No se trata de
vivir resignados, sino de buscar nuevos caminos si falla nuestro plan original.
Esperar, a veces, da espacio para ser introspectivo y encontrar la mejor
respuesta.
Cuando creemos
que lo tenemos “todo controlado”, nos sentimos seguros y andamos con paso
firme. Vivimos procurando controlar que nuestros planes lleguen a buen puerto.
Cuando ocurre algo imprevisto, nos estresamos, irritamos o enojamos. Lo
imprevisto no estaba en nuestros planes y la duda se apodera de nosotros. Vivir con
incertidumbre significa no saber lo que provoca inquietud y ansiedad, incluso
angustia.
Mantener
objetivos y planificar cómo lograrlos es necesario para obtener lo que uno
quiere. Sin embargo, aunque pensemos lo que vamos a hacer, no podemos responder ante las
circunstancias ni ante lo que harán los demás. La realidad es que es
imposible tenerlo todo siempre controlado. Cuando la situación aparece como un
obstáculo en nuestro camino, aferrarnos a nuestro plan original produce tensión
porque queremos llegar sí o sí a cumplirlo. Sin embargo, la nueva circunstancia quizá
lo que pide es un cambio de rumbo, otra respuesta o saber esperar.
“El único modo de vivir con
incertidumbre consiste en aceptarla” (Ana Muñoz)
Es como cuando
el río sale de la cumbre de la montaña con el objetivo de desembocar en el mar.
En su camino se encuentra con piedras, montes y desniveles del terreno, y tiene
que bordearlos o hacerse subterráneo para luego volver a salir a la superficie,
hasta que al fin llega a su destino. Nosotros planificamos ir en línea recta
hacia nuestro objetivo y cuando aparecen los desniveles nos emperramos en
querer seguir recto. Necesitamos flexibilidad y reconocer que quizá no merece
la pena luchar para derribar el obstáculo; eso nos desgastará y
acabaremos agotados. En cambio, si lo bordeamos y cogemos otro sendero, manteniendo la
visión de nuestro objetivo, podremos disfrutar del recorrido y no nos dejaremos
la piel en el camino.
Para lograrlo debemos recuperar la confianza en nuestros
recursos internos, en nuestro conocimiento, nuestro talento, y en nuestra
capacidad de superar lo que se presente.
Ante la
incertidumbre, podemos batallar en contra de lo que ocurre, podemos resignarnos
o bien aceptarlo. Al luchar en contra, nos agotamos. A lo que nos
resistimos persiste. Cuando se presenta ante nosotros lo que no
habíamos previsto, podemos reaccionar rechazándolo, negándolo, empujando en
contra, quejándonos y enojándonos. Cuando vemos que ninguna de estas actitudes
soluciona la situación, nos desesperamos e incluso podemos llegar a deprimirnos
por la sensación de impotencia que se apodera de nosotros. Todos nuestros intentos han fracasado y la
situación de incertidumbre continúa.
Otra opción es
vivir sometidos a la realidad de lo que ocurre. La resignación nos convierte en víctimas de
las circunstancias y de las personas. Nuestra voluntad queda en la
sombra y nos permitimos ser marionetas de lo que va ocurriendo.
El modo más saludable de vivir la incertidumbre es aceptarla. Eso
significa que lo reconocemos, que nos damos cuenta de que quizá es duro y
difícil. Reconocemos lo que sentimos, que ahora no existen las respuestas o que
quizá necesitamos ayuda. La aceptación nos permite vivir sin angustiarnos con la
duda de no saber. Nos ayuda a esperar.
Cuando las
situaciones no son como esperábamos, buscamos culpables fuera, y si adoptamos esta
actitud les damos el mando de la situación y no recurrimos a nuestra capacidad
interior para responder con más sabiduría. Para acceder a ella debemos saber esperar.
