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dimecres, 10 de juliol del 2013

“Ante la crisis, no hay mejor brújula que nuestros valores”. Entrevista de Irene Orce a Àlex Rovira.

Las orugas llaman crisis al nacimiento de las mariposas. No en vano, toda crisis implica un cambio, y, en algunas ocasiones, una profunda transformación. Este principio evolutivo se aplica a todo organismo vivo, incluida la economía. Y en los últimos tiempos, vivimos y respiramos sus efectos. La religión del materialismo y su devoción al dios del dinero ha desatado una epidemia de abusos y de especulación imparable. Este proceso, que ha resultado ser insostenible, ha desembocado en la pérdida del sentido común y de la noción de aquello que verdaderamente necesitamos. De ahí que cada vez más expertos afirmen que este contexto económico es el reflejo de la “profunda crisis de consciencia y de valores que padece nuestra sociedad”.
Entre ellos, destaca el escritor, profesor de Esade y conferenciante Àlex Rovira, autor –entre otros– de los best-sellers “La buena suerte”, “La brújula interior” y “El laberinto de la felicidad”. Explorador incansable, este año ha publicado “La bona crisi” (Pòrtic), una reflexión sobre cómo un escenario económico adverso puede convertirse en una oportunidad para cuestionar, madurar y evolucionar como individuos y como sociedad.

¿Cómo se sobrevive a una “buena crisis”?
A toda crisis se llega por un vicio y de toda crisis se sale desde una virtud. Durante años, hemos comprado cosas que no necesitábamos con dinero que no teníamos para impresionara personas que no conocíamos. Por si fuera poco, todo ello lo hemos avalado con activos que no valían lo que costaban, en un sistema que incentivaba la regulación indecente. El resultado es la profunda crisis de valores y de consciencia que estamos viviendo. Personalmente, parto de la premisa de que la psicología crea la economía. Creamos lo que creemos, y la situación actual evidencia el momento de agitación interior que atravesamos como sociedad. Nuestra supervivencia pasa por nuestra capacidad de desarrollar nuevos recursos. De ahí la importancia de regresar a la fuente de nuestra creatividad, nuestro interior, donde se esconde nuestra brújula interior.

¿Cómo podemos conectar con nuestra brújula interior?
Sin duda alguna, desde el corazón. En ese lugar en el que habitan nuestros anhelos más profundos, nuestra verdadera identidad. Nuestra brújula interior se esconde en aquello que nos moviliza, es decir, en lo que nos lleva a la acción. También en lo que nos fascinaba cuando éramos aún niños. Está ligada a nuestra esencia, a nuestra singularidad. Y nos da una dirección y un sentido. Para mí, está íntimamente conectada con la pasión. Encontrarla pasa por superar nuestros miedos y atrevernos a conocernos a nosotros mismos. En este proceso resulta clave entrenar nuestra “longanimidad“, el estado de ánimo que nos permite superar reiteradamente la adversidad. Tan sólo así podremos convertirnos en la persona que podemos llegar a ser, y actuar en consecuencia.

¿Y usted, cómo descubrió su brújula?
Cuando era pequeño, era muy activo. Fui muy precoz al hablar, lo recuerdo bien. Me pasaba horas mirándome en el espejo, preguntándome: “¿Quién soy yo?” “¿Qué hago aquí?”. Como no obtenía respuestas, las busqué en mi padre. Él me decía: “Tú eres Álex”. Y yo respondía: “Ése es mi nombre, pero no quién soy”. Desde que recuerdo, he tenido el anhelo de comprender. Si me preguntan cómo estoy, respondo que “constantemente perplejo“. Me asombra la vida, y siempre he tratado de desentrañar sus secretos. Nunca he dejado de hacerme preguntas. Posiblemente, eso es lo que me ha hecho vivir atento a los dictados de mi brújula interior.

¿Así, las preguntas nos ayudarán a ajustar nuestro rumbo?
A menudo solemos construir nuestra vida en base a las creencias que hemos ido aprendiendo desde pequeños. Pero en demasiadas ocasiones, al llegar a la edad adulta no las cuestionamos, valorando cuáles de esas creencias –el cambio es malo, el éxito se mide con dinero, la mejor defensa es un buen ataque– ya no nos resultan útiles, o no son coherentes con nuestra manera de entender la vida. Plantearnos estas cuestiones nos ayuda a hacer conscientes nuestros valores, el motor de nuestra brújula.

