Érase una vez Caperucita, su abuelita y el lobo
Feroz.
Un día, viendo que las cosas no iban del todo
bien, que llevaban unas vidas un tanto ajetreadas y complicadas, y, sobre todo,
que estaban cansados de vivir siempre el mismo cuento, decidieron ponerse manos
a la obra y hacer un buen trabajo terapéutico…
Caperucita decidió dejar de hablar con lobos
seductores, manipuladores y mentirosos que la engañaban y la hacían andar más
de la cuenta por caminos largos y complicados.
La abuelita decidió dejar de abrir la puerta a
lobos que se hacían pasar por tiernas niñas, aunque peludas y con la voz ronca.
Decidió además dejar de vivir en una casa aislada en medio del bosque y se
compró un pisito en la ciudad. También contrató a una asistenta para que la
cuidase y le hiciera la compra, a fin de evitar que su nieta tuviese que
llevarle provisiones atravesando un bosque lleno de lobos mentirosos y
peligrosos. Porque la abuelita, gracias a la buena fe de su hija y su nieta,
había ido ahorrando con el tiempo dinero de sobras para pagarse el pisito y la
asistenta.
Y el lobo Feroz decidió dejar de disfrazarse de
abuelita y de meterse en camas ajenas para cazar. Vio que era más fácil cazar
conejos en el bosque que complicarse la vida engañando a niñas y abuelas usando
disfraces… Es decir, decidió ser un lobo de verdad, un lobo auténtico.
Y colorín colorado, el cuento se ha acabado…
¡Definitivamente!
Para descanso y felicidad de sus tres
protagonistas.
Moraleja:
quizá para empezar a ser felices de verdad lo que toca es empezar a ser
sinceros con nosotros mismos para vernos tal cual somos, pedir ayuda si la
necesitamos y, en definitiva…
¡Dejarnos
de cuentos!
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