En los medios se suceden las
noticias de violencia, pero también las de personas que ayudan a otras.
¿Nacemos o nos volvemos altruistas?. La ciencia da sus respuestas.
“El hombre es un lobo para el hombre”. Thomas Hobbes.
“La moral no depende de la razón sino del
sentimiento”.
David Hume.
“El hombre es bueno por naturaleza, la sociedad es
quien lo corrompe”. Jean-Jacques Rousseau.
“La moral reside en la conciencia del deber”. Immanuel
Kant.
Póngase en
situación: Segunda guerra mundial.
Un grupo de judíos huye de la persecución de las
SS. Tratan de buscar un escondrijo entre las ruinas de una casa semiderruida y
esquivar a sus perseguidores, pero uno de los niños del grupo no deja de
llorar. Si los nazis lo oyen, los matarán a todos. ¿Qué hacen? ¿Abandonan al
niño? ¿Le tapan la boca hasta asfixiarlo para que no los delate con sus lloros?
Piense que está en juego la vida de varias personas. ¿Qué? ¿Ninguna de las dos
opciones le parece aceptable?
No se preocupe. La situación anterior es real, se
produjo durante la Segunda Guerra Mundial, y es un buen ejemplo de dilema moral
clásico. Usted, como la mayoría, se quedaría de brazos cruzados, paralizado por
el miedo y la angustia que le causaría tener que tomar una decisión. Y,
desengáñese, no sería capaz de hacerlo, a pesar de que, desde un punto de vista
lógico o útil, sabe que tiene más sentido sacrificar la vida de una persona
para salvar muchas. Sin embargo, infligir daño a un semejante es tan reprobable que anula
nuestro pensamiento racional y nos produce una especie de repulsión natural, de
rechazo. ¿Y eso por qué? Si nos habían dicho que el ser humano es un
lobo para el ser humano, que somos criaturas egoístas, crueles y capaces de
barbaridades. Entonces, ¿por qué incluso en situaciones que pueden ponernos en
peligro seríamos incapaces de tomar esas decisiones? ¿Será porque, quizás, en
el fondo, somos seres altruistas y cooperadores buenas personas, vamos, por
naturaleza? ¿O puede que sea porque nos han enseñado que matar a otra persona
es horrendo e inaceptable? Quizás esta última ha sido la idea que ha imperado
cientos de años, que la moral o la ética era una forma de control que
desarrollamos en función de nuestra experiencia, de la educación, y que está
sometida a variaciones de una sociedad a otra.
No parece ser así. Numerosos experimentos han demostrado
que buena parte de nuestras intuiciones son inconscientes involuntarias y
universales. Sabemos que matar, robar y violar está mal, da igual si
somos franceses, polinesios o de Ecuador. Incluso los niños pequeños sospechan
que si pegan a otros niños o les quitan sus juguetes los reprenderán, pese a no
tener educación formal. Demos un paso más: ¿se han fijado alguna vez en la
conducta de un perro?. En ocasiones tienen ciertos comportamientos que
recuerdan a la moral humana. ¿Y entonces?
"Nacemos
con un instinto moral, una capacidad que crece de forma natural en cada niño,
desarrollada para emitir juicios rápidos sobre lo que es correcto o incorrecto
y basada en unos procesos que actúan de forma inconsciente. Parte de este
mecanismo fue diseñado por la mano ciega de la selección darwiniana hace
millones de años antes que nuestra especie evolucionase, otros aspectos fueron
añadidos o actualizados durante la historia de nuestros antepasados y son
exclusivos de los humanos y su psicología moral", afirma Mare D. Hauser, profesor de psicología
de la Universidad de Harvard y autor del libro La mente moral. Cómo la
naturaleza ha desarrollado nuestro sentido del bien y del mal (Paidós) y
quizás uno de los expertos más importantes en el estudio del comportamiento. Es
el principal exponente de una nueva corriente científica que se ha aventurado
en un territorio hasta ahora reservado a los filósofos: las cuestiones sobre el
bien y el mal, la bondad o la maldad intrínseca del ser humana. Las reflexiones
de la ciencia no son nuevas, pero sí las herramientas y métodos que usan para
analizarlas: se basan en la biología evolutiva y echan mano de la tecnología de
imagen cerebral para diseccionar en el laboratorio todas esas intuiciones
morales.
Este científico ha realizado experimentos con voluntarios
de diferente edad, sexo, condición social, cultura y religión, a los que les
preguntaba si estaría bien, por ejemplo, extraer a una persona viva sus órganos
para salvar a otras cinco que necesitan un trasplante. O si, tras naufragar el barco
en el que viajan, echarían por la borda aun compañero herido que pone en
peligro la seguridad del bote salvavidas. El resultado de esos estudios era
fascinante, ya que demostraba que todos compartimos una especie de principios
universales, de lógica innata, que subyacen en nuestros juicios morales sobre
lo correcto o incorrecto. El 97% de los entrevistados fue incapaz de matar para
extirpar los órganos y de arrojar al herido al mar. ¿Sorprendido?
