José no sabe cómo pedir disculpas a su
hija. Max le mostrará que con reproches no conseguirá ningún acercamiento, que
una disculpa no admite medias tintas ni largos discursos, basta con pronunciar
dos palabras mágicas.
Recordarle al otro lo que
tampoco a hecho bien convierte nuestra disculpa en una acusación y nos aleja
aún más. Pedir perdón con sinceridad es mucho más efectivo y abre la puerta al
diálogo
Max entró en el bar de José, dispuesto a tomar su desayuno habitual.
Sentado a su mesa, vio como José se le acercaba con dos cafés mientras le
decía:
-Max, ha llegado a mis oídos la fama de tus
cafés. Hoy el café lo pongo yo si puedo sentarme contigo a charlar unos
minutos...
Max le hizo sitio e, inmediatamente, José empezó a hablar:
-Max, he tenido un encontronazo con mi hija
y no sé cómo arreglarlo.
-Soy todo oídos.
-Verás, me dijo que vendría a casa el
viernes pasado, y que llegaría sobre las cinco de la tarde... Pero no llegó
hasta pasadas las diez. Como te puedes imaginar, de tanto esperar yo estaba
hecho un manojo de nervios, preguntándome si le habría ocurrido algo, pues no
respondía al móvil. Por eso, cuando llegó, no dejé ni que abriera la boca, la
recibí con una gran bronca.
Max, intuyendo que aquello no era todo, se limitó a lanzarle una
interrogativa mirada a José. Este prosiguió su relato:
-Tras mi bronca, que aguantó en silencio, dejó
sus cosas y me dijo: "Papá, se me ha reventado una rueda. He estado tres
horas tirada en la carretera, y sin batería en el móvil. Y no, no lo he hecho
para fastidiarte". Y se fue directamente a su habitación.
-¿Le has pedido disculpas? -le preguntó el viejo
profesor.
-Lo intenté. Al día
siguiente fui a hablar con ella, pero se enfadó aún más. Me espetó, molesta,
que no quería hablar más del tema.
-¿Qué le dijiste
exactamente?
-Le dije que había
sido injusto, pero que me había hecho sufrir, que lo había pasado fatal y que
no entendía cómo no había encontrado la manera de avisarme.
-Toda una disculpa,
sin duda.
José arqueó las cejas. No acababa de
entender la ironía de Max. Este se apresuró a tomar la palabra:
-José, ¿puedes traer
una taza grande y una jarra de leche?
José se acercó a la barra en busca de lo
que Max le pedía y se sentó de nuevo a la mesa. Max le dio instrucciones:
-Da un buen sorbo a tu
café. ¿A qué sabe?
-¡Al mejor café del
mundo, no faltaba más!
-Vierte el café que
queda en la taza grande y, después, llénala de leche hasta el final.
José lo hizo, expectante por saber a qué
venía todo aquello.
-Pruébalo de nuevo. ¿A
qué sabe ahora?
-A café, precisamente,
no. Con tanta leche ha perdido todo su sabor...
Max, mirándolo a los ojos, le dijo:
-Como tampoco sabe a
disculpa tu disculpa. Con tantos reproches, ha perdido también todo su sabor.
Aquellas palabras parecieron no sentarle
muy bien a José. Pero no respondió inmediatamente sino que permaneció callado
durante un buen rato. Finalmente, esbozó una media sonrisa y dijo:
-Max, comprendo lo que
me quieres decir, pero es que ella, en el fondo, también tiene culpa de lo
sucedido. ¡No me avisó!
-José,
tu disculpa mantiene una dosis elevada de acusación y cargas a tu hija con toda
la responsabilidad. Dista mucho de ser una disculpa, y ella no puede por menos
que sentirse incomprendida...
-¡Pero
es que también ella tuvo la culpa!
Tras una nueva pausa, Max le
preguntó:
-¿Quieres
solucionar las cosas con tu hija?
-Claro,
por eso estoy aquí contigo. Sin embargo, también me gustaría que ella se
hiciese cargo de la angustia que pasé.
-Muy
bien. Pues empieza con una disculpa limpia y sin matices por tu comportamiento.
Sin reproches ni segundas intenciones. Solo una disculpa. Con ello abrirás la puerta a que ella
cambie su estado emocional, a que pueda verte con otros ojos y darse cuenta de
tu sufrimiento. Solo si tú conectas con ella, ella conectará contigo.
-¿Y
cómo puedo disculparme de la forma que me sugieres? Ya sabes que no soy muy
bueno para estas cosas...
-Solo necesitas dos
palabras, ni una más. Las dos palabras mágicas. Las dos palabras que tanto nos
cuesta decir sin añadir nada detrás: LO SIENTO.
La cara de José se había
serenado, Max le notó mucho menos crispado. Estaba decidido a pronunciar
aquellas dos palabras mágicas, pero no porque se lo sugiriera su sabio amigo
sino porque sentía que, efectivamente, ese era el camino, que eso era lo que
tenía que haber hecho desde el primer momento. Aliviado, le dijo a Max:
-Gracias, amigo. ¿Me dejas ir a
la barra a buscar un café como Dios manda y nos lo tomamos juntos?
SI VAS A PEDIRME DISCULPAS...
Utiliza
las palabras justas.
No necesito motivos: solo tu mensaje de reconocimiento de que no lo has hecho
bien.
Evita
repartir las culpas.
No me reproches lo que yo no he hecho bien ni me recuerdes las veces en que yo
he fallado.
Hazlo
pronto, no esperes.
El tiempo no tiempo no soluciona los conflictos, simplemente los pudre.
Discúlpate
con sinceridad, desde dentro. Que no hable tu mente sino tu
corazón.
Y CUANDO RECIBA TU DISCULPA...
Inmediatamente
veré las cosas de un modo distinto. Mi empatía contigo se activará, y
seré capaz de ver tu punto de vista y sentir lo que tú sentiste.
Déjame
disculparme por lo que yo haya hecho que te haya afectado a ti, si así lo
siento.
Y dejemos, ahora sí, que el conflicto se desvanezca.
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