Una vez conocí a Isidoro.
Quizás tú también hayas coincidido con él alguna vez. No recuerdo bien cómo era
al principio, lo que sí recuerdo es que un buen día empezó a cambiar. Isidoro
se levantaba muy temprano, su dilema comenzaba a primera hora de la mañana.
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“¿Me ducho ahora o después del trabajo?”,
-
“¿Y si luego no tengo ganas?”,
-
“¿Y si me ducho ahora y luego me apetece una ducha antes de dormir?”.
Pasaba un buen rato ante el
armario
-
“¿Y si me pongo este jersey y luego hace calor?”,
-
“¿Y si me pongo la camisa blanca y me
cae café y la estropeo?”.
No importaba qué ropa se
pusiera Isidoro, se decía una y otra vez que debió elegir lo que dejó en el
armario. Aunque seguramente de haber hecho otra elección se diría que debió
ponerse lo que ahora llevaba.
-
“¿Y si cojo el coche y hay atasco?”,
-
”¿Y si voy andando y llego tarde?”,
-
”¿Y si compro el libro que necesito y lo pierdo por el camino?”,
-
”¿Y si lo dejo para comprarlo después y luego no tengo tiempo?”
Isidoro estaba locamente
enamorado de Valentina, aunque a lo largo del día, y sobre todo de la noche,
dudaba de esa certeza.
-
“¿Y si en realidad no estoy enamorado?”, ”¿Y si la conozco mejor y deja de
gustarme? O peor aún ¿y si no soy correspondido?”
Valentina le pedía, a veces
insistiendo, un paseo, una comida, tal vez un café en el rato de descanso.
Isidoro pensaba si sería buena idea,
-
“¿y si quedo como un idiota?”,” ¿y si no es una buena idea?”.
Aquella cita nunca tuvo lugar.
No hace mucho un amigo común me
dio la triste noticia de que Isidoro había muerto. Aunque pasado un rato me di cuenta de que
lo triste no era que ya no estuviese vivo, sino el tiempo que perdió mientras
vivía. Ya en su entierro corroboré que no había tristeza en aquella
muerte. Al mirarle tumbado en su ataúd pude ver cierta expresión de alivio, de
serenidad, de un ansiado “¡por fin!”. Isidoro ya jamás tendría que tomar
ninguna decisión.
¿Cuántas veces somos Isidoro?
¿Cuántas oportunidades y tiempo perdemos por las indecisiones? ¿Por el “y si…”?
Aquí tienes cinco píldoras que
quizás te ayuden:
Pedir
opinión a los demás.
En ocasiones no sabemos qué camino tomar y pedimos opinión a otra persona, un
amigo, un familiar… Creemos que esa persona va a decirnos algo nuevo, pero hay
algo que tal vez no sepas. Cuando pedimos opinión sobre algo a una persona,
normalmente ya sabemos de antemano lo que nos va a decir. Si conoces
a alguien sabes cómo piensa y sabes hacia dónde inclinará la balanza. Por lo
tanto acudirás a una u otra persona según lo que te interese. En este caso ¡tu
decisión ya estaba tomada! Simplemente necesitas que la refuercen, y quién sabe,
tal vez te sirva de salvavidas saber que alguien “influyó” en tu decisión en
caso de haberte equivocado. Si optas por pedir opiniones a todo el que te
encuentres, no solo acabarás cansando hasta el portero de tu casa, es que
tendrás tanto lío en la cabeza de argumentos diferentes que más que sacar algo
en claro habrás conseguido un manchón enorme. Si optas por pedir opinión, pídela a
alguien imparcial, o mejor aún, pídela a ti mismo. ¿Quién mejor que tú puede
saber que camino elegir?
Demorar
la decisión.
