Ilustración Joao Fazenda |
A pesar de nuestros
propósitos, a veces escogemos la peor de las opciones.
Existen herramientas que
nos ayudan a aprovechar las buenas y descartar las malas.
“Lo importante no es tener muchas ideas,
sino la idea oportuna en cada caso”. Juan
Zorrilla de San Martín
Pongamos el caso de que queremos
sorprender a una persona llevándola a cenar a un lugar especial. Nos vienen a
la cabeza pensamientos de todo tipo hasta que llega un momento en el que…
¡eureka! Tenemos una idea: una mariscada en un nuevo restaurante flotante que
han abierto en el puerto de nuestra ciudad. Sin embargo, cuando llega el momento
descubrimos que esa persona a quien queríamos sorprender es alérgica al marisco
y además se marea con facilidad. La sorpresa nos la llevamos nosotros.
¿Qué ha fallado? El restaurante no. Ni
la calidad del marisco. ¡Era una buena idea! ¿O no? La primera regla que
debemos aprender es que en la mayoría de los casos no hay buenas o malas ideas, simplemente
hay ideas que encajan y otras que no. Depende de las circunstancias,
el entorno y el receptor, la idea puede apreciarse como buena o mala. Por
tanto, ante un fracaso como el que acabamos de ver, tenemos que preguntarnos la
razón por la que nuestra idea ha fallado, que normalmente es debido a:
Falta
de información. Si hubiéramos sabido los problemas con el marisco
de la persona que queríamos sorprender, seguro que hubiésemos desestimado
llevarla a una marisquería. Recordemos que no es casualidad que todo proceso
creativo empiece con un periodo de información e investigación.
Falta
de contraste.
Aquellos que hacen de la creatividad su profesión o su manera de vivir saben de
la importancia de contar con una persona de confianza para contrastar sus
ideas. Y es que el simple hecho de verbalizar aquello que hemos pensado nos
ayuda a pulir detalles o enriquecer nuestra idea con otros puntos de vista.
Falta
de empatía.
Las personas altamente creativas son empáticas. Son capaces de ponerse en el
lugar de los demás e imaginar cómo reaccionarán o qué sentirán, más allá de los
gustos propios. Está claro que podríamos haber sospechado que hay personas que
tienen problemas con el marisco, a pesar de que a nosotros nos pueda encantar.
Pero ¿qué pasa cuando hemos hecho los deberes y
aun así fallamos? ¿Hay alguna manera de prever?
Esta misma incertidumbre la tuvieron
las empresas en el siglo pasado, en pleno auge de la innovación, el desarrollo
y las necesidades imperiosas del crecimiento y los planes estratégicos. En un
mercado que se hacía cada vez más global y competitivo, las corporaciones
entendieron que no podían dejar a la intuición sus planes de futuro. No podían
depender de lanzar sus nuevos productos y “a ver qué pasa”. Así, en los años
sesenta, Albert S. Humphrey, en el
Instituto de Investigaciones de Stanford, creó un método que bautizó como SWOT,
por sus siglas en inglés, y que en español conocemos como DAFO: Debilidades,
Amenazas, Fortalezas y Oportunidades. Una sencilla herramienta de
análisis que sirvió, y sigue sirviendo hoy día, para evaluar una idea o un plan
de futuro. Humphrey dio en el clavo. El DAFO comenzó a dar resultados y se
empezaron a escribir sesudos libros y empezaron a aparecer variaciones de todo
tipo. Pero la realidad es que el DAFO es sencillo de usar. Y es aplicable a
nuestro día a día. A nuestras ideas y nuestros propios planes estratégicos de
crecimiento. ¿Qué se necesita? Un lápiz. Un papel. Y buenas dosis de sinceridad
con uno mismo.
Si hoy día, después de más de medio
siglo, el DAFO sigue siendo la herramienta del millón de dólares es porque no
solamente se limita a analizar la idea en sí, sino que también nos obliga a
reflexionar acerca de aquellas cosas de nosotros mismos que pueden hacer que
funcione o no. Porque un proyecto nace en nuestra cabeza, pero después
deberemos llevarlo a la tierra, es decir, hacerlo real. Y eso nos involucra a
nosotros y a nuestro entorno.
La teoría es muy sencilla y se resume
en dibujar una plantilla con cuatro cuadrantes. En los superiores pondremos
como epígrafes debilidades y amenazas. Debajo de las debilidades, las
fortalezas, y debajo de las amenazas, las oportunidades.
El siguiente paso consiste en hacer
una lista en cada uno de los cuadrantes, teniendo en cuenta que las debilidades
y las fortalezas hablan de nosotros, y las amenazas y las oportunidades, de
todo lo que nos rodea. Es decir, un análisis interno y uno externo que nos
permitirán una mejor valoración de la idea.
