas o recurrir a soluciones que en realidad acrecientan todavía más el problema. La buena noticia es que si somos capaces de crear nuestro propio problema, también podemos generar las condiciones que ayuden a resolverlo. Una buena manera es introduciendo cambios en las actitudes y comportamientos que se repiten. Tal y como decía Milton Erickson, uno de los terapeutas más influyentes de nuestro tiempo, los individuos empiezan a tener dificultades cuando actúan o piensan siguiendo pautas rígidas.
Modificar la secuencia en que aparece la dificultad, utilizar lo que se ha comprobado que sí funciona, salir del camino acostumbrado, realizar algo nuevo, distinto, sorprendente… implica introducir flexibilidad en la propia vida, uno de los ingredientes indispensables para el cambio.
5. EL EFECTO BOLA DE NIEVE
“Da el primer paso. No necesitas ver toda la escalera, sólo da el primer paso”. Martin Luther King
Un pequeño cambio puede tener un efecto expansivo y generar cambios cada vez mayores. No se trata de magia. Es un principio que se halla presente en cualquier sistema vivo: al cambiar una parte se produce una reacción en cadena que involucra a las restantes. Por eso, cuando un miembro de la familia realiza un cambio, los demás también se ven afectados en cierta medida. O cuando se modifica algún aspecto personal, los sentimientos y pensamientos también van variando.
A veces basta con modificar la manera en que se percibe una situación. Las personas se sienten estancadas y ofuscadas cuando no encuentran salidas o maneras de realizar un cambio. Cuando más analizan o más explicaciones buscan a lo que les ocurre, más absorbidas se encuentran por sus propias circunstancias.
6. DAR LA BIENVENIDA AL CAMBIO
“Y llegó el día en que el riesgo que corría por permanecer dentro del capullo era más doloroso que el que corría por florecer”. Anaïs Nin
Quizá una pregunta clave sea: “¿Qué estoy dispuesto a cambiar?”. Algún movimiento diferente, algo distinto se tiene que iniciar si se pretende romper la inercia.
El cambio no está exento de riesgo. Como cualquier elección, supone una apuesta que puede llevar tanto a ganar como a perder en algún aspecto. Sin embargo, mantenerse en la duda y la pasividad también puede pasar factura. Por un lado, el tiempo por sí mismo puede acotar las posibilidades y decidir por nosotros. Por otro, el deseo de cambiar no realizado puede crear una honda insatisfacción personal.
Las personas no sólo somos capaces de cambiar de manera asombrosa, sino que cambiamos constantemente. De hecho, todos conocemos ejemplos de transformaciones personales a raíz de una situación crítica o por pura voluntad. Puede que haya momentos difíciles o en los que no resulte fácil encontrar una salida, pero resulta reconfortante saber que es posible abrir ventanas y descubrir un nuevo horizonte si estamos dispuestos a cambiar.
TRABAJAR PARA MEJORAR
El Coaching trabaja por y para el cambio, tanto los que acontecen sin que uno lo desee como los propuestos como mejora personal. No utiliza herramientas externas, como pueden ser los fármacos o la incisión de un cirujano, sino que alude a las aptitudes inherentes a cada persona.
Cada corriente de Coaching utiliza un marco teórico y técnicas diferentes para producir el cambio. La función del Coach consiste básicamente en ayudar a clarificar la situación y ayudar a visualizar nuevas vias. No hay que olvidar que quien cambia realmente es la propia persona, a veces con esfuerzo, utilizando unos recursos o capacidades que hasta entonces quizá mantenía olvidados.
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