Lo deseable es conectar
con quienes queremos ser y mantenernos en estado de construcción
Fue al acabar un máster en
autoconocimiento cuando se me acercó la pareja de uno de los participantes. Me
confió su mal llevada paradoja: “Por un lado me encanta ver cómo mi marido madura, cómo
busca conocerse, cómo se adentra en su espiritualidad, pero por otro lado está
tan en sí mismo, se pasa tanto tiempo meditando y leyendo libros, dedica tantas
horas a su autorrealización que me temo que nos está separando. No atiende a
sus tareas de la casa, a la familia, nos habla como si solo existiera su razón
basada en lo que le dicen sus maestros y vive como si el resto del mundo fuera
un error, solo vale lo suyo”.
“Cuando el pájaro y el libro discrepan,
siempre cree en el pájaro". James Audubon
Este caso ejemplariza un efecto
torcido de los tiempos presentes, muy dados a una cultura del crecimiento
personal, del conocerse a uno mismo, de la construcción de un nuevo paradigma
cuyo eje gira alrededor del autoconocimiento y la espiritualidad. Son procesos
que requieren el buceo por aspectos de orden interior. Una mezcla de
introspección psicológica, el cultivo de la meditación y la búsqueda de la
naturaleza más profunda del ser.
Aquella tarea que otrora perteneció a
ciertas órdenes religiosas, a lamas, eremitas y buscadores espirituales, se ha
convertido en parte de la vida de muchas personas. Para unas es una vía
comprometida de autorrealización. Para otras, mero materialismo espiritual. Mientras unas
expanden su conciencia, otras siguen el camino contrario: se contraen en sí
mismas, se encierran para alcanzar una supuesta iluminación.
Se suele relacionar a los filósofos
con el arte del ensimismamiento, dada su condición de personas observadoras y
reflexivas. Dentro de los clásicos se cita la anécdota de Diógenes de Sinope, conocido por su desprecio a las convenciones
sociales, al extremo que le llevó a vivir en el interior de un tonel. En cierta
ocasión, uno de sus discípulos quiso interrogarlo:
– Maestro,
¿a qué hora se debe poner uno a comer?
– Depende,
si eres rico puedes comer cuando quieras y, si eres pobre, siempre que puedas.
Ensimismarse es fácil. Uno se mete
dentro de sí mismo, explora, rumia, anticipa, visualiza, medita o contempla,
está en contacto con aspectos que solemos llamar interioridad. A veces se
empieza por el vuelo de una mosca, por un bello atardecer o simplemente por
hacer la lista de la compra del fin de semana. Lo habitual, empero, es
permanecer conectados a nuestros pensamientos y emociones. Intentamos descubrir lo que nos pasa,
dialogamos con nosotros mismos, nos peleamos virtualmente con los que nos han
ofendido, construimos expectativas o sufrimos por imágenes anticipatorias que
probablemente nunca ocurrirán: nada acaba siendo tan ensimismante como el miedo
y el sufrimiento anticipado.
Otro efecto del ensimismamiento lo
sufren aquellas personas que parecen no vivir en este mundo sino en el suyo. Te
miran pero no te ven. Te oyen pero no te escuchan. Por su mente pasa de todo
menos lo que existe más allá de su nariz. Si bien es rico cultivar la vida
interior, su exceso, permanecer demasiado dentro de la madriguera puede
acarrear el acabar siendo poseídos por los fantasmas propios. Hay que
cultivar muy bien el alma para discernir los estados de iluminación de los estados
ilusorios de la mente.
La introspección, como ya observaron
filósofos como Hume o Sartre, revela solo contenidos
psicomentales (pensamientos, sentimientos, imágenes) y no al sujeto que los
experimenta. Esa conciencia del observador precisa de dinámicas como la
meditación o de la intervención de los demás en mostrar nuestras zonas ciegas.
Añadamos a todo ello la visión cuántica: si el observador influye en lo observado, al mismo tiempo
que se practica la introspección se altera lo que pretende ser advertido.
¿Podemos conceder fiabilidad absoluta
a aquello de lo que somos conscientes? ¿Y qué ocurre con el inconsciente?
¿Acaso alcanzamos a explicar certeramente muchas de nuestras motivaciones y
cambios de humor? ¡Qué fácil es caer en autoengaños, en una especie de en-si-mismo-miento!