¿Cuál es su definición de valores?

Aquello que vale, aquello a lo que damos valor. En función de qué valores rigen nuestra vida, transitamos por el camino del vértigo o por el camino del éxtasis. No en vano, nuestros valores influyen en nuestra toma de decisiones, que es lo que determina la dirección de nuestra vida. El camino del vértigo es el abanderado del placer instantáneo, de la intensidad sin profundidad. Sin embargo, el camino del éxtasis aboga por la profundidad intensa. Uno nos conduce al egoísmo, el victimismo y la inercia, y el otro nos lleva al pragmatismo, la responsabilidad y la proactividad. Nuestros valores condicionan nuestra actitud, que a su vez determina nuestros pensamientos y emociones. Éstos determinan nuestro comportamiento, que construye nuestros hábitos, lo que forja nuestro carácter. Y, en última instancia, nuestro carácter define nuestro destino. Así que si aspiramos a cambiar nuestra vida, tenemos que comenzar por tener claro cuáles son nuestros valores.

¿Qué relación tienen con la crisis económica que vivimos actualmente?
Desde mi punto de vista, están íntimamente relacionados. Vivimos inmersos en una crisis de consciencia. Estamos padeciendo el resultado de muchos años de consumo insostenible, lo que debería de conducirnos hacia un cambio de hábitos. El planeta tierra es nuestro cuerpo, y nosotros somos su consciencia. Si no la cuidamos, las consecuencias serán inevitables. Necesitamos reconocer el valor de lo esencial. Esta crisis nos debería de llevar -tras la crítica, el criterio y la criba-, a quedarnos con lo bueno de este sistema y a transformar lo que ya no resulta útil, eficaz ni sostenible.

¿Por qué esta es una buena crisis?
Toda crisis implica una ruptura con una tendencia del pasado que resultaba disfuncional. Supone un punto de inflexión, y suele desembocar en un cambio de paradigma, es decir, un cambio en nuestra manera de entender y ver el mundo. Este proceso implica dolor, porque conlleva la ruptura de muchas certezas y falsas expectativas. Pero también puede resultar necesario. Y es que toda crisis es buena cuando aporta aprendizaje. Por ejemplo, cuando una pareja se separa –crisis– suele haber un período de reflexión, en el que ambos se plantean: “¿Qué he aprendido de esta relación?” “¿Qué no quiero en el futuro?” “¿Cómo quiero plantear mi vida?”

En la economía sucede lo mismo…
Exacto. Es el momento de cuestionarnos de qué manera hemos contribuido activa o pasivamente a que esto sucediese. No podremos transformar nuestra realidad económica si no cambiamos cuatro variables fundamentales: nuestra actitud (querer), nuestro conocimiento (saber), nuestra habilidad (poder) y nuestra visión (capacidad de crear sentido). Lo que hace la crisis es cuestionar estas variables, que sólo se pueden desarrollar cambiando el foco de atención de dentro a afuera. Es el momento de comprometernos con pasar a la acción y asumir la responsabilidad de nuestras acciones y decisiones. Si queremos cambiar nuestras circunstancias, tenemos que comenzar por cambiar nosotros mismos. Y es entonces cuando comprendemos que toda crisis… esconde una oportunidad.

En clave de coaching
¿Qué vale la pena en la vida?
¿Qué tiene suficiente valor como para dar la vida por ello?
¿Qué sentido puedes dar a ésta (la que sea) situación adversa?

En clave personal
Tu mayor pasión: Aquellos a los que amo
Tu mayor virtud: La determinación.
Un punto de mejora: La perspectiva

Un aforismo: ‘Dilige, et quod vis fac’ (Ama, y haz según tu voluntad), San Agustín
Una película: ‘Derzu Usala’ , Akira Kurosawa

Un libro: Dos: ‘El hombre en busca de sentido’, de Víctor Frankl; y ‘Los ojos del hermano eterno’, de Stephan Sweig

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