Recuerda aquel momento en el que has deseado que
la tierra te tragase por algo que has dicho desafortunado: un mensaje de
whatsapp que no ha hecho gracia, un malentendido en casa o un trabajo que no ha
gustado… En ese momento, se despierta el juez que llevamos dentro y comenzamos
a maldecirnos: “Mira que soy tonto” o
subimos el tono con palabras más “bonitas”. Y lo peor de todo ello es que,
además, lo podemos recordar durante días, meses o, incluso, años. No hace falta
decir que este tipo de comentarios nos pueden hacer profundamente infelices.
Pero tenemos buenas noticias al respecto. Existe un antídoto, que las
investigaciones han corroborado: entrenar la autocompasión o la autoaceptación,
que no hemos de confundir con la autoestima.
La autocompasión significa ser amable y comprensivo con nosotros
mismos, en especial ante nuestros errores. En vez de
machacarnos por lo torpes que somos, aceptar que no somos perfectos y que nos
podemos equivocar. Eso no significa ser condescendientes, “pasar de todo” o no
desarrollar la empatía para reconocer que podemos hacer daño sin querer. No, la
autocompasión está relacionada con la responsabilidad
de nuestros actos, pero sin el sufrimiento innecesario como ha
demostrado la ciencia.
Investigadores de las universidades de Texas y
Kentucky analizaron el grado de autocompasión de los estudiantes. Midieron cuál
era su nivel de optimismo y de felicidad. Pues bien, los jóvenes que encajaban
mejor sus errores mostraban más niveles de felicidad y de optimismo. Pero
no solo eso, estaban además más capacitados para ver las cosas en su justa
medida (es decir, no abrir dramas innecesarios), sentir compasión por otras personas y ser
extravertidos. También se comprobó que los estudiantes más
autocompasivos tenían la capacidad de aprender mejor de sus errores. Esto es una
gran noticia: a veces sentimos que necesitamos machacarnos para no relajarnos y
dar el “do de pecho” en todo cuanto hacemos. Sin embargo, las investigaciones
demuestran que cuanto
más autocompasivos seamos, más capacidad de mejora tenemos. Por
ello, desmontemos un mito innecesario.
Mark
Leary y sus colegas analizaron casos de personas que
estaban atravesando una mala racha y llegaron a una conclusión interesante: “En momentos complicados la autocompasión es más efectiva
que la autoestima”.
“Si una persona aprende a sentirse mejor consigo misma pero
sigue castigándose cada vez que fracasa o comete un error, será incapaz de
superar sus dificultades sin ponerse a la defensiva”,
Mark Leary.
Una última investigación. Hace unos años, Kristin Neff y Roos Vonk publicaron un artículo en una
revista de gran relevancia científica en el que medían las diferencias de la
autoestima con respecto a la autocompasión. Resultado: la autocompasión tiene la capacidad de
hacernos prever sentimientos positivos de un modo más estable que la autoestima.
La capacidad de saber perdonarnos nos ayuda a dejar de compararnos tanto con
otros y a reducir nuestra rumia interna o nuestro enfado. Así pues, si queremos
ser felices, puede ser más eficaz entrenar la autocompasión que la autoestima.
¿Cómo
podemos entrenar nuestra autocompasión?
Amabilidad
con nosotros mismos. Si una persona que apreciamos,
hubiera cometido el error por el que nos estamos castigando, ¿le trataríamos
del mismo modo? Seguramente, no. Y no creo que necesitemos hacernos tanto daño
para prestar más atención en el futuro. Por lo tanto, añade un poco de amabilidad en lo que te
dices.
Reconocer
“la humanidad compartida”, como dicen Kristin Neff y Roos Vonk. Al fin y al cabo, todos nos
equivocamos. Es maravilloso darse cuenta de que no eres el único que puede
mandar un whatsapp desafortunado o el que dice una bobada en un grupo de amigos. En la medida
que uno sea capaz de perdonarse a sí mismo, es capaz de mirar con más dulzura
los errores del resto, en especial, aquellos que afectan a uno
mismo.
Relativizar.
Si revisamos los errores de nuestro pasado que parecían auténticas hecatombes
como suspender un examen o que nos dijera que no un chico o una chica , podemos
darnos cuenta que algo muy sano es equilibrar el error. Ante nuestros errores, si además sabemos
ponerlos en su justa medida, aprenderemos a sufrir menos.
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