Las orugas llaman crisis al
nacimiento de las mariposas.
No en vano, toda crisis implica un cambio, y, en algunas ocasiones, una
profunda transformación. Este principio evolutivo se aplica
a todo organismo vivo, incluida la economía.
Y en los últimos tiempos, vivimos y respiramos sus efectos. La religión del materialismo y su devoción al dios del dinero ha
desatado una epidemia de abusos y de especulación
imparable. Este proceso, que ha resultado ser insostenible, ha desembocado en la pérdida del
sentido común y de la noción de aquello que verdaderamente necesitamos. De ahí que cada vez más expertos
afirmen que este contexto económico es el reflejo de la “profunda crisis de consciencia y
de valores que padece nuestra sociedad”.
Entre
ellos, destaca el escritor, profesor de Esade y conferenciante Àlex Rovira, autor –entre otros– de los
best-sellers “La buena suerte”, “La
brújula interior” y “El laberinto de la felicidad”. Explorador incansable,
este año ha publicado “La bona crisi” (Pòrtic), una reflexión sobre cómo un escenario económico adverso puede
convertirse en una oportunidad para cuestionar,
madurar y evolucionar como individuos y como sociedad.
¿Cómo se sobrevive a una “buena crisis”?
A toda crisis se llega por un vicio y
de toda crisis se sale desde una virtud. Durante años, hemos comprado cosas que no necesitábamos con dinero
que no teníamos para impresionara
personas que no conocíamos. Por si fuera poco, todo ello lo hemos avalado con
activos que no valían lo que costaban, en un sistema que incentivaba la
regulación indecente.
El resultado es la profunda crisis de valores y de consciencia que estamos
viviendo. Personalmente, parto de la premisa de que la psicología crea
la economía. Creamos lo que creemos, y la situación actual evidencia el
momento de agitación interior que atravesamos como
sociedad. Nuestra supervivencia pasa por nuestra
capacidad de desarrollar nuevos recursos. De ahí la importancia de regresar a la
fuente de nuestra creatividad, nuestro interior, donde se esconde nuestra
brújula interior.
Sin duda alguna, desde el corazón. En ese lugar en el que habitan nuestros anhelos más
profundos, nuestra verdadera identidad.
Nuestra brújula interior se esconde en aquello que nos moviliza, es decir, en
lo que nos lleva a la acción.
También en lo que nos fascinaba cuando éramos aún niños. Está ligada a nuestra esencia, a
nuestra singularidad. Y nos da una dirección y un sentido. Para mí, está íntimamente conectada con la pasión. Encontrarla pasa por superar nuestros
miedos y atrevernos a conocernos a nosotros mismos. En este proceso resulta
clave entrenar nuestra “longanimidad“, el estado de ánimo que nos permite
superar reiteradamente la adversidad. Tan sólo así podremos convertirnos en la
persona que podemos llegar a ser, y actuar en consecuencia.
¿Y usted, cómo descubrió su brújula?
Cuando era
pequeño, era muy activo.
Fui muy precoz al hablar, lo recuerdo bien. Me pasaba horas mirándome en el
espejo, preguntándome: “¿Quién soy yo?” “¿Qué hago aquí?”. Como no obtenía respuestas, las busqué en mi padre. Él me
decía: “Tú eres Álex”. Y yo respondía: “Ése es mi nombre,
pero no quién soy”. Desde que recuerdo, he tenido el
anhelo de comprender. Si me preguntan cómo estoy, respondo
que “constantemente perplejo“. Me asombra la vida, y siempre he tratado de desentrañar sus
secretos. Nunca he dejado de hacerme preguntas.
Posiblemente, eso es lo que me ha hecho vivir atento a los dictados de mi
brújula interior.
¿Así, las preguntas nos ayudarán a ajustar nuestro rumbo?
A menudo
solemos construir nuestra vida en base a las creencias que hemos ido aprendiendo desde
pequeños. Pero en demasiadas ocasiones, al llegar a la edad adulta no las cuestionamos, valorando cuáles de esas creencias
–el cambio es malo, el éxito se mide con dinero, la mejor defensa
es un buen ataque– ya no nos resultan útiles, o no son coherentes con
nuestra manera de entender la vida. Plantearnos estas cuestiones nos ayuda a hacer conscientes
nuestros valores, el motor de nuestra brújula.
