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dimecres, 31 de juliol del 2013

AMOR DE PLAYA. Jon Fernández, La Vanguardia.

El verano es época de enamoramientos, idilios que duran semanas, meses a lo sumo, intensos pero con fecha de caducidad. Y no siempre es fácil gestionarlos emocionalmente
Si la primavera la sangre altera, el verano acaba re-volucionando el corazón. Todo indica que durante la estación estival el juego de muñecas de Cupido es más ágil, y la puntería de sus flechas mucho más afinada. El amor de verano no es sólo cuestión de cine o literatura. Es una experiencia vital que los psicólogos consideran importante para la madurez personal. De hecho, suele ser un amor especial por su brevedad, intensidad y por los buenos recuerdos que deja. Y aunque normalmente se trate de una relación con fecha de caducidad, existen muchos recursos para afrontar la despedida y aprovechar al máximo el idilio veraniego.
Para el 82% de los solteros españoles esta es la mejor época para encontrar pareja, según una encuesta del portal Match.com. ¿Alguna vez se ha preguntado por qué tendemos a enamorarnos más en verano? La biología, el ambiente que nos rodea y nuestro propio comportamiento contribuyen a ello. Durante esta época confluyen varios factores que propician la chispa del amor. Mila Cahue, psicóloga del centro Álava Reyes especializada en relaciones de pareja y exasesora de los portales de búsqueda de pareja on line Meetic.es y Match.com, apunta una serie de razones. El ritmo de la naturaleza es una de ellas. "El verano, época en la que hay más luz, es el momento natural de reproducción, y en el fondo del cerebro se activa ese instinto". Pero añade que en el caso del ser humano hay que analizar más allá del instinto, y recalca que durante estos meses estamos más descansados física y mentalmente, que al bajar el ritmo de trabajo desciende el estrés y que rompemos las rutinas, lo que nos predispone a estar abiertos a nuevos estímulos.
Mila Cahue subraya que cualquier relación requiere tiempo, y es justamente en verano cuando no tenemos que mirar tanto el reloj. "Precisamente una de las razones de que muchas parejas en invierno vayan mal es que casi no queda tiempo para atenderla", apunta. Al contar con más tiempo, la gente aprovecha para emplearlo en el ocio que más le gusta, y es ahí donde coincide con otras personas con quienes comparte esa afición. Es como si todo nos condujera a encontrar a una persona especial.
Por si todo lo anterior fuera poco, el factor sorpresa también tiene un papel importante. En vacaciones, nos desplazamos a diferentes destinos como la playa, la montaña o el pueblo, y la novedad de un entorno distinto es estimulante. Pero, tal como apunta la psicóloga Cahue, también entra en juego otro tipo de fascinación. "Una sorpresa doble que nos saca del aburrimiento: es muy agradable que alguien nos sorprenda y, al mismo tiempo, resultar sorprendente para alguien. En verano estamos más abiertos a descubrir a gente nueva que nos gratifique". En esta época de sol, arena, agua y fiestas nocturnas además, se agudizan los estímulos visuales y sensoriales. "Puede parecer una tontería –confiesa Cahue–, pero en verano hay más piel, que es fundamental en cualquier tipo de relación". El tacto entre pieles crea un vínculo de confianza especial tanto en las parejas enamoradas como durante la lactancia entre una madre y su bebé, dado que el organismo segrega oxitocina, conocida como molécula del amor u hormona del apego.
Mati Segura, terapeuta sexual y de pareja y miembro del Col·legi Oficial de Psicòlegs de Catalunya, va un poco más allá. Asegura que cuando la relajación del verano coincide con un enamoramiento el cerebro se inhibe, se bajan las barreras y se deja paso libre al amor. "Durante esa época la amígdala cerebral, que es la parte que controla el miedo, está desconectada. No se ven los peligros y se deja llevar". Los mecanismos de defensa del cerebro se desconectan y se activan los de recompensa. Parece que tanto el entorno como nuestro propio cuerpo se confabulan para empujarnos a vivir una relación amorosa durante estos meses.
No obstante, para evitar posibles desilusiones, conviene recordar en todo momento en qué consiste un amor de verano. "Al fin y al cabo, es un juego –explica la psicóloga Cahue–. Y hay que saber participar en él, saber aceptar las reglas, no engañar a nadie, y, sobre todo, no autoengañarse". Pero eso no quiere decir que el amor de verano sea frívolo ni superficial. Los psicólogos advierten que la frivolidad reside en actuar conscientemente con engaños, sin tener en cuenta los sentimientos de la otra persona. Pero el amor debe ser incompatible con el dolor. Cahue aclara que si dos personas saben lo que están haciendo, no hay engaño. "Se trata de aceptar y decir que vamos a jugar, y que cuando se acabe el juego nos despedimos y todo está bien".