Hauser y otros tantos investigadores consideran
que venimos preparados de serie con una serie de circuitos que nos permiten
asumir el control de los dilemas morales. "Tenemos un órgano de la moral innato, como tenemos
el órgano del lenguaje –explica Arcadi Navarro, profesor de
investigación del Icreayvicedirector del Instituto de Biología Evolutíva
(UPF-CSIC)-.
Es como si nos viniera montado el hardware, que nos permite darnos cuenta de las regias morales, y de
la familia y del resto de la sociedad fuéramos recibiendo el software”.
Por tanto, los sentimientos de justicia o moral, o de empatía, no serían del
todo culturales o aprendidos y tendrían base biológica. Hauser se basa en la idea
del lingüista y filósofo Noam Chomsky, de que los niños al nacer tienen un
patrón lingüístico básico, de base genética, una especie de gramática universal
que permite aprender la lengua materna en
poco tiempo, y argumenta que las personas también nacemos con un patrón moral universal y que
la cultura lo modifica y ajusta. Así, es universal que matar está
mal, pero en algunas culturas la pena de muerte está aceptada. Hauser establece
que, quizás, esa moral universal se basa en conceptos como la justicia, la
proporcionalidad y la reciprocidad, entre otras cosas "Debemos darnos cuenta de que nuestra sociedad no es algo inventado,
tampoco las reglas morales, sino que son el resultado de la coevolución de nuestros
genes y nuestra cultura. Los genes, en lugar de programarnos para hacer
cosas concretas, nos han predispuesto para aprender", subraya Navarro.
Y en todo
este proceso mucho tienen que ver los sentimientos. El portugués Antonio Damasio, Príncipe de Asturias
de investigación científica y técnica en el 2005, es otro de los científicos
que más luz han arrojado en el campo de la conducta humana y que ha intentado desentrañar
el papel que tienen las emociones a la hora de tomar decisiones de índole moral.
Para ello, junto con un equipo de investigadores de la Universidad del Sur de
California, en Los Ángeles, y Michael Koenigs,
de la Universidad de Iowa, estudió á un grupo de personas que tenían dañada la
corteza prefrontal ventromedial(VNIPC) del cerebro, un área relacionada con la
elaboración de juicios morales y que se activa, por ejemplo, cuando vemos fotografías
de niños hambrientos o de mujeres que han sufrido malos tratos. También se
enciende ante cosas positivas, como cuando llevamos a cabo una acción altruista.
Damasio y Koenigs confrontaron a los voluntarios a diversos dilemas morales y
vieron que estas personas, a diferencia de quienes no tenían esa parte del cerebro dañada, no tenían ningún tipo de
remordimientos ni se sentían culpables cuando optaban por sacrificar a una persona
para salvar la vida de varias.
Quizás, consideran los expertos, estos sentimientos
procedan de antiguos mecanismos que facilitaron a nuestros antecesores la creación
de lazos sociales y la cooperación colectiva, básicos para garantizar su
supervivencia. Damasio señala que somos humanos porque nuestros antepasados
aprendieron a compartir su comida y sus habilidades en una red de compromisos
que se cumplían. Si podían compadecerse ante el sufrimiento ajeno y prestar ayuda a sus
congéneres, parece lógico pensar que nuestros más antiguos predecesores tenían
una capacidad moral innata.
Para Scott
Atran, antropólogo y director del Centro Nacional de Investigación Científica
(CNRS) en París, esa idea tiene sentido: la moral nació como una especie de
pegamento social. "Necesitamos cooperar para competir afirma. Hace 200.000 años, nuestros
antepasados necesitaban mucha proteína para desarrollar su cerebro y tenían que
cazar mucho y,
además, tenían que defenderse de otros grupos había mucha rivalidad y animales más fuertes que ellos. El ser humano llegó a ser su mejor presa y
también su peor enemigo, y tuvo que aprender a cooperar para sobrevivir". Eso sí, remarca
Atran,
"nuestra moral para cooperar está limitada al parentesco y al grupo. Si
consideras que alguien no es de los tuyos, no lo ayudarás".
Por
tanto, la moral habría surgido para beneficiar a la especie. Otorgaba
ventaja a quienes la poseían respecto de sus competidores y era una garantía
para quienes formaban parte de esas comunidades. Los individuos que no
observaban comportamientos morales eran expulsados del grupo y fuera de él
tenían escasas posibilidades de sobrevivir y reproducirse, por lo que sus genes
tendrían pocos números de pasar a la siguiente generación. "De
ahí que en nuestros genes haya inscritos principios universales de colaboración
o de penalización ante conductas perjudiciales para la comunidad",
señala Arcadi Navarro.
