Hoy
corresponde pasar por la sala de urgencias del hospital para suturar viejas
heridas. No hay que tener especial miedo a ello, salvo que topemos con un
remedo del famoso Doctor House, capaz de cerrarnos una herida concreta, pero,
colateralmente, abrirnos otras cuantas en nuestra autoestima.
Esto de vivir no es sencillo, no
nos engañemos. Ojala fuese
un bucólico paseo, en el que las mayores dificultades procedieran de una mala
estimación del clima y, como consecuencia de ello, el fastidio de tener
que soportar algún que otro chaparrón inesperado.
A veces la vida duele... y nos
hiere, ¡claro!, pero siempre debemos seguir adelante tratando de
cauterizar las heridas.
Cada 'libro'
que leemos, por muy bueno que resulte y por mucha aflicción que nos provoque su
desenlace, algún día concluye, y tras ello debemos colocarlo en la estantería
correspondiente, en la que es es posible que lo recuperemos para releerlo
-quién sabe-, pero no sin que antes haya pasado un tiempo prudencial dando
ocasión a otros muchos libros nuevos y magníficos que quedan por leer.
En nuestra
vida, a veces, nos empeñamos en repasar libros agotados y ya
superados, evitando con ello la llegada de ninguna novedad. Libros abiertos o heridas sin
cerrar: ¿Con qué fin? ¿Es simple desorden o que nos gusta sangrar adrede?
Si
tratásemos de reconocer a las personas que no quieren dejar el dolor atrás,
definitivamente enterrado en el ayer, y reanudar su vida post morten,
encontraríamos que son personas temerosas del futuro y que con frecuencia,
buscan continuos justificantes para no actuar. Se pasan la vida
mirando a través del espejo retrovisor y no dudan en señalar a otros como los
responsables de aquello que les sucede.
Quienes no
han cerrado heridas, con frecuencia, no son capaces de reconocer los logros de
otros y de dar crédito a que los mismos se deban a la inteligencia, o las
habilidades de ellos, sino que propagan que lo que los demás han obtenido ha
sido producto de la suerte, del destino, de las influencias o, inclusive, de
las artimañas utilizadas. Les resulta difícil felicitar a otros por sus avances
y conquistas y cuando los demás fracasan, tienden a pensar: “es bueno confirmar que somos los
únicos caídos en desgracia…”. Este no es un buen retrato de
nadie, y lo que es peor: ¡No sirve para nada.!
Debemos estar convencidos de que
somos superiores a aquello que nos sucede, aceptar el reto que la vida nos trae, mirar al futuro
con esperanza sin temer la incertidumbre y, sobre todo, cerrar de una santa vez ese libro ya leído, digerido,
superado y que necesita ser archivado y cubrirse de polvo.
Reflexión final: "Poder decir adiós es
crecer." (Gustavo Cerati)
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