En muchos casos los amores de verano están condenados a ser relaciones con caducidad, porque tras las vacaciones toca hacer la maleta y volver cada uno a su realidad, a cientos o miles de kilómetros de distancia de la otra persona. A lo largo del verano se acumulan las promesas, los sueños y los planes de futuro forjados al calor del sol o al amparo de largas noches estrelladas, aunque al llegar septiembre muchas veces acaban desvaneciéndose. ¿Cómo afrontar una relación que probablemente acabará con el verano? La terapeuta sexual Mati Segura no está de acuerdo con esa afirmación: "Un amor de verano no tiene más fecha de caducidad que un amor de invierno". La cuestión es que, sencillamente, en esta estación hay más posibilidades de enamoramiento y, además, hay más parejas que por distancia geográfica no pueden mantener la relación.
Para ese caso, la psicóloga Cahue revela tres consejos. El primero es vivir la experiencia con naturalidad desde el inicio hasta el fin y ser tolerantes con la frustración, ya que hay muchas cosas que acaban y no pasa nada. El segundo es tener claro que de amor no hay que morir: "El amor es para disfrutarlo, y merece la pena dure lo que dure". Y, por último, recordar que un amor corto no es insustancial, "simplemente es un juego, como la vida misma". De todos modos, nadie puede saber si una relación va a durar o no. "Hay muchas parejas felices que se conocieron en la playa", espeta la terapeuta sexual Segura. La cuestión es que las relaciones de pareja pasan por distintas fases y la primera suele ser el enamoramiento, una etapa casi ficticia para los amantes y que Segura no duda en definirla como una especie de trastorno mental transitorio.
El amor de verano se enmarca precisamente en esa fase inicial de pasión, de ahí su intensidad, ya que ofrece lo más apasionado de una relación de pareja. No obstante, Mila Cahue recalca que el enamoramiento no es la relación, aunque es absolutamente necesario para que las relaciones se inicien. "El amor requiere más que enamoramiento, necesita vivir distintas fases y el conocimiento mutuo". Ese es el gran reto al que los amantes de verano se enfrentan los últimos días de sol: despedirse y dejar atrás una bonita historia de amor o decidirse por entrar en la siguiente fase de la relación e intentar mantener el amor más allá del verano.
Ambas opciones pueden ser acertadas. De hecho, casi la mitad de las parejas creadas en verano ­perdura a lo largo del tiempo, según una encuesta del portal de parejas Match.com. Es justamente antes de tomar la decisión de seguir con la relación ­cuando hay que tener en cuenta que los amores de verano también entrañan ciertos riesgos. Recuérdese, si no, el disgusto que se llevó Olivia Newton-John en la película Grease cuando, tras un romance veraniego de lo más dulce, de pronto se topó en otoño con un John Travolta chulo y prepotente. "No hay nada más terrorífico que el doctor Jekyll se convierta en Mr. Hyde en invierno", asegura la psicóloga Cahue. En verano sólo se ve un cara muy pequeña del amante, no se conoce a la persona en su contexto, no hay tiempo de buscar sus defectos, y ahí reside uno de sus riesgos: que se tienen que tomar decisiones basándose en una reducida imagen.
Pero la verdad es que es un riesgo que se asume al inicio de cualquier tipo de relación.
Y nunca se sabe, pues todas la relaciones empiezan a corto plazo y lo mismo pueden durar unos meses que toda una vida. Por si acaso, la terapeuta sexual Segura recomienda al enamorado no tomar decisiones importantes por lo menos hasta que llegue otoño. Y en el caso de que quien esté obnubilado por el amor veraniego no sea usted, sino su hijo, su amigo o alguna persona cercana, y esa persona de repente quiera dejarlo todo para irse a donde sea para seguir adelante con la relación, Segura recomienda aconsejarle que se dé un tiempo para decidirlo más fríamente, pero no cuestionarle nunca sus sentimientos porque puede ser contraproducente.
