Estar
en equilibrio implica la capacidad de gestionar el movimiento hasta propiciar
una cierta quietud. El equilibrio es una suerte de inmovilidad, de inacción
aparente, pero su conquista en cualquier dimensión de la vida, incluso cuando
procuramos el equilibrio en el ejercicio o en el juego físico, requiere una
gran habilidad, concentración y experiencia. No es tarea fácil conquistar el equilibrio.
Bien entendido, el equilibrio es un arte.
Normalmente,
el equilibrio se tiene que ganar a la inercia, y casi siempre hablamos de equilibrio
cuando hay poca base de sustentación. En la cuerda floja, en el filo del
bordillo, sobre la punta de los pies, incluso en el abismo. Mantener el
equilibrio es un ejercicio constante de gestión de fuerzas, de retener y
soltar, de dar y recibir, de darse cuenta de lo que sucede dentro y fuera, en
uno y en el otro, de un movimiento adaptativo que no admite brusquedades, sino
una delicadeza constante y consciente.
También
hablamos de equilibrio cuando hay armonía, proporción, belleza. El equilibrio
difícilmente es compatible con la impulsividad, con la impaciencia, con el
arrebato o con la improvisación. Requiere experiencia y cultivo de hábitos. Nos pide
paciencia, serenidad, concentración, consciencia, apreciación de la armonía y
la belleza. Sus sinónimos son palabras como la quietud, la armonía o
la proporción.
Paracelso, sabio alquimista,
afirmaba que “el veneno está en la dosis”.
En efecto, en los extremos está el desequilibrio y su conquista no es fácil.
Creo que muchas veces anhelamos el equilibrio y lo bautizamos con otros
nombres, como
por ejemplo, felicidad, serenidad, incluso plenitud.
Deberíamos
haber sido educados en el arte del equilibrio en la vida. Y no solo como
ejercicio gimnástico, sino también emocional, económico, y en tantas otras dimensiones
esenciales que nos evitarían tanto sufrimiento. Porque aprendemos (o no) el
arte del equilibrio a bofetadas mucho más a menudo de lo que quisiéramos o
mereciéramos. Poco o nada se habla de él.
Sirva
este vídeo como una bella metáfora de las grandes habilidades que supone el
complejo ejercicio del equilibrio, y de lo difícil que es su conquista. Y, a la
vez, nos invita a reconocer la belleza que implica el saber construirlo y
mantenerlo.
Espero
que os guste.
Besos
y abrazos,
Álex
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