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dimecres, 10 de setembre del 2014

CADA PERSONA ES UN MUNDO. Luis Muiño. La Vanguardia.

Igual que se habla de medicina individualizada, porque cada uno tiene sus peculiaridades, lo mismo pasa con los rasgos de la personalidad. No son ni mejores ni peores. Afrontan las situaciones de manera diferente.
En el año 2005, la cárcel de alta seguridad de Ringerike, cerca de Oslo, decidió suspender las clases de yoga que se habían empezado a ofrecer dentro de un programa piloto para ayudar a los internos a controlar su agresividad. La razón de la cancelación era que las estadísticas demostraban que esta práctica había tenido un efecto inverso en una gran cantidad de participantes. Muchos de ellos habían incrementado su nivel de violencia desde la implantación de esos talleres. El director de la prisión, Sigbjoern Hagen, argumentaba que muchos presos, después de los talleres, habían experimentado "fuertes reacciones: agitación, agresividad, irritación, problemas de sueño y confusión mental".
Desde el punto de vista de la psicología de la personalidad esta noticia no es sorprendente. Es fácil prever que personas impulsivas y de bajo nivel de autocontrol (un perfil bastante habitual en una cárcel de ese tipo) generen violencia cuando están inactivos y se concentran en su propio cuerpo. Sin embargo, los que creían en el yoga como una técnica universal que funciona con todo el mundo, estuvieron en desacuerdo con la idea: echaron la culpa del fracaso a los profesores, a las condiciones del centro o a que los alumnos acudieron por conseguir beneficios.
En su libro 'Falacias de la psicología', el psicólogo Rolf Degen relata numerosos ejemplos similares que hacen verosímil la idea de que muchas técnicas con fama de universalmente eficaces son absolutamente inútiles para determinadas personas. Las investigaciones que recoge en el libro ofrecen datos claros. Un ejemplo: en muchos individuos, la meditación produce el mismo estado de relajación corporal y mental que... echarse una siesta. La misma falta de resultados ofrecen, en ciertos individuos, métodos como la hipnosis, las técnicas antitabaquismo o el Eye movement desensitization and reprocessing ­(EMDR). Si preguntamos a los que nos rodean "¿Crees que hay algo que le funcione a todo el mundo?", la mayoría responderán que no. Pero vivimos en una sociedad que busca recetas. Los libros de autoayuda, los que viven de un determinado método y los adeptos de ciertas escuelas de pensamiento quieren hacernos creer que existen formas de hacer las cosas universalmente eficaces.
La práctica de la psicología demuestra lo contrario: no hay nada que ayude a todos. Un ejemplo: cuando estamos tristes hay muchas personas que nos recomiendan sonreír, un acto que parece internacionalmente curativo..., pero que a muchos individuos les hace sentirse más tristes aún. La risa, cuando alguien está en horas bajas, puede convertirse en una fuente de sensaciones melancólicas o de cinismo. Y en los dos casos incrementa el estado de ánimo depresivo.
Es difícil luchar contra esa compulsión generalizadora. Pero los terapeutas empiezan a reivindicar la individualidad como una estrategia adaptativa. Del mismo modo que se habla de medicina individualizada, que atiende a las características particulares de cada paciente, se empieza a defender la psicoterapia personalizada, que parte de la base de que cada persona es un mundo... y el método curativo tiene que ser eficaz dentro de ese mundo.
Siguiendo con lo sucedido en la cárcel escandinava, sabemos que las personas más impulsivas necesitan, en los malos momentos, hacer algo que les saque de ese estado de ánimo. Tienden a afrontar los estímulos externos de forma inmediata, a actuar en cuanto las cosas suceden. Es más fácil que se sientan mejor poniendo manos a la obra, actuando de alguna manera, desahogando los sentimientos internos, utilizando la energía que acumulan cada vez que algo frustra sus objetivos. Funcionan mejor con técnicas de acción: practicar deportes que quemen su energía, empezar a dar pasos (aunque sean pequeños) para solucionar sus problemas o centrarse en actividades que les permitan recuperar el control interno y retomar las riendas de su vida suelen ser mejores opciones para ellos. Entonces ¿qué sentido tiene sugerirles técnicas para que se paralicen?
Por el contrario, los reflexivos, en los momentos bajos, tienden a pensar. Si respetan su tendencia natural, suelen aislarse a recomponer lo que han experimentado para integrarlo en una narrativa que les explique lo sucedido. Necesitan hablar con personas que les ayuden a analizar la situación, racionalizar, buscar espacios de intimidad, escribir, escuchar historias o ver películas en las que sucedan asuntos similares a los que ellos están viviendo. Sin embargo, si lo que está de moda son las estrategias activas, se les suele aconsejar que hagan deporte, que tomen decisiones drásticas lo antes posible o que salgan por ahí a bailar y divertirse. Habitualmente, lo único que se consigue es aumentar sus problemas cuando son incapaces de hacer lo que se les sugiere o consiguen llevarlo a cabo pero la técnica no surte efecto positivo.