Como intuyó Heráclito, no
encontraremos los confines de la psique por más que viajemos en cualquier
dirección, tal es la profundidad del conocimiento.
“La reflexión puede ser consciencia,
pero el amor hace alma". James Hillman
Hay que reconocer que dentro de la
madriguera se está muy bien. No hay que hacer papel alguno; no hay que quedar
bien con nadie; no hay que hacerse cargo de obligaciones, ni actuar con el
riesgo de equivocarse. Hay una vida hacia uno mismo, sus intereses, ritmos,
apetitos, deseos y necesidades. Es la vida del ego. Hay que diferenciarla
entonces de la vida interior.
El cultivo de la interioridad tiene
más que ver con la idea de “hacer alma”, de embellecerla, de saberse
generar estados de bienestar, de comprender ética y compasivamente al otro, de
ahondar en aquello que somos cuando hemos quitado todas las capas de definición
posible. Así, la madriguera pueda convertirse en un refugio o, por el
contrario, en la cocina donde se gesta quien queremos ser. Como refugio nos encerramos y protegemos.
Como cocina, nos mantiene en un estado de construcción, de intenciones y de
pasiones que mezcla sin temor la interacción con los demás y con el mundo.
Hay que reconocer que dentro de la
madriguera, además de estar tranquilos aunque probablemente solos, se puede dar
rienda suelta a nuestras mayores fantasías, muchas de las cuales han dado al
mundo canciones, cuadros pictóricos, esculturas o reflexiones que han llegado a
transformarlo. El genio debe habitar dentro de su lámpara mágica. Solo que demasiado
tiempo en su interior, el personaje acabará consumiendo a la persona.
La mitología contemporánea está llena de seres que, al confundir sus creaciones
consigo mismos, sucumbieron al error de identificarse con las imágenes que
habitaban en sus mentes. Lo que para el público es arte, no dejan de ser las
sombras, delirios y anhelos del artista.
De la madriguera se sale por el mismo
lugar por el que se entró. Uno surge sin ser aquel que ingresó y viceversa. La
relación dentro-fuera forma parte de nuestro estar en la vida. Demasiado fuera
nos diluye. Demasiado dentro nos desfigura. Cada uno debe encontrar
la manera de manejar ese flujo incesante que nos lleva a ambos lados del
refugio.
No obstante, dudo que por una vez se
pueda anteponer el punto medio aristotélico. El cultivo de la interioridad es
un proceso que nadie puede hacer por nosotros, ni nada de lo que existe ahí
afuera será suficiente para hacernos a nosotros mismos. La confianza propia se adentra en nuestras
fortalezas interiores. La capacidad de sostener todo aquello que
ocurra en las tempestades existenciales tiene mucho que ver con el sostén
creado por los valores que encarnamos.
“El observador es lo observado". Jiddu
Krishnamurti
Todos practicamos algún tipo de estado
de ensimismamiento, aunque su propósito diverja. A veces solo buscamos un
ratito para con nosotros; hacerle hueco a nuestro cuerpo para que respire y a
nuestra alma para que se encuentre. Otras veces, en cambio, la escudriñamos
adrede para conquistarla, para llevarla allá donde habita el espíritu. El resto
de ensimismamientos son productos de la vida moderna: que si la tele, que si la
crisis, que si algún día nos tocará la lotería. O, como el caso de la señora
preocupada por su pareja, un ego espiritualizado que confunde la luz con el
deslumbramiento.
Hay vida dentro y hay vida fuera. En ambos
lados disponemos de un mundo para conocer y desarrollar. La clave consiste en estar en
contacto con todas las vivencias que nos son posibles. Todas son necesarias,
aunque ninguna suficiente por sí misma. Para devenir personas el contacto
humano es básico, como también lo es la imaginación y, por descontado, nuestra
capacidad de crearnos. Hay tanto por vivir que cuesta entender que dediquemos
tanto tiempo al ensimismamiento que solo sirve para distraernos de lo que
realmente importa. A veces, es mejor dejarse en paz.
LIBROS
‘Después del éxtasis, la colada’. Jack Kornfield
(La Liebre de Mayo)
‘El mito del análisis’. James Hillman
(Siruela)
PELÍCULA
‘La vida secreta de Walter Mitty’. Ben Stiller
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