Debilidades. Aquí
haremos una lista de todos aquellos aspectos negativos de nosotros mismos que
afecten a la idea y puedan hacerla fracasar. Si somos tímidos y hemos pensado
que sería una gran idea declararnos en público, por ejemplo, nuestra timidez
sería una debilidad a tener en cuenta.
Amenazas. Aquí
enumeraremos aquellos aspectos que no dependen de nosotros y que
pueden arruinar nuestros planes. Imaginemos que hemos planeado un viaje a París
con nuestra familia que coincide con una huelga de trenes en el país vecino.
Esto, claramente, es una amenaza externa.
Fortalezas. Aspectos
positivos de nosotros mismos, incluso de nuestras habilidades, que
creemos que repercuten en el éxito de la idea. Si antes decíamos que ser tímido
es una debilidad para declarar nuestro amor en público, sin duda ser
extrovertido sería una fortaleza.
Oportunidades. En
este cuadrante reflexionaremos acerca de aquellas circunstancias que nos rodean y pueden
jugar a nuestro favor. Si la huelga de trenes en Francia era una amenaza,
tener un primo que preside una aerolínea, por poner un ejemplo, sería una
oportunidad de llegar a hacer ese viaje.
“Las ideas no son responsables de lo
que los hombres hacen de ellas”. Werner Karl Heisenberg
Una vez hemos rellenado todas las
partes del análisis DAFO, de nosotros depende tomar una decisión, valorar si
las debilidades y las amenazas pesan más que las fortalezas y las
oportunidades. Pero sea cual sea el resultado, lo que está claro es que el DAFO nos ha
obligado a reflexionar. A autoanalizarnos. A hacernos preguntas. Por
tanto, tenemos en nuestras manos una información muy valiosa que nos permite
hacer lo mismo que hacen las empresas: trabajar para mejorar las debilidades y
encontrar entornos y circunstancias donde potenciar nuestras fortalezas.
Lógicamente, y a pesar de que hemos
expuesto ejemplos sencillos y cotidianos, a ninguno se nos escapa que un DAFO
nos puede servir para analizar proyectos de futuro a largo plazo para valorar
si aquello que hemos pensado para progresar es una buena o una mala idea. Si
funcionará o no. Y sea como sea, lo que está claro es que al final, si
decidimos que sí, que tenemos un proyecto que vale la pena poner en marcha, nos
toca empezar. Aterrizarlo. Es decir, convertir el pensamiento en realidad. Porque
una cosa es el análisis y otra muy distinta la ejecución. Y una buena idea mal
ejecutada, a pesar de todas las fortalezas y oportunidades, será un fracaso
absoluto. Así, es importante:
Marcar
una ruta.
Como si de una expedición se tratara, marcaremos las etapas necesarias que nos
han de permitir convertir nuestro pensamiento en realidad.
Establecer
un calendario. Marcar fechas de realización posibles. Si no
somos realistas, nos agobiaremos y abandonaremos la idea; pero si demoramos
demasiado su realización puede ser que perdamos interés.
Los
pequeños grandes detalles. El diablo está en los detalles, dice
un refrán anglosajón para advertirnos de cómo las pequeñas cosas son más
importantes de lo que su tamaño indica. Y es verdad. En la mayoría de ocasiones
la línea que separa el éxito y el fracaso es tan pequeña como el más nimio de
los detalles.
Aprendizaje. Si
hemos seguido todo el proceso, desde el DAFO hasta el cuidado de los
pormenores, es más que posible que hayamos puesto las bases para que la idea
funcione. Pero seguro que a lo largo del proceso saldrán áreas de mejora
personal que nos servirán para aprender y hacer que la siguiente idea aún
funcione mejor.
El
DAFO de Esopo.
Dos ranas vivían en una charca que se
secó y tuvieron que buscar otro hogar. De repente vieron una corriente
profunda, con agua abundante y alimento suficiente. Una de las ranas no se lo
pensó y dijo:
“Aquí
tenemos todo lo que necesitamos para vivir”.
Pero la otra rana replicó:
“Supongamos
que nos quedamos sin agua, ¿cómo podremos salir de una profundidad tan
grande?”.
Esta fábula de Esopo nos demuestra que
es mejor no dejarse llevar por la primera impresión. En este caso, la rana hizo
un DAFO y detectó una amenaza (la posibilidad de quedarse sin agua) y una
debilidad (su incapacidad para saltar desde tanta profundidad).
UNA
RUTA REALISTA
Libro
‘Éxito se escribe con A’. Lluís
Soldevila. (Bresca). Es un manual para hacer nuestro DAFO personal en la vida y
alcanzar nuevas cotas de éxito.
‘El mapa del tesoro’. Francesc Miralles y Álex
Rovira. En ella aprenderemos la importancia de trazar rutas, realistas y
posibles, que nos lleven a hacer todo aquello que queramos hacer.
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