¿Cuál es su definición de valores?
Aquello que
vale, aquello a lo que damos valor. En función de qué valores rigen nuestra vida, transitamos
por el camino del vértigo o por el camino del éxtasis. No en
vano, nuestros valores influyen en nuestra toma de decisiones, que es lo que determina la dirección
de nuestra vida. El camino del vértigo es el abanderado del placer instantáneo,
de la intensidad sin profundidad. Sin embargo, el camino del éxtasis aboga por
la profundidad intensa. Uno
nos conduce al egoísmo, el victimismo y la inercia, y el otro nos lleva al
pragmatismo, la responsabilidad y
la proactividad. Nuestros valores condicionan nuestra
actitud, que a su vez determina nuestros pensamientos y emociones. Éstos determinan nuestro
comportamiento, que construye nuestros hábitos, lo que forja nuestro carácter. Y, en última instancia, nuestro carácter
define nuestro destino. Así que si
aspiramos a cambiar nuestra vida, tenemos que comenzar por tener claro cuáles
son nuestros valores.
¿Qué relación tienen con la crisis económica que vivimos
actualmente?
Desde mi
punto de vista, están íntimamente relacionados. Vivimos inmersos en una
crisis de consciencia. Estamos padeciendo el resultado de muchos años de
consumo insostenible, lo que debería de conducirnos hacia un cambio de hábitos. El planeta tierra es nuestro cuerpo, y nosotros somos su consciencia. Si no la
cuidamos, las consecuencias serán inevitables.
Necesitamos
reconocer el valor de lo esencial. Esta
crisis nos debería de llevar -tras la crítica, el criterio y la criba-, a
quedarnos con lo bueno de este sistema y a transformar lo que ya no resulta
útil, eficaz ni sostenible.
¿Por qué esta es una buena crisis?
Toda crisis implica una ruptura con
una tendencia del pasado que resultaba disfuncional. Supone un punto de inflexión, y suele desembocar en un
cambio de paradigma, es decir, un cambio en nuestra manera de entender y
ver el mundo. Este proceso implica dolor, porque conlleva la ruptura de
muchas certezas y falsas expectativas. Pero también puede resultar necesario. Y es que toda crisis es buena cuando aporta aprendizaje. Por ejemplo, cuando una pareja se separa –crisis– suele haber un
período de reflexión, en el que ambos se plantean: “¿Qué he aprendido de esta relación?”
“¿Qué no quiero en el futuro?” “¿Cómo quiero plantear mi vida?”
En la economía sucede lo mismo…
Exacto. Es
el momento de cuestionarnos de qué manera hemos contribuido activa
o pasivamente a que esto sucediese. No podremos transformar nuestra realidad económica si
no cambiamos cuatro variables fundamentales: nuestra actitud (querer), nuestro conocimiento (saber), nuestra habilidad (poder) y nuestra visión (capacidad
de crear sentido). Lo que hace la crisis es cuestionar
estas variables, que sólo se pueden desarrollar cambiando el foco de atención de
dentro a afuera. Es el momento de comprometernos con
pasar a la acción y asumir la responsabilidad de nuestras acciones y decisiones. Si queremos cambiar nuestras
circunstancias, tenemos que comenzar por cambiar nosotros mismos. Y es entonces cuando comprendemos que
toda crisis… esconde una oportunidad.
En clave de coaching
¿Qué vale
la pena en la vida?
¿Qué tiene
suficiente valor como para dar la vida por ello?
¿Qué
sentido puedes dar a ésta (la que sea) situación adversa?
En clave personal
Tu mayor pasión: Aquellos a los que amo
Tu mayor virtud: La determinación.
Un punto de mejora: La perspectiva
Un aforismo: ‘Dilige, et quod vis fac’ (Ama, y haz según tu voluntad), San Agustín
Una película: ‘Derzu Usala’ , Akira Kurosawa
Un libro: Dos: ‘El hombre en busca de sentido’,
de Víctor Frankl; y ‘Los ojos del hermano eterno’, de Stephan Sweig
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