—La decisión más importante de tu vida la tomas sin darte
cuenta: Cada uno de nosotros decide ser víctima o protagonista de su propia
existencia.
—¿En qué
sentido?
—¿Por qué ha llegado usted tarde?
—¡No sabe
usted cómo está el tráfico!
—¿Lo ve? Usted podría elegir ser el
protagonista de su vida y decir: «He llegado tarde porque me dormí; pude haberme levantado
media hora antes y así lo haré en adelante».
—Hombre... No
se me ponga así.
—... Pero usted ha preferido ser una
víctima del tráfico. Así usted se siente inocente, otra víctima de la
circulación, pero también así se priva de la posibilidad de rectificar. El
precio de la inocencia es la impotencia.
—Eso dígaselo
a nuestros políticos, directivos, gestores, mecánicos, fontaneros...
—Es lo que les digo precisamente a los
directivos de las empresas que asesoro. Para ser parte de la solución, tienes que asumir antes
que eres parte del problema.
—¡Bastantes ya
me culpan de cosas como para que yo les dé la razón!
—No me interesa la culpabilidad, ni el
infierno ni la redención... Nada de eso. Busco la eficiencia, no culpables. Se trata de
mejorar el funcionamiento de las organizaciones, y si eludimos
responsabilidades, no entenderemos los problemas, y si no los entendemos, no
sabremos nunca cómo solucionarlos.
—Entonces, yo
debería...
—Olvídese del debería y concéntrese en el puedo.
Usted puede elegir ser más eficaz. Eso es todo. Hágase responsable, no culpable de su
aprendizaje. Si algo no funciona, usted reconoce la disfunción;
asume que puede corregirla y la corrige. Con naturalidad, sin culpas, dramas ni
aspavientos...
—¿Y si quieren
mi cabeza? ¡Cómo se alegrarán mis enemigos si asumo errores!
—Peor será para usted no verlos e
intentar ocultarlos sin corregirlos. ¡Salgámonos ya de la culpa-habilidad!
Millones de personas desarrollan desde niños esa perversa capacidad de exculparse de
todo que les proporciona un falso alivio a cambio de la renuncia a ser
protagonistas de su propia vida. Un niño le dirá: «Se ha roto el
juguete»...
—Hombre, a
veces se rompen...
—Cuando sienta la cómoda tentación de
la inocencia o quiera evitarla en sus hijos, pregunte: «¿Y tú qué hiciste? ¿Qué hiciste tú cuando
sabías que habría mucho tráfico?».
—¡No me echará usted a mí también
la culpa de la crisis de las subprime!
—De nuevo pregúntese: «¿Qué hacía yo
cuando...?». «¿Qué hacía yo cuando había beneficios fáciles? ¿Qué podía hacer y
no hice?», pero, sobre todo: «¿Qué puedo
hacer yo ahora?».
—Yo no soy responsable de Wall
Street.
—Usted no es responsable de pero
sí es responsable frente a...
¿...?
—Usted no es responsable de un cáncer,
pero sí es responsable de qué hace frente a él. Del mismo modo, usted no es
responsable de toda una crisis, pero sí de qué hizo cuando pudo prevenirla y de
qué hace ante ella.
—Asumirlo
requiere calidad humana.
—Y grupal. La inteligencia hoy ya no es un atributo
meramente individual: Del mismo modo que un moderno ordenador tiene
su tarea de procesamiento distribuida por toda la máquina, una empresa moderna
tiene su talento distribuido entre su equipo y no sólo concentrado en un centro
de dirección.
—Uno ya no
puede mandar como antes.
—¡Exacto! El líder anima a que cada
uno asuma su propio poder; no impone el suyo. Motiva hasta lograr que cada cual
sea el actor de su trabajo; a que ensaye sin miedo y rectifique cuando haga
falta con naturalidad para saber sacar lo mejor de sí mismo.
—Por eso hay
empresas tontas y listas.
—Porque si usted me apunta con una pistola —si se limita a
ordenarme desde el poder—, puede obtener mi obediencia, pero no mi creatividad,
ni mi ilusión ni mi esfuerzo. Y resulta que las nuevas industrias
del conocimiento —las que generan valor hoy— requieren ese equipo motivado,
ilusionado, creativo y cooperador: Para la mera obediencia mecánica ya están
los robots industriales.
—También hay
cada empleado...
—A menudo son así porque les falta
liderazgo. Un buen líder, y no un mero capataz, es capaz de motivar, porque hace que cada
cual saque lo mejor de sí mismo y lo pone a trabajar en equipo. Un
mal jefe se limita a mandar, es decir, a conseguir que el otro haga lo que en
realidad no quiere hacer.
—Esa
definición suena a perverso.
—Lo sé: Lo sufrí bajo la dictadura
argentina. En cambio, el líder logra que el otro haga mejor lo que en realidad
quiere hacer, y así obtiene lealtad, ilusión y creatividad.
—Al final,
todo depende de la coyuntura.
—En realidad, todo lo decide nuestra actitud ante cada
coyuntura. Si la gente está escaqueada todo el día, escondiéndose
para no trabajar, mirando Internet y el reloj para largarse, se crea una
economía de baja productividad, de sufrimiento y pobreza mental y, al final,
también económico. Una empresa así tiene jefes, un amo o muchos amos, pero
carece de liderazgo. Y sin liderazgo, la coyuntura siempre es mala.
—Sus recetas
son... ¡Tan sencillas!
—La clave no está en la receta, sino
en aplicarla; adelgazar no depende de saber la dieta —un par de horas— sino de
cumplirla —toda una vida—. El momento decisivo no es el de mi consejo, sino cuando
usted reconoce el error, que se ha levantado demasiado tarde. Y lo corrige.
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