No es sólo una cuestión de qué hacer en los momentos de bache vital. También se empieza a reivindicar ese respeto a nuestras tendencias de personalidad en nuestras vidas cotidianas. ¿Qué pasaría si, en vez de compararnos con los demás y buscar lo que no tenemos, viviéramos la vida optimizando nuestros rasgos propios, canalizando las tendencias negativas con métodos acordes con nuestra forma de ser y buscando la mejor manera de que nuestros rasgos positivos se manifiesten?
Un ejemplo es la vindicación de los "amigos de la soledad" que han puesto en marcha autores como Susan Cain, autora del libro 'El poder de los introvertidos' (el título original inglés es más reivindicativo aún: 'Quiet: the power of introverts in a world that can’t stop talking'). Ella nos recuerda que hay personas que prefieren rodearse de un nivel de activación externa bajo y buscan a menudo la intimidad, prefieren una charla con una sola persona antes que una fiesta multitudinaria, tienden a pasar más tiempo en su hogar, suelen tener pocos amigos verdaderos porque necesitan mucha complicidad para abrirse y les gusta tener estructurada su vida social y saber con quién van a quedar. Es habitual que les guste caminar por la naturaleza, leer, ver películas y series...
Ese tipo de personas (en psicología de la personalidad se les suele etiquetar como introvertidos) son tan felices como aquellos que tienen más cantidad de amigos, se abren y cuentan más intimidades a más personas y se sienten a gusto con las sorpresas y los cambios de planes (extrovertidos). En realidad, las dos formas de ser llevan a vidas muy diferentes pero con igual de potencial de plenitud. Es fácil, en este tema, chocar contra el gran enemigo del respeto a la diversidad psicológica: las modas culturales. Como denuncian Susan Cain y otros autores (Adrian Malpass, Lindsey Pollak...) desde hace tiempo es difícil ser introvertido y hacerse respetar.
En el mundo anglosajón –que es determinante en cuestiones como la psicología o la pedagogía– se fomenta desde hace décadas la extraversión. Los consejos de los orientadores sociales (profesores, psicólogos, pedagogos, etcétera) van encaminados a que las personas manifiesten continuamente sus sentimientos, aprendan a trabajar con todo tipo de individuos o sean capaces de hablar de cualquier tema con cualquier persona. Los niños introvertidos (que suelen tener menos amigos porque son más selectivos y les gusta buscar espacios de intimidad) tienen muchas posibilidades de que los profesores se preocupen y hablen con sus padres aunque sean felices y no den muestras de tener problemas. Padecerán, de hecho, el mismo tipo de presión social que vivirán, de mayores, cuando sus amigos se metan con ellos porque no disfrutan en las multitudes o en los lugares ruidosos. O cuando el resto de los compañeros de trabajo los critiquen porque sean poco propensos a contar intimidades y a tratar como amigos a aquellos que conocen únicamente en el ámbito laboral.
Ahí entra en juego un factor: la inteligencia intrapersonal. El psicólogo Howard Gardner, reciente premio Príncipe de Asturias, ha realizado una gran cantidad de investigaciones que avalan la idea de que no tiene sentido entender la inteligencia a la manera tradicional. Según este científico, existen varios tipos de inteligencias igual de importantes. Además de la analítica, la más estudiada, existen la inteligencia naturalista, la musical, la corporal... Por último, hay un factor al que denominó inteligencia intrapersonal. Es la capacidad de conocerse a uno mismo, aceptando oportunidades y problemas que acarrea nuestra forma de ser y consiguiendo que nuestros rasgos de personalidad se respeten como tendencias tan válidas como cualquier otra. La inteligencia intrapersonal es esencial para buscar ambientes que favorezcan nuestra forma de ser. Si sabemos cómo somos -aunque sea de forma inconsciente, usando pinceladas y sin poner nombre a nuestro patrón de personalidad– acabamos por rodearnos de personas y ambientes acordes con nuestra forma de ser. Y si no lo hacemos (como ocurre con las personas que eligen profesiones que les gustan pero en la que la mayoría de sus compañeros tienen patrones opuestos al suyo) afrontaremos conscientemente las consecuencias de ser bichos raros.
Otro factor de personalidad que produce diferencias perceptibles nos puede ayudar a analizar la importancia de la inteligencia intrapersonal. Se trata de la mayor o menor apertura a las nuevas experiencias. Hay personas que agradecen que su vida se altere por acontecimientos que sean estimulantes intelectualmente, aunque eso les suponga perder estructura vital y tener que cambiar continuamente todas sus rutinas. Hay otras que se sienten más a gusto con hábitos, con una vida cotidiana pautada por costumbres y con pocas novedades.
