—Empecé a beber a los 15 años. Era tan
bruto que para tener el valor de hablar con una chica, tenía que beber.
—Y eso que
tenía planta.
—La timidez era la excusa para beber. Luego
dejé Madrid y a los 17 años me vine a Barcelona, la capital española del
waterpolo, y viví en la residencia Blume.
—¿Una
residencia para deportistas no era disciplinada y controlaba sus salidas?
—Vivíamos bien: Jugábamos, nos
entrenábamos, descansábamos y salíamos. Ganábamos dinero como seleccionados y
nos comíamos el mundo... Y algunos nos lo bebíamos.
—¿Cuándo
empezó a esnifar cocaína?
—En 1990, después de los JJ.OO. de
Seúl, donde habíamos quedado sextos.
—¿Y siguió
jugando y esnifando?
—En 1991 logramos plata en el Mundial;
en 1992, plata en Barcelona; en 1993, subcampeones de Europa; en 1994,
subcampeones del Mundo; en 1995, subcampeones de Europa con mi club, el
Catalunya; en 1996 ganamos el oro en los JJ.OO. de Atlanta; en 1997 pinchamos
en el Europeo de Sevilla, pero en 1998 logramos ganar oro en el Mundial, y en
Sídney, en los JJ.OO. del 2000, cuartos.
—Un palmarés
envidiable... ¿Drogado?
—Nunca consumí para rendir más. El
consumo de cocaína y alcohol era para mí la fiesta, la diversión: Cuando
acababa una competición lo celebraba, aunque no hubiera nada que celebrar. A
partir de 1998 estaba tan enganchado que consumía jueves y viernes por la
noche; el sábado daba una excusa para no entrenarme y el domingo iba al
partido.
—¿Si no
hubiera consumido, habría rendido más como deportista?
—No creo. Yo rendía a un nivel muy
alto, pero sí que hubiera disfrutado mucho más del waterpolo, que era lo que
más me gustaba en la vida. Como ya era un adicto, cuando no consumía me sentía
gris y me deprimía.
—¿Por qué
empezó a esnifar?
—Porque me permitía beber sin sufrir
los efectos indeseables del alcohol. Yo llevaba una moto grande y me daba miedo
conducir borracho, así que... ¡Qué forma más tóxica de pensar! ¡Me parecía más
seguro conducir metido de coca! Era adicto e inventaba cualquier mentira para
seguir consumiendo.
—Usted tenía
fácil mentirse.
—Pensaba: «Soy
campeón del mundo... ¡Medalla de oro! ¡Cómo voy a ser un adicto! Adictos son
esos vagabundos que duermen sobre cartones en un portal; yo soy un triunfador».
—¿Y los
controles antidopaje?
—Hacía parones de consumo para
evitarlos y así iba tirando.
—Consumió y
compitió durante catorce años. ¿No le pillaron nunca?
—En una reunión preparatoria de los
JJ.OO. de Barcelona levanté la mano, porque sólo con uno que diera positivo,
echaban a todos.
—¿Confesó?
—Les dije: «Tengo
un problema, salgo por la noche y, si bebo, no sé parar y entonces consumo
otras sustancias».
—Glubs.
—Los entrenadores se asustaron.
Decidieron que me harían controles sólo para mí. Si pasaba sus controles
privados, entonces podría jugar.
—¿Los pasó?
—Todos, e hice mi mejor Olimpiada. Aún podía hacer
parones, porque pensaba: «Si gano, el festival de consumo será tremendo».
—¿No notaba el
frenazo de la coca?
—Cuando hacía un parón, me volvía un
maniático intratable; era el síndrome de abstinencia, que yo disfrazaba de mala
racha. ¿Sabe cómo se detecta un adicto?
¿...?
—Porque su entorno, sus amigos, su
familia, su trabajo se empieza a deteriorar.
—¿Cómo se
deterioró su familia?
—Estuve casado cuatro años; tuvimos
una hija, Claudia. Yo seguía saliendo hasta que una noche salí y no volví en
tres días.
—Menuda
juerga.
—Le dije a mi mujer que no podía parar
la fiesta. Discutimos. Así que decidí abandonar a mi mujer, de 28 años, y a mi
hija, de ocho meses, pensando que era lo mejor para no hacerlas desgraciadas.
—Era usted muy
impulsivo.
—La coca te vuelve irreflexivo. Conocí
a otra persona del mundo de la noche y me puse a vivir con ella. Tuve otra hija
con ella y empecé a culparla de todo lo malo que me pasaba, y que empezaba a
ser mucho... Demasiado.
—¿Se dio
cuenta de su adicción?
—Ingresé en el centro Marenostrum con
mi mejor amigo, el también campeón de waterpolo Jesús Rollán, que acabó
suicidándose.
—Terrible.
—Fue durísimo para todos. Llegó el
Mundial de Barcelona 2003 e intentaron recuperarme para jugar, pero yo sólo fui
a dos entrenamientos; al tercero, salí por la noche y ya iba colocado. Ahí vi
que tenía un problema.
—Grave.
—Ya no podía culpar a nadie de mis desastres: Ni al
seleccionador que me echó ni a mi mujer... Yo era el único culpable. Ingresé.
—¿Cómo se
empieza el tratamiento?
—Me dijeron: «¿Quién
eres?». «Yo soy Pedro García, el campeón olímpico». «No, Pedro, tú eres un
adicto, un alcohólico y un cocainómano». «Y tú, un hijo de puta», contesté
llorando. Pero sabía que tenían razón.
—¿De verdad no se había dado
cuenta?
—Con la coca, España siempre va bien.
Vives una mentira hasta que se hace insostenible. Poco a poco, traté de volver
a ser útil. Estudié, descubrí que podía ayudar a otros adictos. Me hice
terapeuta.
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