Lo cierto es que cada vez es más fácil mantener un amor de verano a lo largo del año gracias a las nuevas tecnologías. Especialmente los más jóvenes están muy habituados a desenvolverse por las redes sociales, y gracias a ello muchas relaciones en las que la geografía separa físicamente a la pareja prueban suerte y a través de la red intentan mantener el amor a distancia. Es una de las posibles etapas que puede seguir al amor de verano, pero conviene asumir que una relación vía Skype, Whatsapp o teléfono no tiene nada que ver a la intensa experiencia vivida durante las vacaciones. "Con los medios de comunicación que tenemos, hay algunos amores de verano que duran un poco más, pero, realmente, la distancia llega a dificultar la relación –comenta Cahue–. Hay que mantenerla a base de ilusión y ganas... pero no tiene la normalidad de una pareja. La tecnología no sustituye nunca la relación de piel que realmente forja un vínculo y hace sentirnos plenos". Además, tras volver a la rutina, suele cambiar bastante la dedicación que cada uno presta a la relación. Lo más habitual suele ser que esas relaciones vayan enfriándose, se acaben y se conviertan en un bonito recuerdo estival.
Los amores de verano, no obstante, ya no son lo que eran. Han cambiado y evolucionado al mismo ritmo que lo ha hecho nuestra sociedad. "Si nos paramos a pensar, nos daremos cuenta de que el amor de verano es más antiguo que moderno", asevera Ángeles Sanz, psicóloga clínica y autora de libros como Terapia sexual (FUE) o La vida en pareja (Temas de Hoy). "Ahora hay muchísima más movilidad social y cultural. El mundo es mucho más pequeño, se ha reducido. Hoy en día, por ejemplo, muchos jóvenes tienen la opción de irse de Erasmus, pero antes la oportunidad de conocer a nueva gente era el verano". Debido a ese gran cambio social, Sanz cree que la película de amor de verano por antonomasia, Grease, hoy no tendría ni el sentido ni el éxito que cosechó a finales de los años setenta y los ochenta.
Aún así, la mitificación del amor en general, y del amor de verano en particular, sigue en pie en nuestros días. Sanz advierte que vivimos en una cultura en la que todo lo que gira en torno al amor está muy sobredimensionado. "Parece que si nos vemos ante la posibilidad de comenzar una relación siempre hay que apostar por ella y vivirla, que es de tontos renunciar". Pero no deja de ser más que un factor meramente cultural. Es más, si uno prevé desde el principio que la otra persona dentro de quince días se tendrá que volver a su país de origen y la precipitada relación de amor le acabará rompiendo el ­corazón, puede ser mejor frenar a tiempo. "Es verdad que cuando una persona se siente atraída por otra se pierde bastante la noción de la realidad. Pero es muy importante no engañarse a uno mismo. Mucha gente se mete en una relación imposible con la que luego sufre mucho por no frenar a tiempo".
Pero uno no se puede proteger del desamor de la misma forma que se protege del sol. Curarse en salud no siempre es posible, ni tampoco recomendable, se tiene que vivir . "¿Conoces a algún torero que no tenga una cornada? ¿Algún futbolista que no tenga una lesión? –pregunta la psicóloga Cahue–. Pues en el juego del amor ocurre lo mismo. Algunas veces te tienen que romper el corazón". Cuanto más se implica la persona en la relación amorosa, más dolorosa puede resultar la ruptura al final del verano, pero también puede servir para el crecimiento personal. La psicóloga clínica Sanz afirma que el amor de verano es una experiencia que probablemente hay que vivir en la adolescencia o la juventud para madurar. "Aunque la relación salga mal, sirve para aprender. Es una experiencia que aporta ilusión, ganas de vivir y mucho autoconocimiento".

Un cóctel hormonal explosivo
La ciencia ha demostrado que el amor de verano tiene una importante base biológica. En esta estación el organismo genera un cóctel hormonal que hace que se disparen el deseo sexual y la predisposición al enamoramiento. La cantidad de testosterona del cuerpo, por ejemplo, varía dependiendo de la luz: cuanto más largo es el día, más aumenta el nivel de testosterona. Según las universidades norteamericanas de Cornell y de Rutgers, la hormona del deseo sexual alcanza su nivel máximo en verano. Lo mismo sucede con la serotonina, un neurotransmisor que al calor del sol fortalece sus propiedades afrodisíacas, potencia el apetito sexual y aporta una mayor sensación de placer y euforia. Asimismo, las altas temperaturas y las actividades al aire libre hacen que la piel esté más descubierta y adquiera más importancia en la estimulación sexual que el resto del año: nuestra piel segrega más feromonas, moléculas que sirven para atraer, y también aumenta la oxitocina, molécula del amor. De hecho, para los meses de invierno en los que las hormonas reducen su actividad, existen perfumes de feromonas y sprays de oxitocina que aseguran funcionar como reclamo amoroso, aunque con dudosos resultados. También se suman al cóctel de la pasión las endorfinas. Se genera tras el ejercicio físico y los orgasmos, pero también es fotosensible, y en verano aumenta su presencia en el organismo.


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