Pero ¿cuánto tenemos que remontarnos en la cadena
evolutiva para hallar a los primeros individuos que albergaron cierta noción de
lo justo? Eso es lo que tratan de averiguar en la Universidad de Viena, donde
han realizado una serie de experimentos con mamíferos y han comprobado que si,
por ejemplo, recompensas a un perro cada vez que hace un truco, éste lo seguirá
haciendo. Pero si lo hace bien y recompensas a otro perro, el animal se siente
decepcionado: lloriquea, deja de colaborar y no te mira a la cara. Los monos se
comportan de modo similar. "Hay un experimento en el que a un mono se le da un
pepino y a otro, uvas. El mono al que le ha tocado el pepino mira su premio y
el del otro mono y, enfadado, reacciona tirándolo a la cara del tipo que hace
el experimento; después se vuelve, se cruza de brazos y les da la espalda. Se
siente indignado: a él le toca un pepino y al otro... ¡uvas!. "¿Es
eso sentido de justicia? se pregunta Atran. “Seguramente sí". Hauser ha
dado una vuelta de tuerca y ha logrado atisbar comportamientos éticos o morales
en animales. Ha visto, por ejemplo, que ciertos primates evitan comer si eso
implica que un compañero recibe dolor. "Los animales cooperan, por ejemplo, para cazar y
capturar explica Navarro. Y tienen muestras de altruismo, de
reparto de comida. También demuestran actitudes que vemos en sociedades humanas:
después de una lucha entre dos individuos, un subordinado y un dominante, ambos
se abrazan para reconciliarse y tranquilizar al resto. Pero hay una cosa que
parece sólo nuestra, la capacidad de correspondencia: Yo
te doy algo a ti hoy y dentro de un tiempo túme lo darás a mí".O sea, nada de altruistas porque sí.
Hoy por ti,
mañana por mí.
Vale, cooperadores, solidarios, y buenos por genes
pero cuando uno enciende la televisión o lee un periódico, no deja de ver que
se producen a diario asesinatos, violaciones, malos tratos, guerras...
comportamientos para nada éticos ni morales. Resulta paradójico que el ser humano, capaz
de conductas solidarias y altruistas, también pueda ser el artífice de
crueldades inimaginables. Para Arcadi Navarro, desde hace un siglo "vivimos en
un estado de excepción, al menos en Occidente".
Este biólogo considera que desde que la revolución
industrial se humanizó, la sociedad nos impuso nuevas reglas morales. "¡Lo normal
es lo que ocurre entre hutus y tutsis! Que es lo que ha pasado siempre en la
historia de la humanidad. Basta ir a un museo de historia y contemplar algunos
de los instrumentos de tortura para darse cuenta. Tenemos que ser muy
conscientes de que hemos sido entrenados
por nuestra sociedad de forma extraordinaria para que esto no ocurra".
Atran apunta que "sólo somos
morales con quienes creemos que forman parte de nuestro grupo. Que la
esclavitud o el canibalismo, por ejemplo, vayan contra la naturaleza es
totalmente falso. Durante 200.000 años han existido, eran algo corriente para
el ser humano. Si miramos las escrituras sagradas de cualquier cultura, te
dicen que seas bueno con los de tu grupo. En la Biblia se dice que no matarás
al otro, sí, pero en el Antiguo Testamento, en el Libro de Malaquías, en el
Deuteronomio, no sólo matas al otro, sino también a sus hijos, a sus animales.
Lo aniquilas todo. Dios dice: Con mi espada voy a devorar la carne de esos
tipos. Alisha, el profeta, estaba con unos
niños que lo están ridiculizando y Dios entonces envió un fuego y los quemó.
Jesús dice: si no estás conmigo, estás contra mí. No fue hasta el siglo de las
luces que en Europa se impuso la idea de humanidad como grupo y se nos inculcó
que todos pertenecemos a ese mismo grupo. Pero eso no es innato. Tenemos una parte moral para cooperar
aunque es muy limitado al parentesco, al grupo, pero nada con extraños. De
ahí muchos de los conflictos que hay hoy en día".
Eso no quiere decir que tal como decía Hobbes y se
ha repetido hasta la saciedad, el hombre sea un lobo para el hombre. "¡Se ha demostrado que no es cierto! dice Navarro. Pero durante miles de años de humanidad
hemos ido montando civilizaciones basadas en los prejuicios de moda: que si el
hombre era malo, que si el sistema político debía controlarlo y castigarlo...
Pero nada estaba basado en la evidencia. Si algo estamos aprendiendo hoy es que
los humanos no somos como pensábamos. No
somos ni especialmente buenos ni esencialmente egoístas. Saber esto es
nuevo y sorprendente, y puede abrirnos caminos de investigación. En realidad, no nos conocemos".
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