69 años. Nací en
Texas. Casada dos veces, tengo una hija y cuatro nietos. Estoy licenciada en Literatura Inglesa, pero viajo por el
mundo hablando con la gente. La libertad política te permite indagar
libertades más profundas. Todos estamos conectados
a través de la conciencia.
Quietos
Se ha pasado media vida buscando la plenitud y
dedica lo que le queda a divulgar un mensaje a través de su fundación y de sus
libros: continuamente
buscamos la satisfacción fuera de nosotros. Pero, paradójicamente,
si nos detuviéramos, nos daríamos cuenta de que la tenemos y que viene de
dentro de nosotros. Tens un diamant a la
butxaca (Viena Edicions) profundiza en ese hallazgo que no requiere
fórmulas: "No
estoy en contra de la meditación y la práctica. Estoy en contra de separar la
práctica meditativa de la vida. Todo el mundo trata de hacer algo para
despertar: emprende retiros, prácticas... Para despertar no has de hacer nada
porque tú no estás separado de lo que está despierto, eres eso".
Era una niña bien con padres alcohólicos. Eso me
producía tristeza y vergüenza.
Entiendo.
En ese contexto, a los seis años, tuve una
experiencia que hoy sé que era de naturaleza espiritual, pero entonces me
asusté mucho.
¿Qué le pasó?
Sentí que mi cuerpo desaparecía, corrí a
contárselo a mi madre y me enviaron a un psiquiatra que me dio ansiolíticos. A
los 20 años empecé a meditar y en aquel espacio controlado, cuando tenía esa
sensación, no me asustaba, así que dejé las pastillas.
¿Qué andaba usted buscando?
Una vida convencional, una familia feliz. Yo sólo
quería ser normal.
¿Lo consiguió?
Sí, me casé a los 23 años con un hombre
maravilloso y tuvimos una hija. Era médico, un padre excelente y un buen amigo.
Pero yo no era feliz. Me costó mucho hacerme responsable de mi felicidad.
¿Abandonó a su marido?
Sí, creía que tenía que haber algo más en la vida
que un marido perfecto, el trabajo adecuado, posición social y una hermosa
niña.
Ambiciosa.
En los años setenta me fui a San Francisco. Tuve
muchos amantes y lo pasé bien. Pero seguía sintiéndome vacía. Empecé mi
búsqueda espiritual e hice distintas terapias.
Proliferaban entonces los gurús.
Me
senté frente a todos, pero la infelicidad persistía. Entre tanto
conocí a mi actual marido, estudié acupuntura y monté una consulta que tuvo
mucho éxito, pero seguía sintiendo que algo me faltaba. Nos mudamos a Hawái en
busca de una vida sencilla.
Pero ¿qué le pasaba?
Por mucho que la buscara, no hallaba la paz. Nunca
me había atraído el camino hindú, pero acabé en la India a los 48 años. Rogué
por un maestro y encontré a Papaji. Enseguida supe que estaba en el lugar
correcto.
¿Qué luz le encendió?
Me
enseñó a parar de buscar. Yo siempre busqué respuestas fuera de mí. Comprendí que
mi actividad mental giraba en torno a la búsqueda constante de un punto de
referencia de quién y cómo era yo. Pero a medida que la actividad mental
comenzó a disiparse, lo que quedaba era paz profunda.
¿Una paz que no era hija de ninguna estrategia?
Exacto. Yo intentaba escapar de una infancia
desdichada, ese era el nombre que yo le daba al vacío que todos sufrimos. Hoy mi
mente puede estar agitada, puedo estar triste o enfadada, pero sé que debajo
está la plenitud del ser, y siempre estuvo ahí pero no le prestaba atención. Prestaba
atención a las cosas que iban mal.
¿Dejó de buscar dentro y fuera?
Sí. Cuando paras de buscar, sea en el camino espiritual o en
el material, te das cuenta de que lo que estás buscando ya está en ti.
La detención de los pensamientos no es una práctica, simplemente es la
oportunidad de ver que existe la opción de no seguirlos.
¿Y?
Cualquier
cosa que pienses de ti mismo, simplemente detén ese pensamiento. Debajo de ese
pensamiento hay una emoción. Si es un pensamiento negativo, la emoción es
dolor. No importa, experimenta esa emoción. En ese estar dispuesto a no luchar
contra ese dolor se descubre algo.
¿De qué tipo?
La
tendencia es escapar, pero si te mantienes ahí, te abres, acabas descubriendo
tu naturaleza, que es plenitud. Es duro, pero es muy simple y tiene
que ver con reconocer la resistencia, porque resistiéndonos al dolor le añadimos sufrimiento.
El cotidiano ya es bastante duro como para
añadirle un buceo en el dolor.
Si eres fiel a la verdad, puedes soportar
cualquier cosa. Para mí decirme la verdad fue decirme "soy infeliz". Durante
50 años me resistí, creí que un buen marido, una buena carrera, una familia...
me darían la felicidad.
¿No se la dieron?
Sí, pero hay una felicidad más profunda que no depende del
exterior. Yo tuve que dejar de decirme a mí misma qué es lo que me
hacía infeliz para descubrirla.
Tú te dices "estoy vacío y triste", ¿y
sigues con tu vida?
No se trata de lo que te dices a ti mismo, sino de
estar
dispuesto por un momento a dejar de decirte cosas sobre ti mismo y descubrir
qué es lo que hay que no necesita definición. Decimos cosas sobre
cosas para controlarlas. Lo que yo propongo es abrir la mente dispuesto a
descubrir lo que hay.
¿Es una actitud?
Sí, estar dispuesto es una actitud de inocencia
adulta: ¿qué
quiero realmente?... Yo te propongo un minuto al día de parar de
luchar, de pretender alcanzar algo, de esconderte, y de una manera natural se
da el descubrimiento, no lleva tiempo porque ya está aquí, en tu naturaleza, en
tu interior, si estás dispuesta a no culpar a nadie más, ni siquiera a ti
misma.
Lo complicado de lo sencillo.
No es que la gente no vaya a traicionarte. No es
que no vayan a romperte el corazón una y otra vez. Abrirse a lo que está
presente puede ser desgarrador. Pero deja que se te rompa el corazón porque, cuando así
ocurre, el corazón sólo revela un núcleo de amor irrompible.
¿Qué entiende por abrir el corazón?
Abrir
tu corazón significa detener el esfuerzo de cerrarlo.
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