—¿Es usted un
hombre feliz?
—Sí, pero ¿Qué es la felicidad?
—Eso quería yo
preguntarle.
—Si la entiendes como el goce
permanente, es ingenuo y negador. Pero si la defines como la certeza de estar en el camino que
has elegido de acuerdo con tu rumbo interno, es posible.
—¿Y si no sabes
cuál es tu rumbo?
—Contéstese a la pregunta de para qué vive
usted y así averiguará su rumbo.
—No es una
pregunta fácil...
—... Ni tan difícil, porque no hace
falta contestarla para toda la vida, eso sería falso. Además, no hay tantas
respuestas posibles: Tan sólo hay cuatro o cinco rumbos capaces de dar sentido
a la vida de una persona.
—Pues hay quien
va viviendo sin saber bien para qué.
—Pues esos sólo se sienten felices
cuando por casualidad su camino coincide con su rumbo. Pero hay muchos que no
son ni siquiera capaces de hacerse la pregunta y otros que la desprecian... Y
tienen razón, porque
es una pregunta peligrosa: Podrían darse cuenta de que su vida no tiene
sentido.
—Hay quien
asegura no tener ilusiones.
—Las ilusiones en general son de cosas
y de objetivos, pero el rumbo no es una meta, no es un lugar alcanzable, es
una dirección. La vida de los que identifican el rumbo con un objetivo,
cuando llegan a él, vuelve a carecer de sentido. Déjeme que le cuente:
Imaginemos que alguien está en un barco.
—¿En medio del
océano?
—Sí, con la sensación de estar perdido.
Comienza a rogarle a Dios que le ayude y de pronto aparece Neptuno:
«¿Qué te
pasa?»...
«Estoy perdido».
«Bien —le dice
Neptuno—, como estoy de buen humor te ayudaré. Estás 24 grados longitud sur y
56 grados latitud oeste». El hombre agradece.
—Y Neptuno se va.
—Sí, pero el hombre comienza a llorar
de nuevo:
«¡No me basta con
saber dónde estoy, quiero saber adónde voy!».
«De acuerdo —le
dice Neptuno—, vas a Barcelona».
Pero el hombre sigue llorando:
«No me basta
saber dónde estoy y adónde voy, también necesito conocer el camino».
Neptuno dice: «¡Joder!», y le entrega
un mapa con la ruta marcada.
—Por fin puede partir.
—Sí, se limpia los mocos e iza las
velas. Pero se da cuenta de que sigue perdido porque no sabe en qué dirección
debe empezar a moverse, le falta la brújula. Barcelona es su objetivo, pero no
sabe cuál es el rumbo que ha de seguir. Para mí, la felicidad es esa sensación de que no estoy
perdido. Puede que no sepa muy bien dónde estoy y que no tenga muy
definido adónde voy, pero sí sé cuál es el rumbo: No estoy perdido.
—¿Y cómo descubre
uno cuál es su rumbo?
—Existe la fantasía de que un día
caminando por la calle nos vamos a iluminar de golpe y descubriremos nuestro
rumbo. Pero el
rumbo se elige voluntaria y adultamente. Hay quien decide, por
ejemplo, que la búsqueda
del placer da sentido a su vida, y para esa persona todo lo que le
dé placer tendrá sentido.
—Eso nos gusta a
todos.
—También hay mucha gente que vive para
trabajar. A esos las preguntas que yo les haría son: «¿Para qué trabajáis? ¿Para qué queréis ese
dinero?», y al final descubriríamos que para ellos el dinero es una fuente de poder.
Este tipo de personas se quedarán trabajando hasta altas horas de la noche y
aunque eso no les dé placer, sí les dará felicidad.
—¿El poder puede
dar sentido a una vida?
—Sí, y lo hay de muchos tipos:
Económico, intelectual... En general, se trata del dominio del otro. También la
búsqueda del placer tiene muchos caminos, desde el físico hasta el espiritual o
metafísico.
—¿Y los que
quieren cambiar el mundo?
—Otros dirán que lo que da sentido a su
vida es cumplir
una misión inalcanzable, como luchar contra la pobreza. Lo
importante para esas personas no será acabar con la pobreza en el mundo, sino ser
consecuentes. En esa línea están los que buscan la justicia o los
que quieren catequizar al mundo. Y por último están los que buscan la
trascendencia.
—¿Dejar su
impronta en el mundo?
—Sí, y también los que buscan la gloria
y el aplauso aquí y ahora o los que buscan la trascendencia más allá de la vida
mundana. Todos
nos identificamos con alguna de estas búsquedas.
—¿Y si me
identifico con todas?
—A mí también me pasa, y puedes ir en
esa dirección cuando tu trabajo te da placer, te da una misión y te permite
trascender. Pero hay un momento en que por ejemplo la búsqueda del poder
conspira contra la trascendencia y debes elegir de acuerdo a cuál de todas esas
cosas es más significativa para ti.
—Para eso hay que
conocerse mucho.
—Somos la suma de lo que pensamos, lo que
sentimos, lo que decimos... Y de todo ello, lo que menos somos es lo que
pensamos. Decía Perls, el creador de la terapia gestáltica, que el
pensamiento es la puta del intelecto, que es una cortesana poco sincera. Tu idea de ti
no eres tú. Eres más de lo que tú crees que eres y, en muchos
aspectos, eres menos. Tu cuerpo te informa de si estás o no en el rumbo
adecuado porque simplemente
dejas de ser feliz.
—¿Y si no tienes
educado el cuerpo?
—El camino hacia la felicidad es una
pendiente: Se trata de ser fiel a uno mismo y no permitir que la cabeza te
engañe. Hay un mecanismo automático que busca el equilibrio interno.
No hay que hacer nada, sólo dejar de hacer las cosas que te alejan de ser feliz.
—No me parece tan sencillo.
—Peor es renunciar, creer que la
felicidad es un mito. Yo suscribo a Borges: «El
peor de los pecados es no haber sido feliz».
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