La espera
activa significa que se sostiene el vacío de no saber qué hacer, del cual puede
surgir una tranquilidad que me permita ver las cosas con más calma y no
precipitarme a la acción. Esperar otorga el espacio para ser introspectivo,
acoger la situación y observar para encontrar la mejor respuesta. Es calmar la
mente y permitir que la intuición hable. La espera abre a la escucha y posibilita percibir qué
pide de nosotros una determinada situación; encontrar la pregunta adecuada sin
abandonarnos al impulso de forzar las situaciones.
Con las
preguntas creamos la realidad, influimos en las decisiones. Planteándonos
interrogantes sabios, podremos decidir con lucidez. Ante la incertidumbre podemos
preguntar:
¿por qué es así?, ¿por qué a mí?, ¿cómo se atreve? Estas preguntas
llevarán a sentir rabia, desesperación e incomprensión. En su lugar podríamos
plantearnos preguntas más apreciativas: ¿para qué estoy
viviendo esto?,
¿qué me está
enseñando esta situación?,
¿qué puedo
aprender de ella?,
¿qué sería lo más
inteligente que puedo hacer aquí?,
¿para qué voy a
intervenir?,
Si actuamos
con el piloto automático, con la rigidez de que las cosas han de ser como
habíamos previsto, empezamos a dar palos de ciego que no llevan a ninguna
parte, o pueden incluso empeorar la situación. Para conseguir salir del
atolladero, necesitamos calmar la mente y dejar de pensar de forma atropellada.
Así surgirán ideas creativas y se aclararán las dudas. Fortalecer la confianza y la actitud de “yo
puedo”, en lugar de nublar la mente con sentimientos de “soy incapaz”.
En este paréntesis de espera podemos dejar que la vida fluya manteniendo el
cuidado de uno mismo: alimentarse bien, compartir con buenos amigos, hacer
ejercicio y meditar.
“Uno reconoce a las personas
inteligentes por sus respuestas. A los sabios se los reconoce por sus
preguntas” (Naguib Mahfuz)
Quizá es que debemos aprender a vivir sin resistencias,
siendo creadores de cambios constructivos que provoquen mejoras y amplíen
nuestros horizontes. Dar apertura a la capacidad de respuesta creativa y
positiva, para lo cual es necesario equilibrar la acción con la introversión,
el silencio, la reflexión y la meditación. Alcanzamos la capacidad de vivir en
armonía cuando nuestra acción se equilibra con la reflexión y se fortalece con
el silencio. Nuestra espera entonces no está invadida por la resignación, sino
que es una espera en la que se mantiene viva la llama de la esperanza y la
confianza de que llegaremos a buen puerto.
Si vivimos la incertidumbre desde un espacio de confianza, nos
permitimos asumir riesgos, con iniciativa y sin miedo a equivocarnos. Así
iniciamos el camino hacia la soberanía personal. No podemos ejercer un
verdadero liderazgo sobre los demás ni sobre las circunstancias si no somos
capaces de liderar nuestra propia mente, emociones y mundo interior. Si
queremos dormir y nuestras preocupaciones no nos dejan, si queremos hacer
deporte pero no lo hacemos, si tenemos un cuerpo poco cuidado, si pensamos
atropelladamente. Esa falta de soberanía personal y de cuidado del ser nos
impide responder con sabiduría ante los imprevistos.
Practicar
la espera activa con atención plena. Desde esa actitud evitamos que
la situación nos hunda, más bien la observamos atentos y alerta. Y acabaremos
venciendo la inseguridad y actuando con todo el potencial interior: con
confianza en uno mismo y en los demás, con la intención de hacer lo mejor para
todos.
FLUIR
PARA SER FELICES
1. LIBROS
– ‘Fluir
(Flow). Una psicología de la felicidad’, de Mihaly Csikszentmihalyi.
Editorial Kairós. Barcelona, 1996.
– ‘Yes
to the mess. Surprising leadership lessons from Jazz’, de Frank
Barrett. Harvard Business Review Press.
El jazz nos
inspira a adaptarnos a la incertidumbre, a improvisar y fluir.
– ‘The
Köln Concert’, de Keith Jarrett.
– ‘Kind
of blue’, de Miles Davis.
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