Hay decisiones casi automáticas, como cuando vas conduciendo y se cruza alguien
por la calle ¿giras el volante? ¿paras en seco?. No hay mucho tiempo para
decidir. Pero otras veces tenemos cierto espacio para poder elegir. ¿Y qué
hacemos en muchas ocasiones? Posponer nuestra decisión. Si ese tiempo lo
invertimos en barajar opciones o pensar sobre ese tema de un modo tranquilo y
coherente, será una gran ventaja. Pero si evitamos la responsabilidad de tomar
esa decisión iremos posponiendo la “fecha de entrega” hasta encontrarnos con la
“fecha tope”. De
ese modo tenemos que decidirnos igualmente pero ahora con la presión de hacerlo
rápido. Cuánto más importante sea un tema, antes hay que “meterle
mano”. Si lo dejamos (y no hay más distracciones en la vida que cuando queremos
postergar algo), tal vez al final sea cuestión de cara o cruz el resultado de
nuestra elección. ¿Es eso lo que quieres?
No
importa cuánto lo evites, finalmente la decisión será tomada. Sí, puedes
meterte en la cama y arroparte con mil mantas, pero la decisión se tomará sin
que tú tengas que abrir la boca. Y es que si tú no decides, alguien lo hará por
ti, algo lo hará por ti. “No sé si presentarme al examen” y no estudias
por si acaso luego no lo haces. Llega la fecha y no lo has preparado, ¿para qué
vas a hacerlo? En este caso, el tiempo ha decidido por ti, así que si las
agujas de un reloj y el calendario pueden hacerlo, imagina cuando hay otras
personas de por medio. “No sé si coger ese billete del suelo”. Si
esperas demasiado, incluso si esperas muy poco ya no tendrás que elegir,
alguien lo cogerá y habrá decidido por ti. Hay
muchas cosas en tu vida que no puedes elegir, cuando tengas la
oportunidad de hacerlo ¿es mejor aprovecharla o tomarla como una amenaza?
Saber
renunciar.
La vida es una continua toma de decisiones, y en cada elección se deja algo
atrás. Desde el pie que pisará antes el suelo al despertar hasta la carrera
universitaria que estudiar. No importa la trascendencia que pueda tener en tu
vida. Cuando
escoges algo dejas algo. Y cuanto antes sepamos y aceptemos que no
podemos elegir el “todo”, antes nos sentiremos libres y sabremos que sea lo que
sea lo que haya ocurrido era inevitable dejar algo atrás.
¿Acierto
o error?
Un concursante elige la caja “B”. Al abrirla se da cuenta que no le ha tocado
el viaje a Cancún. Qué error no haber escogido la “A”. La gente que va al viaje
se intoxica con algo que hay en la cena y se pasan varios días enfermos sin
disfrutar de nada. ¡¡Menos mal que elegí la caja “B”!!! Pasados los días se
entera de que como indemnización le han entregado una gran cantidad de dinero a
cada uno de los ganadores en el concurso. Vaya, debí elegir la “A”. Y así hasta
el infinito. ¿Cuándo
sabremos si una decisión ha sido acertada o no? Seguramente esa
certeza solo podremos tenerla al final de nuestras vidas, cuando ya no pueda
ocurrir nada más, y entonces, con total seguridad poder decirnos “menos mal que
no hice esto o menos mal que hice lo otro”. Incluso ante el error
más absoluto, siempre podemos elegir entre bajar la cabeza y hundirnos o
aceptar que ha sido así, que nos hemos equivocado, y buscar las oportunidades
que ese camino elegido nos brinda, aunque no sean las que quisimos en un
principio.
Te
propongo un ejercicio. Haz una lista de esas decisiones que llevas
postergando horas, días, semanas incluso años. Pregúntate por qué estás dejando
que pase el tiempo sin decidirte, si es por un motivo o por una excusa.
Pregúntate también qué es lo peor que puede pasarte si tomas una decisión
equivocada. Si te atreves, elige por fin un camino. Puede que el resultado sea agradable o no
para ti, pero te habrás liberado de algo muy grande: la carga de la indecisión.
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