Los primeros, los abiertos a nuevas experiencias, sufren muy a menudo porque creen que se aburren demasiado rápido de las actividades que emprenden, que tienen una propensión excesiva a hacerse adictos a aquello que les gusta o que rompen todas las relaciones cuando están funcionando por pura compulsión autodestructiva. En realidad, lo que les está pasando es que su cerebro normaliza cualquier experiencia (aunque sea muy positiva) en cuanto llevan un tiempo viviéndola y les pide estímulos nuevos cuando pasa cierto tiempo sin recibirlos. Si no, se aburren.
Los segundos, los individuos que necesitan rutinas para sentirse serenos, acuden muchas veces a consulta sintiéndose culpables por tener demasiados miedos, por su dificultad para asumir riesgos o porque otras personas les han dicho que su vida es demasiado gris. Si se conocieran y aceptaran a sí mismos, asumirían que esta necesidad de una vida pautada les da una serenidad y un estado de ánimo placentero que otras personas, supuestamente más vitalistas, son incapaces de conseguir. Si no tienen una vida estructurada, viven en un continuo estado de ansiedad.
En los dos casos, están siendo víctimas de un problema de catalogación que les lleva a sentirse culpables por unos factores de personalidad que son perfectamente adaptativos.
Si escogemos cualquier rasgo de personalidad y nos adentramos en él, aceptándolo como un pack en el que entran ventajas y vulnerabilidades, veremos que cada uno de ellos da el mismo potencial de felicidad. Por ejemplo: una dimensión en la que nos diferenciamos los seres humanos es lo que hacemos cuando estamos ante un problema. Los realistas tienden a ver el problema e intentar resolverlo. Los fantasiosos prefieren construir una realidad en la que ese problema no existe: esperan a que la solución llegue por sí misma. ¿Es mejor uno u otro? No hay respuesta, porque depende del contexto. El estilo de afrontamiento de los realistas suele resultar más adaptativo cuando la resolución de los contratiempos depende de la persona. Pero el de los fantasiosos suele funcionar mejor para las contrariedades en las que no puede hacer nada. Los fantasiosos suelen tener mejor sentido del humor e imaginación: eso les ayuda a estar felices mientras los problemas se solucionan por sí mismos. Los realistas tienden a tener peor carácter hasta que solucionan el conflicto, después empiezan a ser felices.
Todos los rasgos de personalidad nos dan potenciales de actuación en cualquier ámbito, incluso en aquellos que parecen vedados a ese tipo de personas. Hay ejemplos de introvertidos con una vida social muy satisfactoria (Darwin, Einstein...), de buscadores de rutinas con una intensa vida creativa (Bach, Kant...) o de reflexivos que han revolucionado sus ámbitos de actuación (Picasso, Bob Dylan...). Ningún factor de personalidad limita nuestro potencial vital mientras seamos capaces de aceptarlo, limando sus asperezas y aprovechando sus virtudes.
Es inevitable que algunas veces dudemos de nuestras tendencias naturales. En los momentos negativos, aquellos en que las vulnerabilidades de nuestro patrón de personalidad se manifiestan, es fácil que se nos ocurra compararnos con los demás. Y como nos evaluamos en la variable que nos ha llevado a sentirnos mal, lo habitual es que salgamos perdiendo en la comparación. Es habitual que, en esos momentos, nos parezca que nuestra forma de ser es la peor opción, que nuestro patrón de personalidad lleva inevitablemente al fracaso vital. Todas estas sensaciones no son importantes si pasan, si no dejan huella y se desvanecen cuando las cosas empiezan a salirnos bien.
"Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida", afirmaba Oscar Wilde. Las personas que se aceptan a sí mismas se pueden permitir dudar puntualmente de sus tendencias de carácter: eso les lleva a canalizar de otra manera algunas de sus propensiones. Pero ese cuestionamiento temporal no les hace dejar de quererse a sí mismos.

Hablando en series
En las series de televisión, por necesidades de guión, los rasgos de personalidad se suelen acentuar y eso nos puede servir para identificar algunas características.
Extroversión: Debra Morgan (Dexter)
Su vitalista necesidad de comunicar continuamente con los demás le trae alegrías y tristezas.
Reflexividad: Sarah Linden (The Killing)
El problema de pensar mucho es que uno suele acertar casi siempre, pero demasiado tarde.
Impulsividad: Piper Chapman (Orange is the new black)
Ante los problemas, su tendencia es actuar... a veces, para salir del apuro, otras, para crearse más problemas.
Introversión: Gregory (House)

Pocas personas le conocen pero es muy buen amigo...  de su único amigo.


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